Cuando algo incomoda, suele ser porque interpela. Porque obliga a mirar de frente realidades que benefician a unos y lastiman a otras. El feminismo no inventa el problema: lo hace visible. Y eso, para quienes nunca tuvieron que explicarse ni justificarse, resulta profundamente incómodo.
La incomodidad no es una agresión; es una oportunidad. Una invitación a revisar lo aprendido, a cuestionar lo heredado y a entender que lo que fue cómodo para algunos, fue dolor cotidiano para muchas.
Esa es la razón de fondo por la que el feminismo sigue siendo necesario.
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