EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS, EL TRABAJO DE CUIDADO NO HACE CUARENTENA
La propagación del COVID-19 y la declaración de la situación de pandemia
global, ha llevado a los gobiernos del mundo a tomar medidas de distinto tipo,
nivel de exigencia y temporalidad, para atender la emergencia sanitaria. Estas
acciones incluyen recomendaciones de aislamiento social preventivo, que en
algunos países se impone con carácter obligatorio y estricto en su
cumplimiento. Para lograrlo, además de la cancelación de eventos masivos
(deportivos, culturales, sociales), se ha decidido la suspensión de clases en
los distintos niveles educativos, y con mayor o menor intensidad según los
casos nacionales, la interrupción total o parcial de buena parte de las
actividades económicas.
En el caso de Argentina, la medida de aislamiento social, preventivo y
obligatorio, que rige desde el 20 de marzo de 2020, ha implicado que un gran
número de actividades económicas se vean suspendidas y otras (las consideradas
esenciales) reducidas a un mínimo funcionamiento. Sin embargo, en este
escenario de temor por la progresión de los contagios y de preocupación por la
caída de la producción, las
actividades de cuidado se han visto intensificadas. Pues, ni las tareas que se realizan en la esfera pública ni las
que se efectúan al interior de los hogares dejan de funcionar. Por el
contrario, todas ellas son las encargadas, en primera línea, de enfrentar al
COVID-19 y de amortiguar los efectos económicos y sociales de la crisis que
conlleva.
En la esfera pública, entre los servicios declarados esenciales en la
emergencia, por el decreto que establece el aislamiento social obligatorio, se
incluyen: la salud humana; la asistencia a personas con discapacidad, personas
mayores, niños, niñas y adolescentes; los servicios sociales brindados en
comedores escolares, comunitarios y merenderos; los servicios de lavandería;
entre otros. Todas estas actividades cuentan con la particularidad de estar altamente
feminizadas en su composición y de ser de las que se desarrollan en peores
condiciones y con más bajas remuneraciones.
Por su parte, al interior de los hogares, en este contexto se observa
una sobrecarga de tareas domésticas y reproductivas: mantener el aseo y
limpieza de la casa (que en crisis sanitaria implica extremar la
higienización); cuidar y entretener a los niños y niñas pequeñas, cuidar de los
adultos mayores, puesto que incluso los que no presentaban dependencia en otras
situaciones ahora son la población más vulnerable frente al virus; garantizar
la continuación de los procesos educativos de los niños, niñas y adolescentes
haciendo las veces de co-docente ya que se ha resuelto que continúen el proceso
de enseñanza- aprendizaje de manera virtual.
A esto se le suma la tensión en los casos en que el trabajo remunerado
puede continuarse a través del teletrabajo. En este sentido, se observa una
presión sobre les trabajadores asalariados para sostener la producción y la
productividad a “como dé lugar”, sin consideraciones sobre las
responsabilidades de cuidado incrementadas y las dificultades aún mayores para
compatibilizar ambas dimensiones del trabajo.
Adicionalmente, el Covid-19 expone con contundencia las desigualdades y
las profundiza. Por un lado, la propia condición de aislamiento social se
vuelve más difícil en contextos habitacionales precarios, en barrios populares
donde la propia noción de distancia es difícil de mantener, y dónde “quedarse
en casa” puede ser más riesgoso que no hacerlo. Por otro lado, las
posibilidades de resolver las necesidades de cuidado en contextos materiales
precarios son aún más difíciles y demandan todavía más trabajo no remunerado.
Sumado a que muchas cosas que los hogares de ingresos medios o altos pueden
resolver virtualmente (compras, trámites, etc.), en el caso de los hogares más
vulnerables conlleva más tiempo, y muchas veces incurrir en largas colas
poniendo en riesgo su salud y la de los demás miembros de sus hogares.
Más aún, en aquellos sectores vulnerables de la población, cuyos
ingresos monetarios dependen en gran medida de actividades productivas
efectuadas día a día, la presión sobre el trabajo no remunerado es mayor en
tanto éste es el responsable de cubrir la merma de ingresos en el periodo de
aislamiento y el aumento del desfasaje con los niveles de bienestar. Y
esto sucede aún en casos donde los gobiernos han respondido con medidas de
transferencias monetarias de emergencia (como el caso del Ingreso Familiar de
Emergencia en Argentina), que sin dudas son muy relevantes, pero resultan
insuficientes.
Esta situación es propia de la emergencia, pero también es esperable que
se prolongue por las propias consecuencias económicas no sólo de la pandemia,
sino de las medidas tomadas para enfrentarla. Los organismos internacionales
han realizado estimaciones sobre los efectos en la producción a escala global,
regional y nacional. En el caso de los ingresos globales, el último informe de
la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD)
ha estimado una caída que gira en torno a un billón de dólares en comparación a
lo estimado para 2020 y que podría llegar a los dos billones ante un peor
escenario. Por su parte, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) ha previsto que la región se verá impactada por diversas vías: turismo,
exportaciones, suministros, el precio de los productos y el nivel de la
inversión, teniendo efectos graves sobre el PBI, el empleo y la pobreza.
A nivel de los países, se entiende que las implicancias en la economía
dependerán de la capacidad de los Estados para mitigar el daño en el bienestar
de sus habitantes. Estas irán de la mano del paquete de medidas que los
gobiernos lleven adelante y de los efectos en las distintas ramas de actividad
y sectores de la población.
Como señalamos anteriormente, y como se viene diciendo desde los aportes
de la Economía Feminista, el trabajo
doméstico y de cuidado no remunerado cumplirá un rol central en el
sostenimiento de la vida y el funcionamiento de la economía en esta coyuntura. Y esto, a pesar de que la mayoría de los países siguen
invisibilizando este aporte central en su contabilidad nacional. Tomando el
caso argentino, es destacable que en la definición de las actividades
“esenciales” (aquellas enumeradas en el decreto 297/2020) se hayan incluido muchas
cuyo valor económico engrosa la estimación del PBI, a la par de otras (las de
cuidado de personas) cuya contribución en términos monetarios es
sistemáticamente negada.
Con todo, se evidencia que la situación desatada por el COVID-19 ha
puesto sobre el tapete el valor y la importancia tanto social como económica de
aquello que decididamente no mirábamos: la importancia del cuidado, de manera
multifacética, para la sostenibilidad de la vida en sociedad. A partir de esta situación,
esperamos que tanto desde el Estado y desde la ciudadanía comencemos a
reconocer y a jerarquizar a aquellos sectores de actividad que generan
bienestar y calidad de vida. Asimismo, ahora que estamos en casa –los que no
somos esenciales en este momento–, es importante no sólo reivindicar la labor
cotidiana que las mujeres llevan a cabo día a día, sino también comenzar a
democratizar las cargas del trabajo reproductivo entre varones y mujeres por igual.
Fuente: CLACSO - Por Corina Rodríguez Enríquez[1], Virginia
Alonso[2] y Gabriela Marzonetto[3]
[1]Conicet – Ciepp. Beca de investigación CLACSO “Los nudos críticos de
las desigualdades de género en América Latina y el Caribe”.
[2] Conicet – UNCuyo. Beca de investigación CLACSO “Los nudos críticos
de las desigualdades de género en América Latina y el Caribe”.
[3] Conicet – Ciepp – UNCuyo. Beca de investigación CLACSO “Los nudos
críticos de las desigualdades de género en América Latina y el Caribe”.
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