Darío Villanueva: “El problema está en confundir la gramática con el machismo”
Darío Villanueva, director de la RAE, reflexiona sobre la petición del Gobierno a la Academia para que realice un informe sobre el lenguaje inclusivo en la Constitución
El director de la Real Academia Española (RAE) Darío Villanueva (Villalba, Lugo, 1950) empezó la semana pasada inmerso en una polémica sobre las decepcionantes ventas en papel de la 23ª edición del Diccionario y la terminó en mitad de una tormenta por la renuencia de la RAE a abrazar el lenguaje inclusivo en la Constitución. Tras ambas controversias laten dos problemas de una institución de 305 años. Por un lado, están las estrecheces económicas, derivadas de una prolongada crisis y de una drástica reducción de la aportación del Estado. Por el otro, la imagen de sus académicos. La RAE salta a menudo a los titulares por encontronazos lexicográficos, deslices ante periodistas y otras salidas de tono de una entidad acusada de demasiado conservadora y de poco inclinada a adaptar el idioma a las realidades de la igualdad y el género.
Villanueva concedió esta entrevista el martes, mientras la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, anunciaba en el Congreso que iba a pedirle un informe para adaptar el texto de la Constitución a un lenguaje inclusivo. El director, en el cargo desde 2014, advirtió durante la charla que “el problema está en confundir la gramática con el machismo”. “Las lenguas se rigen por un principio de economía; el uso sistemático de los dobletes, como miembro y miembra, acaba destruyendo esa esencia económica. Las falsas soluciones, como las que proponen poner en lugar del ‘o’ y el ‘a’, el ‘e’, me parecen absurdas, ridículas y totalmente inoperativas”. Ayer Villanueva lamentó en conversación telefónica que Calvo hubiera echado “toda la artillería” en público y que aún no se hubiese puesto en contacto con él. “Como comprenderá, no voy a ser yo el que ande buscándola”. Y se reiteró en sus convicciones. “Ya hemos iniciado el trámite [que acabará con un pronunciamiento del pleno en octubre]. Aunque la doctrina sobre el tema es muy clara y no creo que la academia se vaya a apartar de ella. El cambio de la constitución es muy difícil; francamente, lo veo como una serpiente de verano. La reacción de Arturo Pérez-Reverte, que puso la venda antes de la herida, no ha ayudado al sosiego [el académico dio su palabra en Twitter de que dejaría la RAE si prosperaba la iniciativa]. No se conoce un caso de nadie que haya abandonado la institución y no está en cuestión el carácter vitalicio del cargo de académico”.
La corrección política es una forma de censura perversa
Pregunta. ¿Es consciente de que una parte de la sociedad ve la RAE como una institución incapaz de responder a los retos de una sociedad que cambia?
Respuesta. Lo soy, pero los tópicos son muy difíciles de desmontar. El diccionario no es elástico; hay que hacer una selección. Porque el diccionario es de todos. También hay una razonable demora temporal. Y hay palabras globo, que se usan, se hinchan y desaparecen. No estamos desfasados. Es que tenemos que ir por detrás de la sociedad. La academia no inventa, no propone, no impone, no induce el uso de las palabras, sino que recoge las que la sociedad genera. Es un problema sin solución.
CÓMO RESOLVER “UN PROBLEMA HISTÓRICO”
¿Qué opina Darío Villanueva de quienes ven como una oportunidad perdida cada vez que eligen a un nuevo académico y no es una mujer? “El mayor error de la RAE es no haber admitido cuando debió hacerse a Gertrudis Gómez de Avellaneda, y luego a Emilia Pardo Bazán. Ahora hay ocho mujeres. De ellas, 6 elegidas desde 2010. Es decir, casi a razón de una por año. Y antes de estas ocho había habido tres (Carmen Conde, Elena Quiroga y Ana María Matute). Lo cual quiere decir que la academia está intentando resolver un problema histórico. En el caso de María Moliner, que siempre se pone de ejemplo, salió Emilio Alarcos Llorach. Doña María luego no volvió a ser presentada, debido a que entró en un proceso de enfermedad. Porque, créame, hubiese entrado seguro”.
P. ¿Están las palabras más cargadas de ideología que antes?
R. La corrección política es una forma de censura perversa, que no procede del partido, del Gobierno o de la Iglesia. Es una censura difusa, que no sabemos muy bien de dónde viene, y según la cual, hay cosas que no se pueden decir. Exigen que se retire del diccionario una determinada palabra. Y cada grupo dice cuál es la palabra que no quiere que esté en el diccionario. Cuando si están ahí es porque la gente las usa. La Embajada de Japón protesta porque en el diccionario está kamikaze. Incomoda judiada. Y a los jesuitas, jesuítico, en su acepción de hipócrita. Esto no tiene fin. Llegan todos los días peticiones. La última, que hay que retirar la palabra racional, porque es una ofensa a los seres irracionales.
P. ¿Y más allá de esos ejemplos caricaturescos? ¿Atienden de un modo especial las peticiones feministas?
R. Pongo esos ejemplos porque por esa pendiente no hay freno. Pero atendemos a las cosas con sentido, claro. Hace poco hemos hecho una modificación en la quinta acepción de la palabra fácil. “Dicho de una mujer que se presta sin dificultades a mantener relaciones sexuales”. Ahora habla de una persona. ¿Por qué? Desde hace 30 años, con el cambio de hábitos, hemos encontrado ejemplos de empleo de la palabra referido a hombres.
P. Entonces no la cambian porque consideren que está mal, sino por esos ejemplos.
R. Todo lo hacemos según la documentación que tenemos. Algunos dentro de la casa consideraron, con un tono bastante poco propio de un académico, que fue “bajarse los pantalones”. Pero no es sino responder a la propia evolución de la lengua. No estamos encerrados en Numancia de una manera heroica. Ahora bien, lo que no haremos será retirar una acepción porque a alguien le moleste. El problema es hacer un diccionario solo de palabras bonitas. Las palabras sirven también para ser un canalla.
P. ¿Cuáles son sus planes en el ámbito económico?
R. Hemos creado una herramienta llamada Enclave, una plataforma integrada de servicios lingüísticos, pensada para la utilización profesional de quienes trabajan con la lengua, que somos casi todos. Además de los diccionarios, se pueden encontrar verificadores de texto y correctores ortográficos y gramaticales muy desarrollados, así como recursos educativos. La licencia individual cuesta 30 euros, aunque confiamos en que pueda ser adquirida por el Estado. Ya se lo hemos expuesto a la administración anterior y parecían inclinados; tenemos que retomar el asunto con la nueva. Con un contrato de esas características, paliaríamos la reducción de la aportación pública a la RAE. En el momento mejor, que fue 2008, aportaba el 50% del presupuesto (4,1 millones). Eso ha caído un 60%: ahora ponen el 20% de un total de 7 millones. No pretendemos recuperar la subvención de 2008, sino parte de la financiación que teníamos a través de los recursos propios. Tenemos una plantilla de 85 personas, además de los 46 académicos, que, por todo sueldo, reciben 140 euros de dietas por sesión. El problema está en sostener esa plantilla muy cualificada. Lexicógrafos, lingüistas, informáticos y administrativos; sin ellos no se puede hacer el trabajo de los académicos. Esa es la primera de las cuatro tormentas que azotan la RAE.
P. ¿Cuáles son las otras tres?
R. La segunda afecta a la fundación ProRAE. Se creó hace 25 años para el sostenimiento de la academia, la preside el Rey Felipe VI, y tiene como presidente ejecutivo al Gobernador del Banco de España. Tiene un capital de unos 17,5 millones de euros. Cuando el capital financiero rentaba como antes, eso nos proporcionaba una cantidad generosa. Ahora no es así. Cuando les presentamos Enclave como una fuente de recursos propios, solicitamos que mientras la plataforma se ponía en marcha nos aportaran la cantidad necesaria para hacer frente a nuestra difícil situación económica. Nos lo denegaron. Espero que el nuevo gobernador del Banco de España entienda el problema. Tenemos pendiente una reunión. La tercera tormenta es la de los recursos propios. La RAE generaba muchos, con la venta de sus obras. Eso también pasó: el mundo editorial ha experimentado una crisis considerable, que se ha cebado sobre todo en las obras de referencia.
Lo que no haremos será retirar una acepción porque a alguien le moleste
P. ¿Erraron al imprimir con Espasa 50.000 ejemplares del último diccionario? Apenas se han vendido 18.000 y ahora se ven obligados a mandarlos a África…
R. Las previsiones hechas sobre los datos del diccionario anterior, de 2001, fueron un error de cálculo. Pero no es nuestro solo, todos los diccionarios de las grandes lenguas han visto esa caída. Intentamos paliar este problema de ingresos con el diccionario en su versión digital, que recibe 60 millones de consultas mensuales, y cuenta con la financiación de la Obra Social de La Caixa, que esperamos renovar ahora.
P. ¿El próximo diccionario será en papel?
R. Nacerá digital. En su presentación habrá pantallas, no libros. Eso no quita para que luego imprimamos diccionarios, en plural.
Imprimir tantos diccionarios fue un error de cálculo, pero no solo nuestro
R. Eso le corresponde decidirlo a quien esté en mi lugar entonces. No solo trabajamos con ellos.
P. ¿Y la cuarta tormenta?
R. La caída de los patrocinios. Nuca hubo una gran tradición en España, pero ahora se derivan a otro tipo de actividades de índole social o deportivo. Con la crisis económica hay cada vez más que piden subvención y hay menos empresas y con menos dinero.
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