Las niñas viven
rodeadas de monstruos
A diario, muchas niñas deben atravesar
un túnel oscuro y tenebroso en el que las muelen a golpes. Las humillan. Las
violan. Las torturan. Las matan. Las reclutan para la guerra. Las embarazan.
Las sacan del colegio y las ponen a hacer oficio en la casa y a cuidar a los
hermanitos. O las obligan a trabajar en el campo o en la calle. Las privan de
la felicidad y de cosas tan básicas y necesarias para todo niño como el estudio
o el juego.
Y todos esos monstruos, en muchos
casos, duermen con ellas. Son sus papás o sus tíos o sus abuelos o tal vez un
vecino. Hace muchos años, en Colombia, las cifras oficiales demuestran que ser
niño o niña es todo un desafío.
Siete de cada diez casos de violencia
sexual, por ejemplo, ocurren dentro del hogar, según los informes de Medicina
Legal. Y son ellas las más abusadas y las más golpeadas. Siempre. Las que más
sufren. Las que encabezan los indicadores de todo el inventario de vejámenes
que se cometen contra la niñez.
Las niñas, en Colombia —y en el mundo—,
deben caminar con los pies descalzos en una trocha fangosa y llena de vidrios
rotos. Y sufren en silencio. Son invisibles.
“A las niñas las siguen discriminando y
violentando solo por el hecho de ser niñas. Aquí hay una cuestión de género.
Pero adicionalmente si tú eres una niña afrocolombiana o una niña indígena o
una niña campesina, una niña pobre o una niña migrante, vas a sufrir más”,
explica Ángela Anzola de Toro, presidenta de la Fundación Plan, una
organización social que trabaja, desde hace más de 57 años, con niños y niñas
en las regiones más alejadas y pobres de Colombia como Tumaco, Quibdó y
Buenaventura.
“Las niñas tienden a experimentar más
violencia y más acoso sexual en sus hogares y esa realidad se ha recrudecido en
estos meses de la pandemia. Y todas las niñas, de todas las condiciones sociales
y étnicas, deben ser vistas de igual manera: valoradas, respetadas y escuchadas
por la sociedad”, añade Anzola al explicar los motivos que llevaron a su
organización a ingeniarse la campaña #NoMásNiñasInvisibles, que busca mostrar
las realidades de las niñas y adolescentes de nuestro país; para conocer su
dolor y plantear los retos que tenemos como estado, familia y sociedad si
queremos garantizarles una vida donde puedan estar protegidas, realizadas y
felices. Una organización que trabaja, además, para que las niñas y
adolescentes de los territorios colombianos más lejanos puedan soñar con un
futuro mejor pese a las condiciones de violencia y pobreza que las rodean.
Durante varios meses, un equipo de
periodistas, editores y diseñadores de EL TIEMPO se pusieron en la tarea de
identificar las angustias, los dolores y las ilusiones de las niñas
colombianas. aquí estas son sus historias.
La
historia de las niñas que rompen los anillos de bodas
POR: SIMÓN GRANJA
Redacción Domingo / @simongrma
Lorena tiene 17 años y, sin pensarlo
mucho, afirma: “Cuando nos salimos de los estereotipos y de los moldes del
matrimonio y del embarazo, nos juzgan”. Angie, por su parte, dice indignada:
“He visto padres que les cortan el estudio a sus hijas porque llegó la etapa
del enamoramiento y es hora de estar con el esposo y tener hijos. Y dizque nos
empiezan a enseñar a barrer y a cocinar para mantener a nuestras parejas;
mandan huevo”. Y Cindy resume sin que le tiemble la voz: “Las causas que están
detrás de los embarazos a temprana edad y las uniones tempranas son todas, sin
excepción, formas de dominación patriarcal e imposición de formas de vidas”.
Ellas son niñas que viven en zonas
olvidadas del país. Testigos de primera mano de cómo el machismo, la
desigualdad social, la pobreza y la violencia marcan la vida de sus amigas, de
sus hermanas, así como han marcado a generaciones pasadas: madres, tías y
abuelas.
Si se entra a revisar el árbol
genealógico de cualquier colombiano, es casi seguro que se encontrará con que
la abuela tenía 14 años cuando se casó con su abuelo, quien tenía 30; o una tía
que se casó antes de terminar el colegio porque se fue con un universitario o,
incluso, casos de niñas de 12 años obligadas a irse a vivir con un señor de 50
años.
Las historias de ese pasado de todos
son muchas, pero lo más preocupante es que siguen ocurriendo y en proporciones
inimaginadas.
Según denuncia Andrea Tague, oficial de
Género y Desarrollo de Unicef, han encontrado en cifras del censo de 2018 que
hay 139 casos de matrimonio con niñas entre los 10 y 14 años. Y hay 291 casos
de unión de hecho.
“Lo que llama la atención es que cómo
es posible que haya matrimonios registrados con personas menores de 14 años si
toda relación sexual con una niña o niño menor de esa edad es abuso sexual”, se
pregunta la experta.
Estos casos son de los más
preocupantes, pero hay que sumarle a eso que al año hay 6.000 nacimientos de
madres entre los 10 y los 14 años. Tague lo resume: “Lo que pasa con esas niñas
es escalofriante. Aquí hay una violación sistemática a los derechos humanos”.
Además, según la Encuesta Nacional de
Demografía y Salud del 2015, el 17,4 por ciento de mujeres entre los 15 y los
19 años ya son madres o han estado embarazadas. Y el 13,3 por ciento de
adolescentes entre las mismas edades ya están casadas o unidas conyugalmente;
esto significa que más o menos una de cada 10 jóvenes en zonas urbanas ya está
casada. Mientras que una de cada cinco niñas en el ámbito rural ya está en una
unión conyugal.
Y Tague agrega: “La mayoría de esas
jóvenes quedan en muchos casos en embarazo y solas con sus hijos e hijas”.
Según el Bienestar Familiar, el 66 por ciento de las madres adolescentes no
querían serlo en esa etapa de la vida; el 44,6 por ciento de las madres
menores de 15 años tuvieron hijos con hombres 6 años mayores que ellas; el 19,5
por ciento, con hombres que tenían 10 años más, y el 4,6 por ciento, con
hombres que las superan en más de 20 años.
Eso
repercute en la diferencia y en la simetría del poder, en la edad del inicio
del matrimonio, respecto a los hombres. La mayoría de las uniones en la región
tienen una diferencia de entre siete y 11 años de edad, pero hay unos picos
mucho más grandes que pueden incluir hasta 20 años de edad entre una
adolescente y un hombre mucho más maduro.
Según explica Eugenia López Uribe,
representante para América Latina y el Caribe de la alianza global Girls Not
Brides, que busca acabar con los matrimonios infantiles, “es un problema
escondido porque ha sido silenciado por las normas de género en donde nos han
enseñado que las mujeres solamente tenemos como futuro el ser madres y ser
esposas y eso hace que muchas comunidades normalicen el inicio de una vida
conyugal o de una unión informal”.
A esto se suma la violencia de sus
hogares, que las lleva a ver una escapatoria en el embarazo o en el matrimonio.
HUIR DE LA VIOLENCIA
Luis Miguel Bermúdez ha sido testigo de
eso porque ha visto no solo uno o dos, sino cientos de casos a lo largo de su
vida como profesor en el Colegio Gerardo Paredes de la localidad de Suba. En
particular, recuerda un caso que lo impactó fuertemente.
Diana (nombre cambiado) estaba en
noveno, agotada del trabajo doméstico que le ponían en su casa, de la violencia
física y psicológica que recibía de su mamá, además de la responsabilidad de
criar a su hermanita. Y la gota que rebosó el vaso fue que una de las parejas
de su madre la violentó sexualmente.
“Ella le contó a su mamá; sin embargo,
no recibió el apoyo sino, al contrario, recriminación. El apoyo se lo dirigió a
su pareja”, explica el profesor. “Casi que la niña estaba entre irse de la casa
o seguir siendo abusada por el novio de la mamá”.
En esa disyuntiva, Diana decidió
contarle a su novio —un hombre mayor que ella— lo que estaba viviendo, y él le
propuso que se fueran a vivir juntos.
Luego, Luis Miguel se enteró, por la
misma niña, que la pareja de su mamá ahora estaba abusando de su hermana menor.
“Ella me decía: ¿si ves profe por qué me fue mejor huyendo de mi casa?”.
DESESPERANZA APRENDIDA
Algo similar ocurre con el embarazo.
Por ejemplo, una cifra preocupante que revela Juan Pardo Lugo, asesor técnico
nacional en derechos sexuales y reproductivos de la fundación Plan, es que casi
el 50 por ciento de las niñas embarazadas decidieron quedar embarazadas.
“Esto es aterrador porque uno se
pregunta: ¿por qué una joven decide embarazarse antes de los 19 años? Y la
respuesta es que no hay oportunidades. ¿Por qué? Porque cada vez hay más
dificultades para la educación, para trabajar… es como una desesperanza
aprendida”.
Aunque el hecho de haberse ido con su
novio pareciera en un principio ser una salvación para Diana, no fue así, y en
la mayoría de los casos nunca lo es. Es una serpiente mordiéndose la cola.
Según explica Marcela Henao, asesora de
género de Plan, una consecuencia es que se alimenta el ciclo de violencia.
Cuando una niña se une con un hombre mayor que ella, hay una relación
asimétrica de poder: “Es decir, el hombre mayor tiene más poder y va a oprimir,
a dominar, a disciplinar, a violentar, a restringir a quien tiene menos poder”.
Y, por otro lado, se les elimina a
ellas todos sus círculos de confianza porque el hombre le dice que no puede
seguir hablando con sus amigas ni con su familia.
Es un círculo que parece no llevar a
ningún camino porque las niñas en condiciones de pobreza en contextos rurales,
con menor acceso a educación de calidad, son las que tienen mayores
probabilidades de entrar a una unión temprana o matrimonio infantil o de quedar
embarazadas. Y las niñas que entran en este tipo de relaciones o tienen hijos
cuentan con menores probabilidades de terminar los estudios y, por lo tanto,
menos probabilidades de conseguir un buen trabajo… y así el círculo continúa.
Sin freno.
Por ejemplo, aún persiste un limitante
en el Código Civil del país que permite que si la pareja también es menor de
edad, presenten el permiso escrito de sus padres o representantes y con eso
basta.
“Es tal el atraso del país que antes
del 2004, en Colombia, estaba permitido que las niñas se casaran a los 12 años
y los niños, a los 14. Esa es una ley que tenían los romanos hace siglos”, dice
Tague.
Aunque hoy cursa en el Congreso de la
República un proyecto de ley que busca eliminar ese limitante, las esperanzas
de que logre salir adelante son pocas pues los antecedentes de este tipo de
proyectos han terminado en el basurero. Pero las esperanzas no se pueden poner
en la misma bolsa.
Eugenia, de Girls not Brides, señala que aunque es importante cambiar la ley, no es suficiente. “Este es un problema que requiere un abordaje integral, holístico e intersectorial, necesitamos por lo menos mejorar las alternativas económicas y de educación y el acceso a los servicios de salud para que realmente haya una transformación. Y, por supuesto, empoderar y fortalecer a nuestras niñas”.
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