Sin liderazgo femenino en la era Trump
Miles de mujeres preparan desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero con un objetivo claro: rechazo a Trump, porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá
Sin diálogo, sin capacidad de interpretación, sin sensibilidad emocional… Donald Trump es esa persona que ha demostrado que capitalizando la ira y el odio puede convertirse en presidente de los Estados Unidos. La última rueda de prensa dejaba, aún más en evidencia, su desidia, su falta de liderazgo, su aceptación ante críticas constructivas, su carencia de tolerancia, su falta de comprensión. A muy pocos se les pasa por la cabeza la pregunta de… ¿y si, después de todo, lo hace bien? Nada. Ni un atisbo de incredulidad.
Donald Trump se ríe del mundo mientras Estados Unidos entra en crisis. Una cosa es el tipo de liderazgo que Estados Unidos haya escogido el pasado noviembre para sus próximos cuatro años y otra muy distinta el tipo de liderazgo que le convenga. Según la bióloga Helen Fisher, la habilidad verbal, la capacidad para interpretar posturas, gestos, expresiones faciales y otros signos no verbales, la sensibilidad emocional, la empatía, un excelente sentido del tacto, del olfato y del oído, la paciencia, la capacidad para pensar y hacer varias cosas simultáneas, una amplia visión contextual de las cosas (…), el talento para crear redes de contacto y para negociar (…), la preferencia para cooperar, llegar a consensos y liderar sirviéndose de equipos igualitarios… son capacidades innatas que poseen las mujeres, pero también refleja un estilo de actuación que obvia el próximo presidente de los Estados Unidos. Algo que jamás se le pasó por alto a Barack Obama.
Durante la campaña electoral, buena parte de la sociedad estadounidense recordaba a Victoria Woodhull, la primera mujer que presentó su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos en 1872 por el partido Equal Rights. Se acordaban de ella siendo conscientes de que Hillary Clinton no fue la primera, pero tampoco la segunda. “He sido más a menudo discriminada por ser mujer que por ser negra”, pronunció Shirley Chisholm el 21 de mayo de 1969 en su discurso al Congreso en Washington. Después, el 25 de enero de 1972 se convirtió en la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Nunca ganó las primarias. Las tres compartían varias cosas: la capacidad de diálogo, la determinación, la insistencia y la capacidad de alentar: “A todas las niñas: nunca duden de que ustedes son valiosas y poderosas, y que ustedes deben perseguir e ir a por sus propios sueños”, dijo Hillary Clinton.
Otra mujer mencionada en plena campaña electoral por muchos de los voluntarios que apoyaban la candidatura de Hillary Clinton era Geraldine Ferraro, la primera mujer en ser candidata a la Vicepresidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata en las presidenciales de 1984. En 1979 ya fue miembro de la Cámara de Representantes por el distrito 9 de Nueva York. Posteriormente se convirtió en embajadora de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. De ella, aún se recuerda su liderazgo y su preparación.
Con Donald Trump, Estados Unidos entra en un periodo de crisis. En una crisis política, en una crisis de liderazgo, en una crisis de valores, en una crisis de derechos. Miles de mujeres llevan preparando desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero. Con ella, también las marchas gemelas que se celebrarán en otras ciudades del país. No dejen de visualizar la página de Women's March. El objetivo es claro: rechazo. Porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá. Para muchas mujeres, Donald Trump supone un rechazo al feminismo, un rechazo a los derechos de las mujeres del país y, obviamente, actuando desde el punto de vista más autoritario. De hecho, muchos medios de comunicación, para acentuar la época que se viene —como si durante la campaña electoral no hubiesen sido lo suficientemente claros— empieza a comparar el “trumpismo” (aludiendo al concepto usado por Mar Esquembre) con el “fascismo”.
Los americanos llegaron tarde a comprender que ser mujer no era sinónimo de votar por Hillary Clinton. La era Trump arranca con una crisis que desconocemos si se profundizará con el paso del tiempo. Lo que sí sabemos es que no tendrá vuelta atrás. El activismo femenino dará paso a nuevos liderazgos, a nuevos protagonismos. Donald Trump tiene a la mayoría de mujeres en contra. Sin liderazgo femenino y sin el estilo admirado que un día impulsaron diferentes mujeres en Estados Unidos, arranca un Trump más temido que respetado.
Sin diálogo, sin capacidad de interpretación, sin sensibilidad emocional… Donald Trump es esa persona que ha demostrado que capitalizando la ira y el odio puede convertirse en presidente de los Estados Unidos. La última rueda de prensa dejaba, aún más en evidencia, su desidia, su falta de liderazgo, su aceptación ante críticas constructivas, su carencia de tolerancia, su falta de comprensión. A muy pocos se les pasa por la cabeza la pregunta de… ¿y si, después de todo, lo hace bien? Nada. Ni un atisbo de incredulidad.
Donald Trump se ríe del mundo mientras Estados Unidos entra en crisis. Una cosa es el tipo de liderazgo que Estados Unidos haya escogido el pasado noviembre para sus próximos cuatro años y otra muy distinta el tipo de liderazgo que le convenga. Según la bióloga Helen Fisher, la habilidad verbal, la capacidad para interpretar posturas, gestos, expresiones faciales y otros signos no verbales, la sensibilidad emocional, la empatía, un excelente sentido del tacto, del olfato y del oído, la paciencia, la capacidad para pensar y hacer varias cosas simultáneas, una amplia visión contextual de las cosas (…), el talento para crear redes de contacto y para negociar (…), la preferencia para cooperar, llegar a consensos y liderar sirviéndose de equipos igualitarios… son capacidades innatas que poseen las mujeres, pero también refleja un estilo de actuación que obvia el próximo presidente de los Estados Unidos. Algo que jamás se le pasó por alto a Barack Obama.
Durante la campaña electoral, buena parte de la sociedad estadounidense recordaba a Victoria Woodhull, la primera mujer que presentó su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos en 1872 por el partido Equal Rights. Se acordaban de ella siendo conscientes de que Hillary Clinton no fue la primera, pero tampoco la segunda. “He sido más a menudo discriminada por ser mujer que por ser negra”, pronunció Shirley Chisholm el 21 de mayo de 1969 en su discurso al Congreso en Washington. Después, el 25 de enero de 1972 se convirtió en la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Nunca ganó las primarias. Las tres compartían varias cosas: la capacidad de diálogo, la determinación, la insistencia y la capacidad de alentar: “A todas las niñas: nunca duden de que ustedes son valiosas y poderosas, y que ustedes deben perseguir e ir a por sus propios sueños”, dijo Hillary Clinton.
Otra mujer mencionada en plena campaña electoral por muchos de los voluntarios que apoyaban la candidatura de Hillary Clinton era Geraldine Ferraro, la primera mujer en ser candidata a la Vicepresidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata en las presidenciales de 1984. En 1979 ya fue miembro de la Cámara de Representantes por el distrito 9 de Nueva York. Posteriormente se convirtió en embajadora de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. De ella, aún se recuerda su liderazgo y su preparación.
Con Donald Trump, Estados Unidos entra en un periodo de crisis. En una crisis política, en una crisis de liderazgo, en una crisis de valores, en una crisis de derechos. Miles de mujeres llevan preparando desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero. Con ella, también las marchas gemelas que se celebrarán en otras ciudades del país. No dejen de visualizar la página de Women's March. El objetivo es claro: rechazo. Porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá. Para muchas mujeres, Donald Trump supone un rechazo al feminismo, un rechazo a los derechos de las mujeres del país y, obviamente, actuando desde el punto de vista más autoritario. De hecho, muchos medios de comunicación, para acentuar la época que se viene —como si durante la campaña electoral no hubiesen sido lo suficientemente claros— empieza a comparar el “trumpismo” (aludiendo al concepto usado por Mar Esquembre) con el “fascismo”.
Los americanos llegaron tarde a comprender que ser mujer no era sinónimo de votar por Hillary Clinton. La era Trump arranca con una crisis que desconocemos si se profundizará con el paso del tiempo. Lo que sí sabemos es que no tendrá vuelta atrás. El activismo femenino dará paso a nuevos liderazgos, a nuevos protagonismos. Donald Trump tiene a la mayoría de mujeres en contra. Sin liderazgo femenino y sin el estilo admirado que un día impulsaron diferentes mujeres en Estados Unidos, arranca un Trump más temido que respetado.
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