Las mujeres también creaban
manuscritos de lujo en la
Edad Media
Partículas de lapislázuli halladas en el sarro dental de una mujer del siglo
XI revelan el papel que las féminas tuvieron en la producción de textos sagrados
ilustrados
Retrato de Christine de Pisan (1364 – 1430), filósofa, poeta y humanista, considerada la primera escritora profesional de la historia. (Wikipedia) |
Tenía entre 45 y 60 años cuando murió, alrededor del año 1000 o 1200 de
nuestra era.
Y por lo que revelan sus huesos, tuvo una vida exenta de trabajos
físicos exigentes.
No sufrió traumatismos ni infecciones que dejaran huella,
tampoco heridas
importantes, algo no muy frecuente en aquella época.
Seguramente, perteneció a
la nobleza, fue culta y tal vez, monja, y su vida
estuvo vinculada a un monasterio
religioso en Dalheim, en Alemania.
Y sin embargo, B78, como la han bautizado los científicos, es sumamente
excepcional.
Y es que en sus dientes esconde la primera prueba directa de que
las mujeres en la Edad
Media tuvieron un rol importante y
temprano en la creación de manuscritos, baluartes
de la transmisión de
conocimiento y cultura. Ellas también produjeron textos y los
iluminaron
bellamente, usando para ello pigmentos poco habituales y lujosos, como
el azul
ultramar, obtenido a partir de la piedra semipreciosa lapislázuli,
reservados para
los artistas con mayor pericia.
Así lo ha descubierto un equipo internacional de investigadoras de la
Universidad de York
y del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia
Humana, que han publicado su
hallazgo en la
revista Science Advances. Su trabajo es uno de los primeros que
documenta científicamente el papel que las mujeres tuvieron en la creación de
textos
sagrados en la Europa Medieval.
En 2004, estas científicas encontraron partículas de color azul en el
sarro de los dientes de
una mujer enterrada en un pequeño cementerio junto al
monasterio de Dalheim, que
desapareció en un incendio en el siglo XIV. Vieron
que las partículas databan de entre 997
y 1162. Al analizarlas mediante
distintos tipos de espectrografía, se percataron de que eran
pigmentos de azul
ultramar, el más caro usando en el medievo, comparable al oro, y
que estaba
reservado solo para manuscritos muy lujosos y para escribas e ilustradores
sumamente talentosos.
Ese azul ultramar, intenso y brillante, el mismo pigmento que
caracteriza la obra del
artista holandés barroco Johannes Vermeer, autor del
famoso cuadro ‘La joven de la perla’,
se obtenía moliendo y purificando
cristales de lazurita del lapislázuli, que era extraído de
minas de Afganistán.
Desde allí arribaba a Europa a través de rutas comerciales de larga
distancia
que empezaron a comercializar bienes exóticos. No obstante, se desconoce
cuándo
y cómo se introdujo por primera vez en el continente europeo.
Tenía entre 45 y 60 años cuando murió, alrededor del año 1000 o 1200 de
nuestra era.
Y por lo que revelan sus huesos, tuvo una vida exenta de trabajos
físicos exigentes.
No sufrió traumatismos ni infecciones que dejarán huella,
tampoco heridas importantes,
algo no muy frecuente en aquella época.
Seguramente, perteneció a la nobleza, fue culta y
tal vez, monja, y su vida
estuvo vinculada a un monasterio religioso en Dalheim, en Alemania.
Y sin embargo, B78, como la han bautizado los científicos, es sumamente
excepcional. Y es
que en sus dientes esconde la primera prueba directa de que
las mujeres en la Edad Media
tuvieron un rol importante y
temprano en la creación de manuscritos, baluartes de la transmisión
de
conocimiento y cultura. Ellas también produjeron textos y los iluminaron
bellamente, usando
para ello pigmentos poco habituales y lujosos, como el azul
ultramar, obtenido a partir de la
piedra semipreciosa lapislázuli,
reservados para los artistas con mayor pericia.
El
pigmento azul ultramar obtenido de la piedra semipreciosa lapislázuli estaba en
el sarro de
la mandíbula inferior de la mujer medieval. (Christina Warinner
Ese azul ultramar, intenso y brillante, el mismo pigmento que
caracteriza la obra del
artista holandés barroco Johannes Vermeer, autor del
famoso cuadro ‘La joven de la perla’,
se obtenía moliendo y purificando
cristales de lazurita del lapislázuli, que era extraído de
minas de Afganistán.
Desde allí arribaba a Europa a través de rutas comerciales de larga
distancia
que empezaron a comercializar bienes exóticos. No obstante, se desconoce
cuándo
y cómo se introdujo por primera vez en el continente europeo.
“Fue una sorpresa por completo: a medida que la placa dental se iba
disolviendo, se iban
liberando cientos de diminutas partículas azules”, explica
en un comunicado la
primera coautora del trabajo, Anita Radini, de la
Universidad de York.
Seguramente, consideran las investigadoras, la mujer al pintar los
textos humedecía con la
boca la punta del pincel que usaba para así afinar la
punta, una acción que repetiría con
frecuencia. De ahí el patrón de las
partículas azules que han visto en el sarro de la mujer:
en lugar de aparecer
amontonadas, están sueltas y tienen la apariencia de polvo azul
dispersado por
distintas zonas de la placa dental.
Los
artistas medievales europeos conocían unos pocos pigmentos azules, aunque los
que más usaban
eran el lapislázuli y la azurita. (Shelly O'Reilly)
“Examinamos muchos escenarios para tratar de entender cómo este material
pudo
incrustarse en el sarro de los dientes de esta mujer. Basándonos en la
distribución del
pigmento en la boca, hemos concluido que el escenario más
probable es que ella fuera
quien utilizara el pigmento para pintar y chupara la
punta del pincel mientras lo hacía”,
explica la coautora del trabajo Monica
Tromp, del Instituto Max Planck.
Los resultados de este trabajo cuestionan la idea de que eran los
hombres, sobre todo
los monjes, quienes producían los manuscritos iluminados.
En la Edad Media, los libros
en general se solían crear en los monasterios y
estaban destinados a ser usados por monjes
y nobles. Algunos de ellos estaban
embellecidos con pinturas y pigmentos extraordinarios,
como pan de oro y azul
ultramar.
Sin embargo, averiguar la identidad de quienes los elaboraban resulta
complicado porque
con frecuencia los escribas no firmaban su trabajo. Menos aún
las mujeres. De hecho, antes
del siglo XII menos del 1% de los libros en las
bibliotecas de los monasterios llevaban
títulos o nombres de mujer. De ahí que
se hubiera asumido que eran los monjes los
encargados de los manuscritos. Esta
investigación desafía esa idea y revela que también las
mujeres eran cultas,
además de productoras y consumidoras de libros.
“La historia de esta mujer podría haber quedado escondida para siempre
sin el uso de estas
técnicas, lo que hace que me pregunte cuántas más mujeres
artistas podríamos
hallar en los cementerios medievales si tan solo mirásemos”,
cuestiona Christina
Warinner, autora sénior del trabajo e investigadora del
Instituto Max Planck. Un ejemplo
de cómo la ciencia puede ayudar a reescribir
de forma más precisa la historia de la humanidad
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