Diana Duque Muñoz,
«Cuando los hombres del mundo se abran al modo en que las mujeres ven las cosas y lo agreguen a su modo de verlas, entonces tendremos un mundo mejor»
Vigdís Finnbogadóttir, primera mujer electa como presidenta de un país (Islandia) por voto popular en el mundo.
Cuando Vigdis decía esto, se refería a que las mujeres suelen tener una mirada del mundo en la cual importa más el «nosotros» y es desde ese sentido del bien colectivo que ellas toman las decisiones. Comentaba que en Islandia, su país, decidieron dejarle a las mujeres la toma de decisiones financieras del Estado, luego de una crisis económica en la que las malas decisiones de 20 banqueros que llevaron a la quiebra al país. Entre ellos sin embargo, destacó una mujer, cuyas decisiones generaron admiración, tras lo cual se dieron cuenta de que había pensado en el bien común y no solo en el personal. Y añadía: descubrimos que si ellas toman el poder, generalmente van a querer acabar las guerras y construir una sociedad mejor para sus hijos e hijas, y por lo tanto, no van a tomar las decisiones solo desde su interés personal, sino más basadas en la búsqueda del bien colectivo.
En ese momento, sentí que quizás era muy romántica la idea, e incluso comprendí que muchas pudieran reclamar, diciendo que no merecen estar en espacios de poder porque sean mejores, o acepten la carga de salvar al mundo, sino simplemente por equidad. ¡Por derecho!. Y hubieran generado un cuestionamiento en la que dicha «romantización» fuera criticada como una forma más de generarle cargas a las mujeres, así como en otros tiempos la sumisión y la castidad parecían valores, cuando en realidad eran tácticas de represión y dominación.
Y una vez me di cuenta de mis propios pensamientos, me pregunté si en la búsqueda de liberarnos de dicha dominación, no nos habrá pasado a algunas que en parte terminamos tomando por inferior los aportes que las mujeres han hecho a la historia humana y su forma de ver el mundo; dejando con ello también en una categoría inferior esto y exaltando como ideal comportamientos basados en la imposición de la fuerza, tales como ese individualismo que solo busca el bien personal por encima del colectivo. Me dije que quizás estaba equivocada en mi lectura, porque si bien las mujeres estamos cansadas de la romantización como una estrategia de manipulación y sumisión; también es cierto que de hecho, nunca hemos querido ser iguales a los hombres en cuanto a los comportamientos que nos llevaron a cuestionar su orden social… por ejemplo la justificación de la guerra y la sumisión de otros, como una forma de dominio y de ver al mundo.
Recordé a la antropóloga austriaca Riane Eisler en El Caliz y la Espada, cuando decía que el inicio de la guerra estuvo en el cambio de paradigma bajo el cual se dejó de ver a la tierra como una madre-diosa de la cual veníamos y ante la cual éramos pequeñas criaturas, y empezamos a creernos con derecho a manipular sus ciclos y tomarla como propiedad. Una propiedad qué defender y en la cual radicarse, generando así la acumulación de territorios y las guerras por conquistarlos. Y de paso, ya que el cuerpo de las mujeres era una muestra en pequeño de los ciclos de la tierra, se convirtió también en una propiedad sometida, y el ser mujer así como los aportes de las mujeres a la sociedad; en una categoría social inferior.
Nuestras luchas han sido diversas, pero tienen algunos denominadores comunes como la búsqueda de la equidad, el respeto, la igualdad de derechos, la libertad, la autonomía y la ciudadanía plena. Nunca hemos querido realmente menospreciar los aportes tradicionalmente femeninos que cuidan, dan amor, desautorizan la guerra y la sumisión y dan mayor importancia al nosotros como una forma de ver el mundo. Hemos querido, contrario a esto, crear una estructura social que nos ayude a terminar esta era en la que el ser humano se convirtió en una plaga destructora de la vida y la dignidad en todas sus formas. Claro, sin que esto sea una imposición basada en género, sin que quede vedado el derecho a determinar la propia forma de vivir como un ejercicio desde la libertad y no como un deber ser.
Sin embargo, ha sido tan desvirtuada esta propuesta femenina de ver al mundo, que incluso a nosotras mismas nos ha terminado sonando romántica y pesada, ilusa y densa. Cuando en realidad lo que necesitamos es evaluar a la par de la inequidad de género, la réplica de este modelo en cada aspecto de la vida, la cultura y la política mundial. Modelos convulsos que nos piden a gritos un cambio.
Ese cambio está sin duda en volver a mirarnos y concebirnos como sociedades igualitarias, en las cuales tanto lo femenino como lo masculino, se forje desde la libertad, el respeto y la dignidad.
Nunca fue entonces una búsqueda por cambiar la forma en que se impuso el patriarcado (de hombres dominando mujeres a mujeres dominando hombres), sino en el desmonte del mismo en toda su expresión.
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