domingo, 4 de octubre de 2020

Ética - Lenguaje Inclusivo

POSTED ON 02/10/2020BY IN ÉTICALITURGIAOPINIÓNPASTORALPORTADAWITH 212 VIEWS

Lenguaje Inclusivo | Maximiliano A. Heusser

Las mujeres han ido conquistando espacios que les fueron negados injustamente a lo largo de los años, o los siglos. Esos espacios se les han negado -y se les niegan- de manera cultural. Existe una alianza invisible de distintos sectores con infinidad de actores -en su mayoría hombres- incluyendo en esta alianza aspectos legales, históricos, políticos, económicos, filosóficos y religiosos. Hoy entendemos que esa alianza invisible se llama patriarcado.

Desde el patriarcado como construcción se sostiene que la mujer es inferior al hombre, que es sentimental, y por ende, no posee la misma capacidad para ciertos trabajos o roles; que habla mucho y por eso trabaja menos; que porque puede parir es esperable que quiera ser madre y cuide de sus hijos resignando sueños y aspiraciones; que todas las tareas de cuidado en la familia deben estar a su cargo, y la lista podría continuar muchísimo más. Por el contrario, desde el patriarcado se sostiene que los hombres sólo son responsables de proveer dinero, deben resolver las cuestiones de mantenimiento del hogar, no deben ser sensibles, y deben estar a cargo de la seguridad familiar.

Si bien como sociedad nos vamos deconstruyendo y vamos superando muchas de estas cuestiones, aún queda mucho camino por recorrer. Aún quedan muchas injusticias por superar en la búsqueda de una verdadera igualdad.

Un área donde se sigue desarrollando y haciéndose visible la injusticia y la desigualdad es el lenguaje. En lo personal uso lenguaje inclusivo hace diez años aproximadamente. Lo empecé a usar en mi tiempo de formación teológica universitaria porque mis docentes y algunos compañeros y compañeras, también lo usaban. En ese primer momento, debo admitir que lo utilicé mayormente para ser políticamente correcto. Al poco tiempo fui entendiendo que hay una carga machista e injusta en las convenciones que establecieron que en nuestro idioma lo masculino pudiera ser genérico y lo femenino sólo algo particular.

Reconozco que esta forma de expresión puede llegar a ser tediosa, sobre todo cuando se abusa de las finalizaciones “os” y “as” ininterrumpidamente. Es recomendable la utilización de términos genéricos más abarcativos presentes en nuestro idioma.

No obstante, el lenguaje inclusivo, aunque abunden en él las terminaciones en “os” y “as”, tiene una enorme dimensión política. La tiene en tanto denuncia y pone en evidencia una situación de injusticia y subvaloración de la mujer. Es injusto nombrar sin nombrar, es injusto creer que diciendo “hombre“ una mujer se tenga que sentir representada. Es injusto llamar niños a las niñas. En injusta la invisibilización de la mujer. De la misma manera que era injusto que se creyera que cuando en elecciones votaban únicamente los hombres, ellos representaban también la opinión y el interés de las mujeres. Esa injusticia se corrigió cuando muchas mujeres se organizaron y levantaron verdaderamente sus voces, logrando el voto femenino. De esta manera, pudieron salir de las sombras en las que habían sido colocadas.

El lenguaje no es ajeno a lo que falta modificar. Sobre todo, porque sabemos que el lenguaje está íntimamente conectado con nuestro razonamiento. El lenguaje, por un lado, refleja nuestro pensamiento, pero a la inversa, también puede ayudarnos a pensar. El lenguaje puede abrir nuevos horizontes o clausurar sentidos, proponer inclusiones o segregar y marginar, puede colaborar en dar espacio a lo nuevo y a la justicia o puede cerrarse, perpetuando la injusticia.

De esta manera, utilizar lenguaje inclusivo sirve como denuncia de la injusticia de nuestro idioma y sus convenciones machistas y patriarcales, como estrategia para abrir sentidos y actitudes críticas frente a la “norma” y a quienes las dictan, y también visibilizando a quienes el idioma ha dejado de lado y ocultado detrás del hombre y lo masculino: las mujeres.

Pero no son las únicas personas que el idioma ha pretendido invisibilizar. En el último tiempo el lenguaje ha tenido otro movimiento que ha desestabilizado a muchas personas. Desde los movimientos estudiantiles en defensa de la educación pública, desde sectores juveniles comprometidos políticamente y desde los espacios de militancia en favor de la diversidad, ha surgido la palabra “todes”. Este neologismo reemplaza las categorías binarias del “todos y todas”. Si bien su utilización es todavía minoritaria en comparación con el lenguaje inclusivo antes mencionado, no parece ser solamente una moda, porque perdura en el tiempo.

La utilización del “todes” o las palabras construidas de igual modo, por ejemplo, “amigues” o “chiques”, buscan dar un paso más del que fue dado anteriormente con el “todos y todas”, incorporando en el horizonte de sentido a todas las personas que por su identidad de género no se identifican con las categorías binarias simplistas de hombre y mujer.

Si como mencionamos anteriormente, la utilización del lenguaje inclusivo busca visibilizar lo invisibilizado, superar la injusticia, la marginación y la discriminación, seguirá proponiendo otros términos. Si este lenguaje busca desafiar las convenciones que fosilizan estereotipos, endurecen prejuicios y clausuran sentidos, el “todes”, por más que todavía cueste, ha llegado para quedarse.

Las Iglesias protestantes históricas en su mayoría, han incorporado desde hace algunos años, por lo menos en sus declaraciones y actividades públicas institucionales, el lenguaje inclusivo. Vale destacar que si bien institucionalmente se tiene cuidado con el lenguaje y se utiliza el inclusivo, en muchas comunidades tanto el ministerio ordenado como los laicos y laicas todavía prefieren no hacerlo. Las razones son de lo más variadas.

Ahora bien, desde nuestra fe y desde nuestra tradición protestante debemos poder reflexionar sobre el lenguaje inclusivo. Debemos recordar que la reflexión y la razón no son incompatibles con la fe, sino todo lo contrario. Juan Wesley, fundador del movimiento metodista, establecía que la razón, junto a las Escrituras, a la experiencia y a la tradición de la Iglesia, eran todas necesarias para poder reflexionar teológicamente.

Quiero llamar la atención sobre el pasaje de Hechos 2 donde se nos relata el pentecostés. Este es un pasaje que la mayoría conocemos y recordamos. El texto nos dice:

1 Cuando llegó el día de Pentecostés, todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. 2 De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos. 4 Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse. (Hechos 2:1-4).

Quiero señalar tres cuestiones respecto de este pasaje. La primera es que no debemos perder de vista que en Hechos 1:14, cuando se habla de quiénes están en Jerusalén esperando que se cumpla la promesa de Jesús, se mencionan los discípulos y también las mujeres: “Todos ellos oraban y rogaban a Dios continuamente, en unión de las mujeres, de María la madre de Jesús, y de sus hermanos”. Si no fuera por esta menciónal utilizarse en Hechos 2 el masculino genérico, las mujeres desaparecen del relato. Desaparecen al no ser mencionadas. Esa invisibilización nos puede hacer pensar que sólo los doce discípulos varones fueron llenos del Espíritu Santo, pero eso no sería cierto. En Jerusalén aguardaban el cumplimiento del envío del Espíritu los discípulos y también las discípulas y la madre de Jesús. En lenguaje genérico masculino desaparece a las mujeres, haciéndonos pensar que no estaban en Pentecostés, como afirma la teóloga Brenda García[1].

La segunda cuestión que quiero señalar es que la acción del Espíritu Santo sobre este grupo de discípulos y discípulas llenas de temor, les provocó salir de la casa donde estaban encerrados y encerradas. Es fuera de la casa donde otras personas les escuchan hablar en otros idiomas. Sabemos que el grupo discipular de Jesús era heterogéneo, pero mayormente estaba compuesto por personas que provenían de “Galilea de los gentiles”, como la llamaban. Una zona alejada del poder de Jerusalén, humilde, campesina, de religiosidad sencilla. Esas personas mayormente indoctas son las que ahora están hablando en otros idiomas. Unos versículos más adelante se dan cuenta de cómo quienes les escuchan quedan atónitos porque les oyen hablar en sus propios idiomas.

La tercera cuestión a señalar, es que cuando Pedro comienza a predicar, utiliza una cita profética: Allí el profeta Joel afirma de parte de Dios que “Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán… derramaré de mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas, y también profetizarán”. A la luz de lo que mencionamos recién, esta cita del profeta cobra mayor sentido, es el mismo Dios quien tiempo atrás le hizo entender y decir al profeta que el Espíritu iba a ser derramado sobre hombres y mujeres, sin hacer acepción de personas.

El Espíritu Santo, posándose sobre los discípulos y discípulas, les permite hablar en otros idiomas para que todas las personas pudieran entenderles. Hay una intencionalidad en la acción de Dios a través de su Espíritu Santo. Y esa intencionalidad es que el mensaje del Evangelio no quede encerrado en cuatro paredes ni en un sólo pueblo, ni en un grupo reducido, cualquiera sea, sino que pueda ser compartido sin fronteras, sin barreras, sin límites, llegando a toda persona sin excepción. No se puede limitar y restringir la Buena Noticia.

De esta manera, al utilizar lenguaje inclusivo no sólo se denuncia la injusticia y el machismo patriarcal de las convenciones de nuestro idioma, sino que se tiene la oportunidad de nombrar a las personas que históricamente no han sido nombradas, no han sido tenidas en cuenta, han sido dejadas de lado sin piedad. Poder visibilizar esas realidades devuelve la dignidad quitada y reconoce valor. Es una forma de subsanar tanto mal del que las iglesias, históricamente, hemos sido parte.

Como se ha dicho alguna vez, lo peor que puede pasar es que estas personas se sientan incluidas, tenidas en cuenta y contempladas en nuestros discursos. Posibilitando así que el mensaje de amor y gracia de Dios contenido en el Evangelio pueda llegar sin distinción.

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