¿Hacia una nueva normalidad feminista?
Necesitamos un sistema fiscal progresivo para blindar los servicios públicos y garantizar la sostenibilidad de la vida.
Por
Sara Combarros
Esta vida que nos espera tras casi dos meses de confinamiento, y que tiene que ver con mascarillas, distanciamiento social y fases, ha sido bautizada como “nueva normalidad”. La palabra “normalidad” a las feministas nunca nos ha gustado especialmente por el normativismo que puede esconder de fondo; un normativismo que deja a muchas personas fuera. A pesar de esto, históricamente hemos tenido la capacidad – y la convicción- de disputar esa “normalidad” al patriarcado y transformarla con un horizonte emancipador. Con esta “nueva normalidad” sobre la que nadie tiene certezas, ¿Qué hacemos? ¿De qué forma nos puede orientar el feminismo para afrontar el camino?
La importancia de pensar el presente en clave feminista y propositiva
Durante el confinamiento se ha publicado mucho material para intentar pensar esta situación tan compleja y nueva, producida por una pandemia global que ha paralizado el mundo (no del todo, claro: los trabajos de cuidados no se han detenido y algunas trincheras del capital lograron mantenerse en funcionamiento pese a no ser esenciales). Una de las lecturas que más gocé, posiblemente porque me situó en parámetros que creo útiles tanto para la reflexión como para la práctica política (y que, por eso, recojo aquí), es un reciente artículo de Germán Gano y Luciana Cadahia en el que los autores escriben lo siguiente: “no creemos que sea momento para pensar, con mayor o menor sofisticación crítica, la pandemia como excusa de un poder cada vez más obsesivo; es momento de interpelar, como gobernados no pasivos, al poder por su capacidad de proteger a los sectores sociales más vulnerables; de reclamar institucionalidad para el cuerpo abandonado a su suerte y exigir un Estado como condensación de dependencias” (1). Y es que no podemos limitarnos a diagnosticar la situación, señalar sus aspectos negativos y anticipar escenarios catastrofistas, sino que es preciso asumir la responsabilidad de encontrar las grietas e imaginar horizontes propios.
El feminismo y especialmente las huelgas feministas de los últimos años son una fuente de inspiración para pensar esta crisis porque han hecho reflexionar a toda la sociedad sobre cuestiones que ahora cobran especial relevancia: ¿Qué cuestiones relativas a la reproducción de la vida se han puesto encima de la mesa? ¿Qué importancia tiene ahora la lectura feminista del trabajo que se hizo a través del paro?¿De qué forma se relaciona con el escenario actual el esfuerzo feminista por visibilizar y valorizar los cuidados?¿Cómo hemos pensado nuestros cuerpos, sus límites y vulnerabilidad?¿Cómo respondemos a la imperiosa necesidad de una vida en común?
Esta movilización feminista no solo ha planteado preguntas, sino que ha tenido y tiene también un carácter propositivo
Esta movilización feminista no solo ha planteado preguntas, sino que ha tenido y tiene también un carácter propositivo. Nos ofrece respuestas y propuestas que ya se articulaban antes de esta crisis, pero que siguen siendo claves para pensar los campos abiertos a día de hoy. Ha conseguido, además, que el “sentido común” de una gran mayoría haya avanzado hacia posiciones que nos dejan en un mejor lugar para la disputa del sentido y del destino de esta crisis.
Por eso, escapando de falsos determinismos que nos llevan a la impotencia política, y a pesar de vivir momentos difíciles marcados por el miedo y la incertidumbre, nos toca imaginar qué aspecto podría tener una posible salida feminista de esta crisis. Solo de esta forma podremos ponernos a trabajar, desde nuestros espacios políticos, en una construcción más justa y democrática de esa “nueva normalidad”.
Propuestas feministas contra un futuro incierto
En este intento de pensar qué aspecto podría tener un escenario feminista futuro para concretarlo en propuestas, podríamos empezar por encontrar los anclajes de seguridad del presente, los elementos que nos han hecho mantener la esperanza desde que el virus sacudió nuestras vidas. Nos encontraríamos, entonces, con el sistema público de salud; con las trabajadoras de los supermercados que nos han permitido seguir alimentándonos; con los profesores que, desde el otro lado de la pantalla, han sido lo único parecido a la anterior vida de muchos niños; con las prestaciones sociales que, aunque insuficientes, en algunos casos son determinantes para la supervivencia; con la cultura, que ha adoptado nuevas formas para seguir cerca; con los cuidados de nuestros seres queridos -ya fueran en la convivencia, o a través de las videollamadas que tanto han marcado nuestro encierro-; y, también, con ese “cara a cara” con las vecinas, a través de nuestras ventanas y balcones.
Partiendo del análisis anterior, y frente a posibles escenarios futuros basados en el autoritarismo, el miedo y la exclusión del otro, podemos empezar a imaginar un escenario feminista que se tome en serio eso de “no dejar a nadie atrás”. Este escenario implicaría, en primer lugar, un fortalecimiento de esa infraestructura imprescindible que ha sostenido nuestras vidas durante el confinamiento y siempre. Se hace imprescindible lo ya repetido durante estos días: el blindaje y fortalecimiento de los servicios públicos (sanidad, educación, cuidados, vivienda) para todos, todas y todes. La privatización mata, y la escandalosa situación de las residencias de ancianos durante la pandemia lo ha visibilizado de forma dramática.
Dentro de esa infraestructura imprescindible que nos sostiene es especialmente urgente abordar la cuestión de la vivienda. La propagación del virus nos ha obligado a ese #QuédateEnCasa que ha agudizado la crisis habitacional que ya atravesaba nuestro país, y que tiene tintes patriarcales: la imposibilidad de pagar alquileres y el incremento de la inseguridad en las casas de muchas mujeres y personas LGTBI. “La vivienda no puede ser un lugar de violencia machista ni de especulación inmobiliaria”, proclaman las argentinas. Si hablamos de recomponer un sistema de protección social, la vivienda pública, pensada desde una perspectiva feminista, debe ser una cuestión central.
Necesitamos un sistema fiscal progresivo e inflexible con la evasión de impuestos, para garantizar la sostenibilidad de la vida.
En segundo lugar, para poder financiar de forma cabal estos sistemas de protección social, se hace necesario “repartir el botín”, como canta Tremenda Jauría. Es precisa una redistribución de la riqueza, a través de un sistema fiscal progresivo e inflexible con la evasión de impuestos, para garantizar la sostenibilidad de la vida.
En tercer lugar, plantea Verónica Gago que la pandemia puede ser un ensayo general de una nueva y necesaria organización democrática del trabajo, de todos los trabajos -de sus reconocimientos, salarios y jerarquías- (2). Dentro de esa reorganización del trabajo y, por tanto, de la vida, cabría pensar en otros mecanismos de inclusión social o, en palabras de Jorge Moruno, en “derechos de existencia” no sujetos a la condición laboral; derechos de existencia que aumenten los márgenes de libertad individual y colectiva. Una renta básica universal, por ejemplo.
Finalmente, el feminismo nos obliga a pensar el trasfondo de estas propuestas políticas, es decir, nos obliga a pensar cómo encarnamos el sistema social. Leía el otro día una entrevista a Judith Butler en la que, por una parte, renegaba de una romantización de la pandemia, pero por otra señalaba que “la forma en que funciona el virus nos desafía a repensar lo que es ser uno mismo. Puedo estar infectado, pero también puedo infectar a alguien más (…). Estoy conectado no solo con personas que conozco, comunidades a las que pertenezco, sino también con el extraño (…) y esto es cierto no solo en el mundo creado por el virus, sino también en nuestro mundo cotidiano” (3). Este reconocimiento de la interdependencia como condición humana, no solo en tiempos de coronavirus, es fundamental para la política de lo que viene. Frente a ese sujeto individualista y autónomo que el neoliberalismo construye pero que es contrario a la vida: la comunidad como pilar del individuo. Una política de la interdependencia, con base en las redes de solidaridad y de apoyo mutuo y en los grupos micro que se han formado en los barrios y vecindarios, se vuelve más necesaria que nunca.
Seguimos
La filósofa feminista Luciana Cadahia rescataba el otro día en sus redes sociales la imagen viral de la mujer indígena ocupando las calles de Quito durante el paro nacional de Ecuador contra las medidas de austeridad del presidente Lenín Moreno, el pasado mes de octubre. En esa fotografía, la mujer es la figura protagonista que planta cara al conflicto que ha estallado. Aparece cubierta con una mascarilla para protegerse de los los gases lacrimógenos lanzados por la policía. Cadahia la rescataba para preguntarnos si esa imagen no se carga de nuevos significados a la luz de la crisis global actual. Estas luchas feministas, que han conseguido desgastar la legitimidad del sistema neoliberal global con esos nuevos significados son las que deben seguir guiando nuestro pensamiento y acción para articular un futuro desde el aquí y el ahora.
Y retomando la pregunta del inicio, es evidente que el feminismo constituye una brújula fundamental para guiar la convicción de que una vida mejor es posible -esa convicción que hoy encarnan especialmente las chilenas y sus luchas-. Una vida para la mayoría en la que, como dice Itziar Ziga, no nos hagamos solo posibles, sino también felices.
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