Pioneras del horror: más allá de Mary Shelley
La publicación de la excelente antología 'Reinas del abismo', que recoge dieciséis relatos de horror escritos por autoras entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, permite reflexionar acerca del fundamental y fundacional papel de las escritoras de fantasía y misterio en un género que tradicionalmente se ha etiquetado de misógino y machista
En efecto, tal y como apunta el autor de la selección y prologuista de Reinas del abismo. Cuentos fantasmales de las maestras de lo inquietante (Impedimenta), el británico Mike Ashley, reconocido antólogo y crítico experto, viejo conocido para quienes somos amantes de la literatura fantástica, de misterio y ciencia ficción, la mujer ocupa un lugar especialmente destacado en el género desde sus inicios. Si a Horace Walpole, Matthew G. Lewis y Charles Robert Maturin les cabe el honor de haber llevado la novela gótica del siglo XVIII y comienzos del XIX a su máxima expresión, de inmediato aparecieron también sus réplicas femeninas, no menos exitosas y fundamentales para el establecimiento del género en el gusto popular, así como para su futura evolución. Clara Reeve y Ann Radcliffe introdujeron en un panorama plagados de espectros y venganzas sobrenaturales ciertas dosis de sentido común y racionalismo que, a la larga, darían lugar a la aparición de la novela de misterio y suspense criminal, mientras que la más ambiciosa Mary Shelley creaba con su Frankenstein (1818) la primera novela de ciencia ficción moderna.
Dejando de lado la arqueología del género, el número de escritoras que se inscriben con letra de oro en todas sus variantes es casi infinito. Especialmente en el ámbito anglosajón, más progresista siempre en este aspecto, escribir historias de fantasmas, ocultismo, crímenes y fantasía parece haber sido una gozosa y afortunada pasión femenina a lo largo de la historia. Cualquier buen aficionado está sobradamente familiarizado con nombres como los de Margaret Oliphant, autora de clásicos espectrales como La puerta abierta (Valdemar) o Una ciudad asediada (Fábulas de Albión), Amelia Edwards con El carruaje fantasma (La Biblioteca de Carfax), Charlotte Riddell y La casa deshabitada (Valdemar), Edith Wharton y sus Relatos de fantasmas (Alianza), la exquisita Vernon Lee con El príncipe Alberico y la dama Serpiente (Valdemar) o muchas otras, que alternaron a veces entre la novela costumbrista y el cuento fantástico, produciendo auténticas joyas del segundo que -confirmando la notable resiliencia y superioridad del género- gozan hoy de mucho más reconocimiento que sus a veces no del todo injustamente olvidadas obras realistas. Sea como fuere, esta larga tradición no se ha interrumpido nunca y goza de excelente salud en nuestros días. Pero el gran acierto del nuevo libro publicado por Impedimenta es que Ashley ha dado preferencia en sus páginas a escritoras, por un lado, representativas del fascinante cambio de siglo entre el XIX y el XX y, por otro, menos habituales en antologías anteriores dedicadas al mismo tema. Es decir: más raras, más peculiares, sea por verse asociadas a otros géneros literarios o por haber sido relegadas al ámbito de los estudios especializados.
Cabe así destacar la presencia de dos grandes escritoras de literatura infantil y juvenil como Edith Nesbit (1858-1924) y Francis Hodgson Burnett (1849-1924), autora la primera de Los buscadores de tesoros (Susaeta) y Los chicos del ferrocarril (Berenice), entre multitud de clásicos, y la segunda de obras como El pequeño Lord (Renacimiento) o El jardín secreto (Siruela), pero que aquí nos ofrecen sendos ejemplos de lo macabro y espectral con sus relatos 'De entre los muertos' y 'Una navidad en la niebla', respectivamente. No era raro que los autores de ficción fantástica de la época sintieran también afición por el ocultismo y la investigación psíquica, tan de moda entonces. Ocurrió en el caso de escritores como Bulwer Lytton, Arthur Machen, Conan Doyle o Algernon Blackwood… Y también con autoras como May Sinclair (1863-1946), sufragista afiliada a la Sociedad para la Investigación Psíquica -el feminismo y el Espiritismo o la Teosofía fueron a menudo de la mano-, representada en la antología con La naturaleza de las pruebas, historia muy acorde con su interés por la materia, o la más extraordinaria Marie Corelli (1855-1924), la reina de la novela popular victoriana, más vendida y admirada que Kipling, Wells o Conan Doyle, favorita de la Reina Victoria y de Winston Churchill, cuyos melodramas fantásticos teñidos de espiritualidad Rosacruz, cristianismo místico y sentimentalismo atroz, difícilmente resultan hoy digeribles. Todo un personaje, parodiado por E. F. Benson en sus novelas sobre Lucía (publicadas también, precisamente, por Impedimenta), que llegó a proclamar la autenticidad de la maldición de Tutankamón o afirmar que era la reencarnación misma de Shakespeare. 'El ángel del escultor', su relato incluido, es un ejemplo breve pero intenso de la religiosidad fantástica de su autora, mucho más agradecido que sus hoy quizá justamente olvidados novelones. Más interés reviste Marie Adelaide Belloc (1868-1947), conocida como Marie Belloc Lowndes, cuyos cuentos y novelas de misterio y suspense psicológico son de una modernidad incombustible. Elogiada por Hemingway y objeto de varias adaptaciones cinematográficas, entre otras la obra maestra silente de Hitchcock El enemigo de las rubias (The Lodger, 1926), basada en su novela El huesped (Menoscuarto) -de la que precisamente el relato incluido, 'El piso encantado', es un precedente-, Marie Belloc allanó sin duda, con su éxito crítico y popular, el camino para posteriores autoras como Daphne Du Maurier, Vera Caspary, Patricia Highsmith o Ruth Rendell.
Sin embargo, lo más fascinante de Reinas del Abismo es la especial atención que presta a una serie de escritoras más modernas, relacionadas todas o casi todas con la explosión del pulp en los años 20 y 30 del siglo pasado y, sobre todo, con la revista decana del género Weird Tales. La misma publicación que diera a conocer a H. P. Lovecraft, Robert E. Howard, Seabury Quinn o Robert Bloch, estuvo abierta a la colaboración de numerosas autoras, de entre las cuales, Mike Ashley ha escogido algunas de las más ilustres y prolíficas: Greye La Spina (1880-1969), G. G. Pendarves (1885-1938), Mary Elizabeth Counselman (1911-1995), que llegó a ser bautizada como “la reina de Weird Tales”, y Margaret St. Clair (1911-1995), autora también de todo un clásico de la ciencia ficción: El signo de Labrys (1963), publicado en su día en España por la añeja colección Nebulae. A ellas, podrían sumarse fácilmente otros nombres como los de Catherine L. Moore, Allison V. Harding, Everil Worrell, Dorothy Quick, Bassett Morgan o Eli Colter. El experto Eric Leif Davin contó un total aproximado de 127 escritoras que publicaron ficción en Weird Tales, entre 1923 y 1954, representando un 17 % de los colaboradores habituales de la revista. A ellas habría también que añadir las muchas que aparecían en otras revistas del género o de géneros afines, como la gran Leigh Brackett, reina del Space Opera y guionista habitual de Howard Hawks (quien solía alabarla diciendo de ella que “escribía como un hombre”). Aunque sería tan exagerado como ridículo pretender que no existía un predominio masculino en las publicaciones de terror, fantasía y ciencia ficción, donde los prejuicios machistas hacían a menudo de las suyas (empujando a algunas escritoras a firmar sólo con sus iniciales, dejando así en la incógnita su sexo), una atenta revisión de la Era Dorada del Pulp y el libro de bolsillo, proporciona más de una sorpresa.
Por ejemplo, Davin estima en al menos 133 las escritoras habituales en revistas de ciencia ficción, fantasía y terror de la época. Que las aficionadas eran casi tantas como los aficionados lo demuestra también el hecho de que entre los mayores contribuyentes a la sección de cartas al editor de Weird Tales el tercero entre los más prolíficos fuera mujer: Gertrude Hemken. Sin olvidar que la propia revista fue dirigida durante años por una mujer, Dorothy McIlwraith, de 1940 a 1954, o que una de sus mejores y más prolíficas portadistas fue la gran Margaret Brundage. En definitiva, Weird Tales y otras publicaciones en demasiadas ocasiones identificadas con actitudes machistas y misóginas quizá no lo fueran tanto. Incluso una “bestia negra” como Lovecraft, cuyas inclinaciones racistas y reaccionarias le han convertido en incómodo gusto adquirido para la mayoría de quienes amamos la literatura fantástica -sin compartir necesariamente sus debilidades ideológicas-, colaboró gustosamente con autoras como Hazel Heald o Zealia Reed Bishop, entre otras... Incluyendo a quien se convertiría en su esposa: la escritora aficionada de origen judío, divorciada y varios años mayor que él, Sonia Greene.
No está de más recordar tampoco que si algunas escritoras elegían firmar con seudónimo neutro o masculino, o bien sólo con iniciales, para evitar comparaciones y ataques de mal gusto por parte de lectores o colegas evidentemente machistas, también la literatura de misterio y gótica -además de, lógicamente, la romántica contemporánea- resulta ser un campo editorial en el que a menudo han sido autores masculinos quienes han elegido utilizar pseudónimos femeninos para triunfar entre las lectoras. Anthony Berkeley Cox firmó como Francis Iles sus novelas de suspense, entre ellas la que diera lugar a la película Sospecha (Suspicion, 1941) de Hitchcock; el prolífico Michael Avallone llegó a utilizar hasta cinco nombres de mujer distintos, entre ellos el de Edwina Noone, para sus novelas góticas; Peter O´Donnell, creador con su nombre real de la contrapartida femenina de James Bond, Modesty Blaise, empleó el de Madeleine Brent para sus historias góticas (engañando al editor estadounidense durante veinte años); incluso Dean R. Koontz se desdobló en Deanna Dwyer para publicar obras de horror como Demon Child o Legacy of Terror. Durante el apogeo del género en los 70, otro habitual del romance gótico, Thomas Elmer Huff, utilizó los nombres de Edwina Marlow, Beatrice Parker o Katherine St. Clair entre varios más; y Andrew Neiderman ha sido durante años la difunta V. C. Andrews, firmando con su nombre la continuación de sus sagas de horror originales.
Por si todavía fuera necesario, la publicación de Reinas del Abismo, viene a recordarnos la importancia de las escritoras para la evolución del género fantástico, de horror y misterio, tanto como el hecho de que, por paradójico que pueda parecer, se trata, precisamente, del más abierto a la participación femenina a lo largo de toda la historia de la literatura, entre otras cosas por tratarse también de uno de los favoritos, sino el que más, de las lectoras. Recuperar autoras como las incluidas en el libro no es sólo reivindicar el papel de la mujer en la literatura de horror, sino reivindicar también el papel en la liberación de la mujer de un género que ha arrastrado y arrastra todavía el sambenito de un machismo sistémico que, en realidad, es más producto de la ignorancia de quienes establecen etiquetas artificiales, que de realidad alguna.
Frente a quienes tratan de apropiarse logros e ideas que forman parte de la historia de la literatura y que costaron, sin duda, mucho esfuerzo a las verdaderas pioneras del género, libros como este son especialmente necesarios para rescatar escritoras relegadas a la oscuridad. Y no precisamente por un heteropatriarcado omnisciente y maligno, que pretende invisibilizar a grandes y pequeñas autoras del pasado, sino paradójicamente por ciertos sectores feministas que prefieren hacer creer en la novedad radical de sus planteamientos, construyendo mitos que exacerban el odio y la diferencia, amén de cultivar una cierta ignorancia interesada entre sus seguidores y seguidoras, eligiendo cuidadosamente qué autoras reivindicar -Ursula K. Le Guin sí, pero... ¿y Joanna Russ, Leigh Brackett, C. L. Moore, Andre Norton o Judith Merrill?-, al tiempo que sepultando a otras quizá más incómodas en el olvido, a veces inocentemente, a veces no.
Como ha demostrado el ya citado historiador americano Eric Leif Davin en su libro Partners in Wonder: Women and the Birth of Science Fiction, 1926-1965 (2006), el fandom y la cultura pulp siempre acogieron con los brazos abiertos la participación de la mujer en la ciencia ficción. Y lo mismo puede decirse, grosso modo, de otros géneros populares como el terror, el misterio, el crimen, la fantasía o la novela gótica. Ellas siempre estuvieron ahí. Y si algo podemos decir con total seguridad quienes hemos amado la literatura fantástica a lo largo de los años, es que nada quisimos más la mayoría de los aficionados masculinos, como buenos freaks miopes, tímidos y con sobrepeso, que abrazar a las Reinas del Abismo y ver cómo crecía su número entre nosotros, sin aplicar más ni mejor criterio que la calidad de sus obras, además de la innegable y necesaria visión de género y del género que siempre han aportado.
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