La soledad de las colombianas
.Colombia es una sociedad mayoritariamente de mujeres, son el 51,2 % del total de la población
No hay disculpa aceptable para que la diferencia en salarios de las mujeres con los hombres sea en promedio 17 por ciento, dice la autora.
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Por: Cecilia López Montaño
Acaban de salir los datos ajustados del censo de la población colombiana del 2018 y, como es normal, las cifras son superiores a las presentadas inicialmente por el Dane, algo que siempre sucede con los censos.
Somos 48,2 millones de colombianos y este número tranquiliza a muchos que con razón mostraron dudas sobre los datos iniciales que correspondían a quienes fueron realmente censados, 45 millones de personas. El trabajo de la comisión de expertos junto con el Dane, y a partir de información de las encuestas que realiza periódicamente esta entidad, llegaron a estos últimos resultados.
El solo análisis preliminar de esta valiosa información muestra una realidad innegable: hay un cambio sustantivo en la vida de las mujeres de este país.
La realidad demográfica
Se consolida una verdad que ya era evidente pero que ahora es incuestionable. Colombia es una sociedad mayoritariamente de mujeres, somos el 51,2 por ciento del total de la población, un aumento respecto al censo del 2005: hoy hay 412.000 mujeres más que hombres en nuestro país.
Pero además, también se ratifica que las mujeres están más educadas que los hombres, y su entrada a estudios universitarios debe mostrar un crecimiento significativo porque en el grupo de edad de 18 a 24 años, ellas son una proporción mayor que los hombres.
No debe sorprender, dadas estas cifras, que se siga reduciendo la tasa de fecundidad, es decir, el número de hijos por mujer, de manera que el tamaño de las familias en el país es de solo 3,1 miembros.
Este proceso empezó desde mediados del siglo XX y allí fueron claramente protagonistas las mujeres que tomaron esta decisión, a pesar de los hombres y de la Iglesia, que no veía con buenos ojos el control de la natalidad. Que quede claro: Colombia jamás ha tenido una política explícita de población, sino que ante la demanda de las mujeres, más urbanas y más educadas, y la oferta de servicios de Profamilia, el Estado, para no pelear con la Iglesia, se hizo el de la vista gorda y permitió el acceso masivo de las mujeres a servicios de control natal.
Mujeres colombianas en avanzada es la cara positiva de esta nueva realidad demográfica del país. Pero es necesario ver la otra cara de la moneda.
La desigualdad se mantiene
Ya ni siquiera el 30 por ciento de cuota o incluso la paridad son suficientes: somos más que los hombres y estamos más educadas que ellos, y, sin embargo, la desventaja es inmensa en todos los aspectos que tienen que ver con las posibilidades reales de igualdad de género.
No hay disculpa aceptable para que la diferencia en salarios sea en promedio 17 por ciento; que nuestra presencia en los niveles de poder sea infinitamente menor que la de los hombres; que en la política los techos de cristal sean evidentes; más aún, que la reacción de muchos hombres cuando se enfrentan a mujeres fuertes y sólidas profesionalmente siga siendo descalificadora y, por consiguiente, ofensiva.
Amplios sectores masculinos aún no logran entender que la necesidad de compartir espacios bien ganados y con mucho esfuerzo por parte de las mujeres llegó para quedarse.
Pero lo que más amerita una profunda reflexión es el hecho de que el 40,7 por ciento de los hogares colombianos tienen jefatura femenina. Es decir, esas familias, esos hijos y, en casos que serán crecientes, la vida de adultos mayores están bajo la responsabilidad solo de la mujer.
Las responsables del hogar
Definitivamente, Colombia es un país de padres ausentes y son las mujeres las que tienen que asumir los compromisos de sacar la familia adelante.
Pero hay algo muy serio detrás de estas cifras que hasta ahora pasa inadvertido o se toma como un problema individual de cada una de las mujeres: la soledad de las colombianas.
Lo que este 40,1 por ciento que era 29,9 por ciento en el 2005 significa es que ha crecido exageradamente el número de mujeres que tienen que afrontar sin el apoyo directo de un hombre la responsabilidad de su hogar.
Se habla mucho de que las nuevas generaciones de hombres son menos machistas, son mejores padres que las generaciones anteriores.
Sin duda debe ser verdad, pero ¿por qué el número de hogares con jefatura femenina ha crecido tanto en la última década? ¿Dónde están los padres de estos hijos? Seguramente en un nuevo hogar, pero dejando atrás su familia anterior, por lo que esa mujer queda afrontando el día a día sin un apoyo permanente y directo. Si esto no es soledad, ¿qué es entonces?
Las mujeres mayores
Lastimosamente, este no es el único indicador de la soledad que afrontan las mujeres en Colombia.
Las pocas mujeres que llegan a niveles de poder también están solas porque sigue existiendo la incapacidad en muchos hombres de aceptar el liderazgo femenino; además, la solidaridad de género sigue siendo una cualidad más masculina que femenina.
No hay que olvidar otra soledad aún más dolorosa de la que no se habla: la de las mujeres viejas, porque ellas no son adultos mayores, sino simplemente viejas.
Su baja participación en el mercado laboral y su mayor expectativa de vida son una sentencia: en sus últimos años de vida muchas colombianas van a estar solas, pero además, serán la mayoría de los indigentes dentro de los adultos mayores. Las cifras lo demuestran.
Solo un poco más de la mitad de las mujeres en Colombia en edad de trabajar son económicamente activas, es decir, tienen un empleo o están en busca de trabajo, mientras que la proporción masculina llega al 70 por ciento.
A esto hay que sumarle que las mujeres viven en promedio seis años más que los hombres, y como solo alrededor del 30 por ciento ha logrado tener autonomía económica, una gran mayoría no logra ahorrar para la vejez recursos que deberían durar más tiempo que a los hombres, solo por ser más longevas.
La economía del cuidado
En esta realidad de la vida de las mujeres existe otro tema que tampoco adquiere la importancia que debería, y que amerita acción por parte de la sociedad y del Estado.
Se trata de esas tareas de cuidado de los miembros de la familia, porque todos lo requieren, no solo los enfermos, los niños y los ancianos, y de las tareas del hogar, que siguen siendo su responsabilidad sin que existan alternativas que les alivien esa carga, y que los hombres no logran reconocer como su obligación.
Lo dijo el director del Dane: llegó la hora de abordar el tema de la economía del cuidado, es decir, aquellas tareas que asumen las mujeres sin reconocimiento ni remuneración y que pueden ser realizadas por terceros.
Estas últimas cifras del censo demuestran la urgencia de distribuir estas cargas que tanto en Colombia como en México, Ecuador, Perú y otros países de la región se han medido y representan alrededor del 19 y 20 por ciento del PIB. Es decir, con ese trabajo invisible las mujeres aportan más que cualquier otra actividad reconocida como productiva en todos estos países.
En términos de calidad de vida, esta carga implica la no existencia del ocio, de tiempo libre para socializar, para estudiar y, sobre todo, para tener actividades remuneradas.
Alguien tiene que asumir ese cuidado y, tristemente, no se ha roto esa vieja y desactualizada construcción de que las mujeres son las cuidadoras y los hombres los proveedores; y como en el 40 por ciento de los hogares colombianos ellos no están, las mujeres son proveedoras y cuidadoras.
Sin tiempo para ellas
El conjunto de viejas y nuevas situaciones que viven las mujeres en Colombia resulta en una indolente soledad.
Parte de esa soledad depende de factores culturales, algunos propios de la vida urbana, pero hay algunos de ellos que sí pueden y deben ser abordados por la política pública.
El primero tiene que ver con el reconocimiento de la economía del cuidado como un nuevo sector productivo, que genera tanto dinámica económica como igualdad de género al quitarles este peso a las mujeres y distribuirlo entre el Estado, el mercado y otros miembros de la familia.
Más tiempo para el ocio, para estudiar y, sobre todo, para ganar autonomía económica, factores que pueden aplacar la soledad.
Colombia está ad portas de ser el primer país en mostrar cómo esta decisión aceleraría el crecimiento económico y les mejoraría la vida a las mujeres, y México y Ecuador seguirían este ejercicio.
De adoptarse estas estrategias se podrían implementar políticas de seguridad social en sus dos dimensiones: para las jóvenes, al quitarles el peso del cuidado y liberarles tiempo para el trabajo remunerado, podrían construir esa base económica para la vejez; para las de mayor edad, si se reconocen sus demandas específicas, la realidad de su soledad y de su pobreza, las políticas dirigidas al adulto mayor podrían mejorar significativamente su calidad de vida y sus ingresos.
El censo del 2018 muestra la situación de las mujeres en Colombia, tanto en su vida productiva como en su vejez. Una gran mayoría se enfrenta a la soledad con las inmensas consecuencias que esa situación genera.
Además, existe la gran posibilidad de una vejez en estado de indigencia. Parafraseando el recordado discurso en Estocolmo en 1982, “ojalá que las mujeres tengamos, por fin y para siempre, una segunda oportunidad sobre la Tierra”.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
Para EL TIEMPO
cecilia@cecilialopez.com
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