Yo no me siento discriminada
Queda mucho por hacer para eliminar las dificultades con las que nos encontramos las mujeres en ciencia y no debemos ignorarlas. Progresar en igualdad depende de la conciencia como agentes de cambio que tengamos sobre cada desafío que aparece en este aspecto. Esa es la clave, detectar las situaciones discriminatorias.
Cuando la bioquímica María Elisa Terrón comenzó a escribir su ensayo para un concurso sobre cómo cerrar la brecha de género en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, STEM (Terrón, 2019), pensaba que ella misma no había experimentado discriminación en su trayectoria académica por ser una mujer. Sus padres nunca le dijeron que no podría lograr ciertas cosas por ser una chica. Su padre le decía que su trabajo más importante era criarla para que fuera saludable, feliz e independiente. En sus estudios tampoco fue consciente de ningún trato diferente al de sus compañeros.
Sin embargo, cuando habló con colegas, amigos y desconocidos para recabar información sobre la llamada brecha de género, Terrón se dio cuenta de que ella también había tenido experiencias relacionadas con los estereotipos de género que, todavía hoy, continúan vigentes. Esta reflexión a la luz violeta de un criterio igualitario requiere una actitud desafiante y exige un ejercicio consciente de análisis de patrones naturalizados.
La autora del ensayo había pasado por alto vivencias ofensivas o vejatorias sobre ella misma o sobre otras mujeres porque las achacaba a incompetencia y, muchas veces, a inercias. Pero, incluso cuando esas dos explicaciones sean ciertas, no justifican que se sigan produciendo comportamientos sesgados y mucho menos, que los permitamos; la incompetencia y la ignorancia, aun sin intención, no son ninguna excusa para discriminar a nadie. Todos merecemos sentirnos seguros y estar seguros en nuestro lugar de trabajo. Es necesario quitarse las anteojeras, refutar conceptos erróneos y dejar de ser complacientes con la mediocridad.
María Elisa propone un juego para entrenar esa mirada crítica que ella no tuvo en aspectos de género cuando estudiaba; se trata de diez preguntas que debemos contestar con honestidad:
- ¿Has visto a alguna mujer a la que han “saltado” para una tarea para la que tenía formación suficiente y que, sin embargo, se le asignó a un hombre menos preparado?
- ¿Alguna vez te han dicho que la ropa que llevas al trabajo no es apropiada cuando a tus compañeros varones se les permite usar lo que quieran?
- ¿Ha sido testigo de la falta de adaptaciones necesarias basadas en las necesidades de todos los géneros: baños, laboratorios, uniformes, etc.?
- ¿Alguna vez te han preguntado si planeas quedarte embarazada pronto, con la indirecta de que será una distracción para tu desarrollo profesional?
- ¿Has sido víctima o testigo de acoso? ¿La reacción del supervisor ha sido decirle a la víctima, casi siempre una mujer, que necesita evaluar los hechos, no los sentimientos?
- ¿Te han dicho “Mujer, tranquila, estás histérica”, cuando te defendiste ante un hombre por sus palabras o por sus actos?
- ¿Has sido testigo de cómo felicitan a un hombre cuando una mujer –alumna suya, becaria, trabajadora en su departamento…– alcanza un éxito, por ser él “quien le hizo triunfar”?
- ¿Has experimentado la superioridad y condescendencia de alguien que nunca se ha puesto en tu piel, pero que te dice lo que eres y lo que piensas? ¿O alguna experiencia desagradable que tuviste, pero no ellos, y te dicen que es “agua pasada”? ¿Algún mansplaining?
- ¿Alguna vez te han dejado fuera de una discusión en el trabajo porque “no lo ibas a entender” en lugar de darte la información necesaria para participar en ella?
- ¿Has encontrado algún indicio de represalia después de plantear una inquietud sobre algún tema de adaptación, de manera de trabajar, de organización, etc.?
Si has dicho sí en alguna de estas preguntas es que has vivido las microagresiones que obstaculizan el avance de las mujeres en cualquier ámbito, aunque aquí tratemos las profesiones STEM. Una manera de hacer visibles estas barreras es elaborar más preguntas parecidas a las anteriores; es un buen ejercicio tanto para hombres como para mujeres. La brecha de género es real y el problema es de todos. No estamos ante una moda para conseguir seguidores o una tendencia para abrir debates o charlar en la sobremesa familiar.
Se han promulgado leyes de derechos civiles para ayudar a reducir y penalizar las formas manifiestas de discriminación. Sin embargo, persisten prácticas subversivas de desigualdad. Es posible que muchos comportamientos inaceptables hacia las mujeres se lleven a cabo sin intención, pero reconocer el error y subsanarlo, una vez que se toma conciencia de él, sería un buen punto de partida hacia la igualdad real. Actuar como si nada hubiera pasado no debería ser una opción.
Sabemos que menos del 30 % de los investigadores en el mundo son mujeres (UNESCO, 2019). El escaso número de mujeres en profesiones muy atractivas en cuanto a estabilidad, perspectiva salarial y promoción, como lo son la gran mayoría de las STEM, es un problema social que hunde sus raíces en cuestiones amplias de estereotipos y en razones aparentemente tan inocuas como un maestro que le dice a una niña que no vale para las matemáticas. Es más difícil conocer qué sucede dentro de casa, pero es evidente lo que ocurre fuera y es preocupante el silencio ante situaciones discriminatorias. Para avanzar en inclusión es fundamental evitar la complicidad de las masas que miran hacia otro lado ante los problemas de discriminación. No avanzamos como sociedad si perdemos talento y aportaciones intelectuales por atender a prejuicios y falsas creencias. Necesitamos crear un entorno amable para todos los géneros.
María Elisa sugiere tres formas de cerrar la brecha de género en STEM: crear conciencia, reestructurar el sistema y tener siempre delante la lista de cosas que hay que dejar de hacer. Aunque muchas carreras STEM se desenvuelven en entornos empresariales o comerciales, si queremos formación y los cuestionados títulos, todos pasamos por alguna institución académica; éstas son responsables de las reglas del juego para los estudiantes de diferentes géneros al proporcionar un contexto idealmente libre de discriminación. Con iniciativas de concienciación por parte de asociaciones, grupos comprometidos en acabar con la brecha, divulgación, etc., podemos fomentar un entorno en el que las mujeres colaboren entre ellas en lugar de competir de forma tóxica. Siempre es un buen inicio hablar sobre los motivos de la brecha de género porque ayuda a lograr claridad y buscar formas de mejorar.
Hay que replantearse, no sólo el ingreso de mujeres en STEM, sino la retención de estas alumnas y la finalización de sus estudios. Si atendemos a los datos, es preocupante la caída del porcentaje de mujeres en ciencia del 30 % en la franja de 25 a 35 años al 20 % entre 45 y 60. Esto puede explicar también el escaso número de mujeres en puestos de responsabilidad (Hewlett et al, 2008).
En cuanto al segundo punto, la reestructuración del sistema, es importante contar con estrategias a corto y largo plazo para que los responsables elaboren planes de estudios que cambien las convenciones sociales. No es cuestión de imponer metas porcentuales para la matrícula de mujeres en STEM porque al hacerlo descuidamos la experiencia de cada persona durante su formación, incluido su crecimiento profesional, retención y finalización. Señala Terrón que la reestructuración comienza desde el momento en que se matriculan estudiantes que después serán investigadoras o profesionales STEM. Pero sería bueno que el sistema mejorara desde la educación infantil, pasando por todas las etapas en las que los estereotipos de género siguen estando presentes. También sería conveniente implementar un sistema de recogida de datos transparente que siga el progreso de las futuras profesionales en lugar de focalizarse en hacer que las instituciones cumplan ciertos criterios estadísticos. Es necesaria la existencia de organismos imparciales externos para repartir y recoger cuestionarios anónimos y objetivos a las alumnas, analizar los datos en el menor tiempo posible y devolver estadísticas y productos específicos a las instituciones.
Por último, María Elisa habla de una lista de las cosas que deben dejar de hacerse. El motivo es que los cambios deben ser rápidos, tangibles y permanentes, de modo que no haya posibilidad de retroceder en función del clima político. Con esta lista deberíamos poder observar cambios en un corto plazo, mientras se sigue trabajando en la interiorización de la igualdad y en la reestructuración del sistema. ¿Qué debe incluir esta lista de cosas que hay que dejar de hacer? Podemos sugerir algunas: repetir prejuicios sobre capacidades diferentes en hombres y mujeres, culpar a las víctimas, mantener un silencio cómplice, etc.
Muchas veces hay problemas de discriminación de género ocultos bajo el mantra de “así son las cosas” o “es como se ha hecho siempre”. Para terminar: cualquier persona puede sufrir abusos y discriminación; el género no es un escudo completo. Se necesitan miradas entrenadas para ser inclusivos con otros colectivos vulnerables. Esta forma de pensar, de replantearse estereotipos, de estar atentos a injusticias, queda bajo el paraguas del sentido crítico, de la determinación de cada uno por filtrar lo que no está bien aunque siempre se haya hecho así. Es cuestión de intención y práctica, y los beneficios son, además de abundantes, justos.
Referencias
- Hewlett SA, Buck Luce C, Servon LJ, Sherbin L, Shiller P, Sosnovich E, Sumberg K (2008). The Athena Factor: Reversing the Brain Drain in Science, Engineering, and Technology. Harvard Business Review
- Terrón ME (2019). Eliminating the Complicity of the Masses: What Gender Gap? The female Scientist
- Unesco (2019). Women in Science
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Esperamos sus comentarios