La ternura también es política



En las orillas del río y al ritmo del mar, nació una voz que hoy resuena con fuerza en la poesía colombiana: Mary Grueso Romero, hija del pueblo de Guapi, Cauca, criada en las memorias y resistencias de Buenaventura, mujer negra, poeta, narradora oral y educadora incansable.
Licenciada en Español y Literatura, Mary ha dedicado su vida a tejer palabra por palabra la historia viva del Pacífico colombiano, una región que a menudo ha sido silenciada, pero que en su voz encuentra reconocimiento, dignidad y belleza. Su escritura es un acto de amor, pero también de resistencia cultural: es el eco de las abuelas, el canto de las niñas peinadas con trenzas de libertad, el relato del dolor convertido en verso.
Poesía que sabe a coco, a tambor y a memoria
Mary no escribe desde la distancia. Ella escribe desde dentro, desde las cocinas donde huele a arroz clavado y a tradición, desde los patios donde la oralidad sigue viva, y desde los corazones de una comunidad que ha encontrado en ella una de sus grandes guardianas.
Su poesía está profundamente conectada con la identidad afrocolombiana, el poder de la palabra hablada y cantada, y el valor de contar historias que han sido ignoradas por los grandes relatos oficiales. En cada poema suyo hay un acto de justicia poética: una niña que aprende a amar su cabello, una mujer que grita contra el racismo, una comunidad que se nombra a sí misma en sus propios términos.
Además de su labor como poeta y narradora, Mary ha sido maestra. Desde las aulas rurales hasta los auditorios internacionales, su palabra ha sembrado conciencia, identidad y amor propio. Ha sido reconocida nacional e internacionalmente, y ha publicado libros como El Mar y Tú, Mi mar y yo, África en el corazón, entre otros, obras en las que su poética abraza lo cotidiano, lo ancestral y lo político.
En su voz no hay artificio, hay verdad. Su narración oral es una extensión del alma del Pacífico: cálida, musical, firme y envolvente. Escucharla es recordar que la historia también se canta, que la poesía también se baila y que la palabra tiene cuerpo de mujer negra.
Mary Grueso Romero no solo representa a una generación de mujeres poetas afrocolombianas; representa un país que necesita mirarse en el espejo de su diversidad, que debe reconocer los saberes y sentires que han sido históricamente excluidos. Su obra contribuye a una Colombia más equitativa, más consciente, más humana.
Para nosotras, desde la Revista 1+Uno Mujer, es un honor y un acto de justicia nombrarla, leerla, celebrarla. Mary no solo escribe poesía: ella es poesía viva, es memoria, es raíz, es mujer que transforma.
Te invitamos a buscar su obra, a leerla en voz alta, a compartirla en los círculos de lectura comunitaria, a enseñarla en las aulas, y sobre todo, a dejarte tocar por la cadencia de su mar.
Cada 30 de julio se conmemora el Día Mundial contra la Trata de Personas, una fecha que nos invita no solo a denunciar esta grave violación a los derechos humanos, sino también a comprender sus causas estructurales. En este contexto, la campaña que afirma con contundencia que “los puteros son el origen del problema” nos obliga a mirar de frente una verdad incómoda: la demanda masculina de prostitución alimenta la red de explotación y trata de mujeres y niñas a nivel mundial.
La imagen que acompaña esta reflexión establece una lógica clara y directa:
Sin hombres puteros, no hay mujeres prostituidas.
Sin mujeres prostituidas, no hay prostitución.
Sin prostitución, no hay trata.
Este razonamiento, aunque puede parecer provocador, está respaldado por múltiples investigaciones que demuestran cómo la demanda de cuerpos feminizados para el consumo sexual es el motor que sostiene una industria multimillonaria basada en la vulnerabilidad, la pobreza, la violencia de género y la desigualdad.
Históricamente, el foco ha estado puesto en las mujeres en situación de prostitución, muchas veces criminalizadas, revictimizadas o reducidas a cifras. Pero, como bien señala la campaña, el verdadero origen del problema son quienes compran sexo: los puteros. Sin su demanda, no habría redes de captación, transporte y explotación de mujeres. Sin su dinero, no habría trata con fines de explotación sexual.
Desde una mirada abolicionista, no se trata de perseguir a las mujeres en situación de prostitución, sino de protegerlas, ofrecerles alternativas reales y dignas, y sancionar a quienes se benefician de su explotación. Esto incluye no solo a proxenetas y tratantes, sino también a los consumidores de prostitución, cuya impunidad ha sido históricamente garantizada por un sistema patriarcal y permisivo.
En este 30J, no basta con compartir mensajes en redes sociales. Es urgente exigir políticas públicas integrales, con enfoque de género y derechos humanos, que atiendan a las víctimas, prevengan la captación y desmantelen la cultura que normaliza el uso del cuerpo de las mujeres como mercancía.
Romper el silencio, incomodar al poder masculino, y señalar con claridad la responsabilidad de los puteros, es una acción política que busca justicia y reparación.
Porque sin demanda, no hay trata.
Porque sin puteros, no hay prostitución.
Porque la dignidad no se compra ni se vende.
En medio de uno de los casos judiciales más trascendentales del país, la jueza Sandra Heredia Aranda ha demostrado con firmeza que la justicia no se arrodilla ante el poder. Con valentía, criterio jurídico y un profundo sentido del deber, la jueza ha enfrentado no solo la complejidad del proceso en sus manos, sino también una serie de ataques machistas que han intentado deslegitimar su autoridad.
Desde la apertura del juicio, Heredia Aranda dejó claro que este no sería un escenario para revanchas ni intereses políticos. “No es un juicio político”, sentenció con contundencia, recordándole al país que en su sala se defiende el Estado de Derecho, no las pasiones partidistas. En un gesto que ha sido ampliamente valorado por organizaciones de mujeres, colectivos jurídicos y ciudadanía en general, la jueza hizo una introducción en la que resaltó el papel protagónico de las mujeres en la administración de justicia, recordando que "la toga no tiene género, pero sí carácter".
Su temple ha sido admirable. En una sociedad donde las mujeres en posiciones de liderazgo son constantemente puestas a prueba y se les exige más para ser tomadas en serio, Sandra Heredia ha respondido con rigor, sensatez y altura. Su llamado a mantener el respeto, el equilibrio y el sentido común ha sido una lección de ética judicial en tiempos donde la polarización amenaza con debilitar las instituciones.
Al tomar una decisión en este caso emblemático, la jueza Heredia lo hizo con total apego a la ley, sin dejarse intimidar por presiones mediáticas, políticas o sociales. Demostró que la justicia puede —y debe— ser imparcial, y que las mujeres tienen no solo la capacidad, sino también la fortaleza para liderar con excelencia y dignidad.
Sandra Heredia Aranda se convierte así en un ejemplo inspirador. Su actuar nos recuerda que la justicia no tiene rostro, pero sí voz. Y que cuando esa voz es la de una mujer valiente, firme y comprometida, resuena con aún más fuerza en una sociedad que sigue buscando equidad y verdad.
¡𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒊𝒏 𝒖𝒏 𝒓𝒆𝒅𝒊𝒔𝒆𝒏̃𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒊𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒆𝒏 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒂𝒔¡
La ternura también es política —Audre Lorde En un mundo que nos ha enseñado a competir, a desconfiar y a sobrevivir solas, la ternura es u...