EL BLOG
Machismo: el 'arte'de menospreciar
con el menor número de palabras posible
ALEUTIE VIA GETTY IMAGES
Una de mis mejores amigas suele decir que el machismo
perfeccionó el arte de insultar con
el menor número de palabras posible.
Recuerdo el comentario cuando leo un mensaje que llega a
mi blog y en el que alguien me felicita por mi buen análisis sobre las
películas de terror. "Escribes de maravilla ¡Como si fueras un
hombre!" dice mi invisible interlocutor, en un obvio intento de halagarme
que solo logra dejarme rígida de furia. Con todo me contengo y respondo con
fría neutralidad. "¿A qué se refiere?". "Ah bueno, es que las
mujeres no saben nada de películas del género. ¡Tú sí y eso me sorprende".
Leo el pequeño párrafo con los ojos entrecerrados. Resume no solo esa noción
sobre la mujer que se tiene mi país —que va desde una figura ideal y carente de
verdadero sustancia al estereotipo más esquemático— sino también, los
clarísimos prejuicios que aún pesan sobre lo femenino.
Mi comentarista aparentemente bienintencionado no es un
caso aislado y mucho menos un fenómeno cultural latinoamericano. Hace un par de
semanas, la futbolista Ada Hegerberg tuvo que soportar que el DJ y
productor francés Martin Solveig le cuestionara sobre "si sabía
perrear" en plena gala del Balón de Oro. El evento, que además de
reconocer el talento de Hegerberg deseaba destacar el logro histórico de la
deportista (la primera mujer en obtener el galardón), quedó empañado por la
frase de Solveig, a la que Hegerberg contestó con un tajante "no".
Toda mujer ha recibido en
alguna ocasión un comentario condescendiente, una burla sutil a su esfuerzo y
trabajo.
Poco después Solveig se disculpó, pero incluso entonces,
no pareció entender muy bien el motivo por el que su comentario había resultado
incómodo y fuera de lugar. "Solo bromeaba", intentó aclarar y de
hecho, en las redes sociales, un considerable número de hombres parecía
sorprendido por la "exagerada reacción" que había despertado una "broma de mal
gusto". Por supuesto que para Hegerberg no se trató solo de eso: desde
entonces, la futbolista deja claro en todas sus entrevistas que le realizan que
a las únicas preguntas que responderá será "sobre fútbol".
El menosprecio a la inteligencia y al talento femenino no
es un fenómeno que sea sencillo de explicar en una cultura que normalizó el
comportamiento hasta considerarlo aceptable. Después de todo, la mujer debe
enfrentar el hecho que la sociedad tradicional asimila su imagen y
comportamiento desde un constante juicio de valor en la que tiene todas las de
perder.
Hace unos años, la escritora Rebecca Solnit analizó esa
presión recurrente sobre la opinión femenina en su ensayo "Los hombres me explican cosas" —origen del
término "mansplaining"— en el que la autora reflexiona sobre la
percepción distorsionada acerca de la capacidad intelectual femenina, dentro de
una sociedad que asume su desempeño de manera prejuiciada.
Solnit mira ese desprecio directo hacia la mujer que
piensa, crea y se desempeña con eficiencia en los mismos espacios masculinos
como un síntoma de una cultura que asume la discriminación como un mal necesario,
e incluso, una eventualidad sin importancia. La mujer no disfruta del
reconocimiento integral a su inteligencia, el valor de lo que crea y lo que
resulta más preocupante, lo que comprendemos como parte de esa imagen ideal
femenina que se hereda de generación en generación. Un legado histórico
insustancial.
No tengo dudas que todas las mujeres saben el motivo por
el cual Ada Hegerberg se enfureció ante la pregunta fuera de lugar de Martin
Solveig. Toda mujer ha recibido en alguna ocasión un comentario condescendiente,
una burla sutil a su esfuerzo y trabajo. Una percepción sobre un mundo limitado
y restringuido, que parece dejar muy claro, que su contraparte masculina se
encuentra en una esfera distinta, totalmente inaccesible para la mujer
promedio.
Algo parecido debió pensar la actriz Rachel Weisz cuando
al ganar el premio Gotham Awards por su actuación en la película The Favourite (Yorgos
Lanthimos -2018) se le preguntó "¿Qué se siente al tener que trabajar con
otras actrices en plató?". Weisz, que comparten escena y créditos con un
elenco coral que incluye a Emma Stone y Olivia Colman, permaneció unos minutos
en silencio antes de contestar semejante despropósito.
Para la actriz —que ya ha tenido que enfrentar
comentarios machistas sobre su edad y el hecho de convertirse en madre en la
cuarta década de su vida— apeló a su proverbial buen humor para dejar claro el
doble estándar que los hombres no deben soportar: "Espero que algún día no
muy lejano no se nos pregunte sobre qué se siente al compartir pantalla con
otras mujeres. No creo que le preguntes eso a los hombres, aunque me podría
equivocar", comentó con una sonrisa pero un tono contundente que no dejaba
dudas sobre su malestar.
La astrofísica Amber Roberts
tuvo que enfrentar la noción del machismo en detrimento de su inteligencia en
una escena pública que se convirtió en viral.
Después de episodios semejantes, te preguntas con
frecuencia qué ocurre con el concepto de la feminidad en un mundo que lo
menosprecia de origen. En una cultura donde la mujer parece siempre se
subestima en favor de una interpretación histórica que se conserva a pesar de
la evidencia. Y el problema parece ser aún más grave: la identidad de la mujer se ve
sometida a toda una serie de
reconstrucciones y presiones que sin duda provienen de esa noción sobre el sexo
"débil". La mujer que debe ser cuidada, protegida. La mujer frágil
que debe ser aconsejada y cuya opinión debe interpretarse siempre a medias.
"Si pudieras desmelenarte con tus amigas este 8 de
marzo, lejos del trabajo, ¿cuál sería tu noche perfecta?" le preguntaron a
Theresa May durante la celebración del día de la mujer de este año. La líder
política británica —figura prominente del Partido Conservador y primera
ministra del Reino Unido— pareció desconcertada durante unos minutos antes de
responder con una sonrisa forzada al frívolo cuestionamiento: "Nunca lo he
pensado porque el Día Internacional de la Mujer está centrado en cómo
afrontaremos la violencia de género, así que creo que no tendré tiempo de tener
a mis chicas cerca y pasar una noche juntas, tal y como planteas", dijo
con su habitual practicidad, con una demostración.
También la astrofísica Amber Roberts tuvo que enfrentar
la noción del machismo en detrimento de su inteligencia en una escena pública
que se convirtió en viral. Hace unos meses narró en Twittercómo un desconocido se burló de ella
por llevar dos computadoras portátiles al hombro al viajar. "¿Para qué las
necesita?", le cuestionó en ante un coro de risas masculinas. Roberts no
se amilanó: "Bien, uno es para mi trabajo en astrofísica y otro es para mi
investigación en inteligencia artificial", respondió Roberts con el
habitual aplomo amable que la hecho una figura reconocida y apreciada en redes
sociales.
No lo dudo: La mujer ha recuperado gradualmente su nombre
y lugar en la historia. Luego de años de invisibilidad y sobre todo de
menosprecio de una sociedad que hasta hace menos de dos siglos debatía sobre la
existencia del alma femenina, ha logrado construir un concepto a la medida de
sus aspiraciones. Pero aún así sigue enfrentando el prejuicio mínimo, ese que
parece resistir el peso de la evidencia sobre la identidad femenina como algo
más que una abstracción cultural. Una batalla diaria para construir una
impronta personal.
* Este contenido representa la
opinión del autor
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