Hacia un sistema de cuidados que valore los aportes y brinde mayor autonomía económica a las mujeres. Un análisis desde Colombia
La pandemia generada por el Covid-19 trajo muchas
afectaciones para las mujeres, en la salud, en la generación de ingresos y en
la sobrecarga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. Las cifras no
mienten. Entre junio-agosto habían en Colombia cerca de 11 millones de mujeres
en inactividad laboral,[1] 1 millón 67 mil más que en el trimestre
enero-marzo del presente año. Los datos del DANE (entidad oficial de las
estadísticas en Colombia), revelan que el 64,8% de esas mujeres, están dedicadas
a los oficios del hogar.[2] Es
decir, que además de que un gran número de mujeres fueron despedidas de sus
empleos, otras colombianas tuvieron que tomar la decisión de renunciar a sus
trabajos para dedicarse a las labores del cuidado, en una situación de crisis,
provocada entre otras cosas por el cierre de las escuelas, los colegios y otros
sitios de cuidado.
La “decisión” de no participar mas en el mercado de trabajo está
íntimamente ligada con la brecha salarial existente entre mujeres y hombres. Teniendo
en cuenta que en general, las mujeres ganan menos que sus parejas hombres (en
el caso de parejas heterosexuales), se entiende que quien debe dejar su trabajo
es ella para cuidar a niñas(os) y otras personas que dependan de ella. Esto
quiere decir que si no existiese brecha salarial, al interior de los hogares
podría darse una conversación más justa sobre qué decisión tomar frente a la la
división sexual del trabajo y más específicamente frente a los servicio de
cuidado.
En la misma línea, las mujeres que pudieron seguir en sus trabajos
remunerados, han visto reforzadas sus actividades laborales con ocasión del
teletrabajo o trabajo en casa y cómo no, las labores del cuidado, realizando
los oficios del hogar (los servicios domésticos remunerados aún siguen
restringidos) y ayudando a los niños(as) con las clases virtuales, guías
escolares, juego en aislamiento, entre muchas cosas más. ¡Es realmente
agotador!
Desde las oficinas públicas encargadas de crear las políticas para
combatir el desempleo y la no participación de las mujeres en el mercado
laboral, conocen que la sobrecarga del cuidado es un tema fundamental y
transversal para poder cerrar las brechas entre hombres y mujeres, pero
entonces, ¿Qué estamos haciendo para disminuir esta inequidad?
Lo primero que hay que decir es que las actividades que contemplan el
cuidado directo e indirecto[3] en nuestra sociedad son actividades para la vida que permiten que
las labores productivas remuneradas se den. Todas y todos necesitamos comer,
limpiar nuestros espacios, lavar la ropa. ¿Cómo sería nuestra vida si no
tuviéramos estas necesidades resueltas?
Tristemente todo este trabajo no es valorado. La gente sigue
diciendo con cruel cinismo que las mujeres que trabajan en el hogar “no hacen
nada” cuando su aporte en conjunto a la economía colombiana se valora en un 20%
del Producto Interno Bruto nacional (alrededor de $185 billones a precios
corrientes de 2017)
Lo problemático de esta situación no es por supuesto que nos toque hacer
oficio, cuidar a las niñas(os), enfermas(os) y ancianas(os), el problema es que
no hay una distribución sexual del trabajo justa y que las mujeres seguimos
cargando con toda la responsabilidad de labores que son fundamentales para el
sostenimiento económico y social a escala no solo nacional, sino global. En el
caso de Colombia, el DANE afirma que el 89,5% de las mujeres participan en
actividades domésticas y de cuidado no remunerado y dedican 7:14 horas frente a
3:25 de los hombres[4] (ver cuadro 1). Al respecto Silvia Federici (2010) plantea, que
con el nuevo sistema económico capitalista la reproducción del trabajador(a)
comenzó a considerarse algo sin valor desde el punto de vista económico, e
incluso dejó de ser considerada un trabajo si se realizaba en los propios hogares.
La importancia económica de la reproducción de la mano de obra llevada a cabo
en el hogar y su función en la acumulación del capital, se hicieron invisibles,
confundiéndose con una vocación natural y asignándose como ’trabajo de
mujeres’.”[5]
Cuadro 1. Población
de 10 años y más, participación y tiempo diario promedio por participante en
grandes grupos de actividades de trabajo no comprendido en el Sistema de
cuentas nacionales, por sexo (septiembre 2016 a agosto de 2017)
Fuente: DANE –
Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2016-2017)
Una de las situaciones que está en concordancia con el hecho de que las
mujeres sean las “reinas del hogar” es la disparidad en las licencias de
maternidad y paternidad. Que las mujeres puedan estar con sus hijos e hijas
cuatro meses y medio y los hombres ocho días, manda el mensaje de que los
hombres no necesitan compartir el cuidado y crianza del recién nacido(a) y que
él solo sirve para llevar el sustento económico. Esto articulado al mensaje
simbólico que refuerza estereotipos patriarcales y que tiene implicaciones en
la generación de ingresos. De acuerdo con Ramírez, Tribín y Vargas (2016) la
ampliación del periodo de licencia de maternidad, sin ampliar la licencia de
paternidad significó un aumentó de las tasas de inactividad, informalidad y el
autoempleo de las mujeres colombianas con edades fértiles (18 a 30 años),
frente a las mujeres de 40 y 55 años.[6]
La figura 1 resume un poco las políticas de cuidado que se pueden tener
en cuenta en la construcción de un sistema nacional integral de cuidados y con
base a esta información se hacen las siguientes reflexiones:
Figura 1. Políticas
de cuidado
Fuente: Razavi
(2007), citado por DNP (s.f. Documento en construcción)
- Como se observa, las guarderías y centros de cuidado para menores y
adultos mayores son las acciones más comunes cuando se aborda este tema,
pero no son las únicas. El Estado como regulador, orientador y proveedor
de servicios, tiene en sus manos diversas políticas para fomentar el
reconocimiento, la reducción y la redistribución del cuidado. Claramente
es más fácil atender el cuidado, que el servicio doméstico, que aunque
también esta recargado en las mujeres, no hay soluciones hasta ahora para
que el Estado pueda también encargarse de él.
- Las medidas relacionadas con el empleo son medidas que cobijan a
las personas que tienen una relación laboral formal con una empresa o
empleador. En Colombia donde cerca del 47% de los ocupados son
trabajadores informales[7], este tipo de medidas
dejarán sin lugar a dudas a mucha de la población por fuera y su impacto
será muy restringido. Por otro lado, nuestra débil democracia y el diálogo
social, puede hacer que se precarice más el trabajo en Colombia, es decir,
que con la excusa de implementar una política de cuidado como la
flexibilidad de tiempo, el Gobierno logre aprobar proyectos laborales que
van en contravía de la calidad del trabajo y los derechos laborales. Si
bien se necesitan horarios flexibles o escalonados, estos no pueden ser
establecidos, a costa de reducir las pocas garantías del trabajo decente y
digno que todavía subsisten en el país.
- Con respecto a las
transferencias de ingresos, estas tienen el problema de que fortalecen el
rol desigual de la mujer madre y cuidadora y genera incentivos perversos
para que esta relación no cambie. En Colombia hemos visto que las
transferencias condicionadas como familias en acción, generan
dependencia en las familias más empobrecidas que las reciben y hasta se
han vuelto el fortín político de gran parte de los clanes políticos que
tienen sumido a este país en la desesperanza.
- En la figura no se
contemplan las acciones para el cambio cultural que propicie el
reconocimiento familiar y social de este tipo de actividades y la
necesaria redistribución al interior de los hogares, principalmente en
donde hay hombres, pues no olvidemos que no todas las familias en Colombia
son nucleares, de hecho 40,7% de los hogares tienen madres cabeza de
familia. En este sentido, no es solo ampliar la oferta de servicios de
cuidado (que en Colombia es bajísima), es profundizar los cambios desde la
institucionalidad y las comunidades para que los oficios del hogar, que no
están contemplados en estas políticas, no sea obligación exclusiva de las
mujeres, y que otras actividades asociadas, también puedan ser realizadas
por otros miembros del hogar (hacer tareas escolares, hacer las compras,
recoger a los niños en guarderías, asear y vestir a dependientes, etc)
- Las escuelas y colegios son
sitios para aprender y compartir, no lugares donde cuidan y vigilan a las
y los niños. Por supuesto que muchas mujeres trabajadoras pueden asistir a
sus trabajos, porque saben que sus niños están en el colegio en un periodo
determinado de tiempo, pero es errado el enfoque en el que se está
soportando la reapertura de los colegios donde personas vinculadas a la
política, están interesados en que la fuerza laboral femenina regrese al
mercado de bienes y servicios, al costo que sea. Su preocupación no está
basada en si los niños y niñas principalmente los de familias empobrecidas
que habitan la periferia aprehenden conocimientos útiles o no.
Actualmente, el Departamento
Nacional de Planeación está construyendo un sistema nacional de cuidados para
Colombia, tarea en la que esperamos ver resultados prontamente. De la misma
forma dentro del Plan Distrital de Desarrollo de Bogotá, se aprobó el Sistema
Distrital de Cuidado, con un presupuesto de 5,2 billones de pesos[8] que espera
posicionar a ésta como la primera ciudad en Latinoamérica en tener un sistema
de este tipo.
Esperamos que en el caso del Sistema Nacional, el
DNP pueda construir una propuesta integral que tenga en cuenta la posición de
diversos actores, principalmente de las cuidadoras, cuya desprotección social
es alarmante. También de las mujeres negras afrodescendientes e indígenas,
cuyas prácticas de cuidado están relacionadas con su cosmovisión y valores
colectivos, características que han sido afectadas por el conflicto armado que
ha permeado los territorios donde sus pueblos habitan de forma mayoritaria.
Esperamos también que sea un ejercicio técnico y
riguroso, que aprenda de los errores y que se nutra de experiencias
comunitarias que hay al interior del país, asi como de experiencias de otros
países como Uruguay, que ya tienen implementado un sistema de cuidados en la
región.
Con sistema de cuidados o no, el debate al interior
de los movimientos feministas y de mujeres seguirá, apoyado por las
herramientas de las economistas feministas que siguen profundizando sus
análisis de cara a exigirle a nuestros Estados nacionales un país y unas
instituciones más justas y conscientes, aunque bien sabemos que quizás para
esto sean necesarias transformaciones más profundas y radicales.
Ilustración por Cabro. Tomada
de:https://www.marcha.org.ar/
[1] La población
económicamente inactiva comprende a todas las personas en edad de trabajar que
no participan en la producción de bienes y servicios porque no lo necesitan, no
pueden o no están interesados en tener actividad remunerada. A este grupo
pertenecen las personas que son exclusivamente: estudiantes, personas dedicadas
a oficios del hogar, personas pensionadas, personas jubiladas, rentistas,
personas incapacitadas permanentemente para trabajar, personas que no les llama
la atención o creen que no vale la pena trabajar. En este documento se usa la
denominación de inactivas, para estar en sintonía con el DANE, aunque se
reconozca que las mujeres que trabajan en el hogar están en constante actividad
laboral, a veces más de la que deberían.
[2] Para más
información revisar los anexos del DANE en:
https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/segun-sexo
[3] El trabajo de
cuidado directo es aquel que satisface las necesidades básicas de las personas
en su vida diaria y en todos los momentos del curso de vida, en la que media
una interacción inmediata entre dos o más personas. Dentro de este trabajo se
incluye actividades que benefician a otra persona y requieren de su presencia e
interacción inmediata para ser realizadas, por ejemplo, ayudarle a alimentarse,
a asearse o a hacer tareas. Por otro lado, el trabajo de cuidado indirecto hace
referencia a acciones que satisfacen las necesidades básicas de las personas en
su vida diaria a través de cambios en las condiciones de bienes de consumo.
Dentro de este trabajo se incluyen las acciones que benefician a otras personas
y que pueden ser llevadas a cabo sin la presencia de aquellas personas a
quienes este trabajo beneficia, incluyendo actividades de trabajo doméstico
como cocinar, labores de mantenimiento de vestuario, o de limpieza y
mantenimiento del hogar (DANE).
[4] El tiempo
promedio por participante se obtiene de dividir el total de tiempo reportado en
la actividad entre el total de personas de 10 años o más que realizaron la
actividad en el día de referencia.
[5] Federici,
Silvia (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria.
Traficantes de sueños.
[6] Ramírez,
Natalia, et al. (2016). Maternidad y mercado laboral: El impacto de la
legislación. En Desempleo femenino en Colombia. BID,
2016
[7] DANE – GEIH
(periodo comprendido entre diciembre de 2019 y febrero de 2020)
[8] Para más
información:
https://bogota.gov.co/mi-ciudad/mujer/el-sistema-distrital-de-cuidado-un-logro-historico-para-las-mujeres
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