Luisa de Medrano. Una mujer para la historia
La figura risueña de doña Luisa de Medrano vuelve a aquella Salamanca que la vio crecer y en la que la historia quiso dejarla enmarcada en el claustro de su centenaria Universidad, Su sombra se hace presente a través del laberinto de sus calles y queda fija en la portada en la que el cincel labró la piedra. En la calavera de los enigmas. En el medallón de los reyes. En el ayer, el hoy, el siempre… Doña Luisa…
Hay quien se extraña, quien no conoce, quien se pregunta si doña Luisa, la castellana vieja que salió de la anciana villa encastillada en las fronteras y doña Lucía, la castellana vieja de la inmortal ciudad de los estudios, son la misma. Ella, sonriente, a través de ese espejo inmortal que pasa del ayer al hoy:
-La misma somos…
Y parece regresar a su ayer, que sigue siendo un hoy. Un siempre. Una eternidad. Y regresa con aquella corte real de personajes graves, sombríos, en los que una reina, doña Isabel, fue dueña del mundo. De un mundo en el que ella, mujer, se señaló por encima de los hombres. De un mundo dominado por los hombres, en el que reinaron las mujeres.
Y doña Luisa, o doña Lucía, ambas la misma, risueña y sabia, como aquellas sibilas que retratasen en tabla los maestros del gótico en tiempos de doña Luisa y doña Isabel, sabiéndose historia, viéndose rodeada de estudiantes, de oidores, de canónigos…
-¡Dicebamus hesterna die…!
Frase tan repetida. Tan literaria. Tan doctrinal. Tan de don Miguel, de don Fray Luis, de don Tirso, de… de medio mundo universitario. ¡Como decíamos ayer!
Doña Luisa, en la cátedra de la Universidad de Salamanca. Disponiéndose a explicar su lección de Latín, o de Filosofía, o de Letras. Sabía, como una Sibila.
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En un mundo dominado por los hombres, cuando el siglo XV comenzaba a dar sus últimos suspiros; cuando Castilla era gobernada con mano de hierro por Isabel I la Católica, y salvo ella pocas mujeres más destacaban en las artes, o en el gobierno o en las letras, salvo Beatriz Galindo y su entorno, crecida casi a la sombra de la propia reina, dos mujeres más se atrevían a introducirse en un mundo, el de la Universidad, dominado por los hombres; una de ellas, Francisca de Nebrija, entró en la de Alcalá de la mano de su padre, el inmortal Antonio de Nebrija, quien antes había ocupado una cátedra en Salamanca. De aquella, según algunas crónicas, fue expulsado en torno a 1508, su puesto lo ocupó una muchacha, natural de Atienza (Guadalajara), de apenas veinte o veinticinco años de edad, Luisa de Medrano Bravo de Laguna (o Lagunas).
Cuentan de ella algunas crónicas que superó con creces a La Latina. Su muerte, a edad temprana, la privó de entrar en la historia por la puerta de los grandes. Su obra se ha perdido, sin embargo quedan los suficientes rastros como para seguir su trayectoria.
Si tuviésemos la ocasión de viajar en el tiempo, hasta la Atienza del siglo XV, tendríamos la oportunidad de conocer un mundo distinto en el que, desde luego, y por mucho que nos apasione la historia medieval, no nos gustaría vivir, acostumbrados a las comodidades que nos ofrece el siglo XXI, y por supuesto, a los derechos que nos acompañan desde el mismo momento del nacimiento. A menos que perteneciésemos a una de aquellas clases de hijosdalgo, al brazo de la nobleza.
Tan sólo los nobles parecían tener acceso a las ventajas que ofrecía la vida cómoda, si puede llamarse así a no trabajar con las manos. Tener acceso a algún tipo de estudios y alcanzar, ganado a golpe de espada, algún tipo de poder en lugar, villa o ciudad. Eso sí, a fuerza de mantener la espada en buen uso, y estar permanentemente dispuesto a la batalla. A servir al rey.
Una de aquellas familias de batallar constante, según nos la dibujan los anales, cronicones e historias que nos hablan del remoto pasado de Atienza, o no tan remoto, si nos dirigimos a la Edad Media y hablamos de quinientos o seiscientos años atrás, fue la de los Bravo de Laguna, o de Lagunas, de la que tanto hemos oído hablar y tanto hemos leído, desde que doblado el siglo XV comenzasen a aparecer en la historia de Guadalajara y de Castilla con aquel Garcí Bravo del que la historia nos cuenta fue Alcaide del castillo de Atienza y tal vez el origen de una saga que dejó inscrito su nombre junto al de las hazañas y deseos de conquista, o de unificación de reinos, en la vieja Castilla.
Podemos igualmente remontarnos en el tiempo a los albores del reinado Isabel, La Católica, para encontrarnos una Atienza dividida, como el resto del reino, entre la fidelidad al rey coronado o la posibilidad de una nueva reina. Y si la historia es como se nos cuenta, o como la hemos leído, tendríamos que introducirnos en la noche oscura, o tal vez bañada en lunas, en la que el alcaide del castillo de Sigüenza, hechos tratos con algún criado de quien entonces lo era del de Atienza, Pedro de Almazán, lanzó la escala para que por ella trepasen los hombres de Garcí Bravo el omme leal e de buen esfuerzo.
Por supuesto que aquel Garcí Bravo que llegó a Atienza desde Sigüenza para ocuparse de la Alcaidía de su castillo no llegó sólo, sino que lo hizo, como solía ser habitual, con toda su familia, esposa, hijos y yernos, en caso de que los hubiese. García Bravo vino acompañado de su hija Magdalena y el marido de esta, Diego López, y si hacemos caso a las crónicas genealógicas, a estos les acompañarían al menos tres hijos y dos hijas, Diego, Garci, Luis, Catalina e Isabel. En Atienza le nacerían al matrimonio, al menos, otros cuatro hijos, entre ellos, el 9 de agosto de 1484, nuestra dama, Luisa de Medrano y Bravo de Lagunas.
Eran los tiempos guerreros en pos de la conquista de Granada, en la que tantos personajes de las familias Mendoza, Bravo o Medrano, gentes de Guadalajara y Soria, participaron, pues puestos a buscar parentesco, al final encontraríamos a todos unidos por algún tipo de vínculo familiar.
Allí hallaron la muerte nuestro Garcí Bravo y su yerno Diego López de Medrano, en Gibralfaro, en 1487: E los cristianos avían recibido muy gran daño en el comienzo, e fueron dellos muertos mas de cincuenta e otros feridos, entre los cuales murieron tres hombres principales: Garci Bravo, Alcayde de Atienza; e Diego de Medrano su yerno e Gabriel de Sotomayor, caballeros esforzados e de noble linaje…
Y Doña Isabel, la reina, a la muerte de ambos, a sus viudas: Ocuparnos hemos de vos e vuestros hijos para siempre….
Y así tenemos a doña Catalina dama de la propia reina, y a sus hijas y a sus hermanos y hermanas educándose junto al príncipe y las infantas, en la corte real. Con doña Isabel, primero; con doña Juana, después. En Tordesillas, en Medina del Campo, en Ávila, en Segovia, en Salamanca… donde quedó don Luis junto a su hermana, doña Luisa.
Y tenemos, al paso del tiempo, a don Luis, rector de aquella Universidad, a doña Luisa, destacando en el análisis lector de los clásicos. ¡Una mujer en la Universidad! La primera conocida.
Respecto a la cátedra que ocupó Luisa son numerosos los autores, entre ellos Theresse Oettel, que se inclinan con razonamientos avalados, señalando que Luisa de Medrano se ocupó de la cátedra dejada por Antonio de Nebrija en 1508, y no le faltan razones, si bien no pueden definir hasta cuándo la mantuvo. De que la hubo no hay duda. Están los testimonios de aquel tiempo a través del Cronicón de Pedro de Torres; de los escritos y cartas de Lucio Marineo Sículo.
Sin duda, la mejor imagen que tenemos de Luisa de Medrano es el retrato literario que de ella hace la persona que más la ensalzó, quien la conoció y tuvo durante algunos años relación epistolar, Lucio Marineo Sículo, quien en su Opus Epistolarum (Valladolid, 1514), nos dice, dirigiéndose a ella en carta de despedida:
La fama de tu elocuencia me hizo conocer tu gran saber de estudios antes de haberte visto nunca. Ahora, después de verte, me resulta aún más sabia y más bella de lo que pude imaginar, joven cultísima. Y después de oírte me ha causado gran admiración tu saber y tu ornada oratoria, sobre todo tratándose de una mujer llena de gracia y belleza, y en plena juventud. He aquí a una jovencita de bellísimo rostro que aventaja a todos los españoles en el dominio de la lengua romana. ¡Oh felices padres que engendraron tal hija! Debes mucho, clarísima niña, a Dios omnipotente y bondadoso por tu inteligencia. Mucho debes agradecer a tus padres que no te dedicaron a los oficios comunes entre las mujeres, ni a los trabajos corporales, en sí tan ingratos por su caducidad, sino que a los estudios liberales te consagraron, que son elevados y de eterna duración. Y te deben ellos a ti no poco, que su esperanza y ambición con tu constancia y gran estudio superaste. Te debe España entera mucho, pues con las glorias de tu nombre y de tu erudición la ilustras. Yo también, niña dignísima, te soy deudor de algo que nunca te sabré pagar. Puesto que a las Musas, ni a las Sibilas, no envidio; ni a los Vates, ni a las Pitonisas. Ahora ya me es fácil creer lo que antes dudaba, que fueron muy elocuentes las hijas de Lelio y Hortensio, en Roma; las de Stesícoro, en Sicilia, y otras mujeres más. Ahora es cuando me he convencido de que a las mujeres, Natura no negó ingenio, pues en nuestro tiempo, a través de ti, puede ser comprobado, que en las letras y elocuencia has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres, que eres en España la única niña y tierna joven que trabajas con diligencia y aplicación no la lana sino el libro, no el huso sino la pluma, ni la aguja sino el estilo. Adiós, y si en algo quieres utilizar mis servicios, estoy plenamente a tu disposición. Otra vez adiós, con el ruego de que a través de alguna carta de tu salud y de tu vida me hagas saber.
Un retrato en tabla, que refleja su fisonomía, se cita entre los archivos de la biblioteca de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, sin que se conozca a su autor. No hay más rastros que nos la pinten.
Con anterioridad a Marineo Sículo, el autor del “Cronicón de Salamanca”, anota, dando cuenta de la fama de nuestra erudita atencina, de quien, al parecer, no quiere perderse la ocasión de escucharla: A.d. 1508 die 16 novembris hora tertia legit filia Medrano in Catedra Caconum (el día 16 de noviembre de 1508, a la hora tercia, lee la hermana de Medrano)
Posteriormente el mismo Torres añadirá que la ha visto ejerciendo su labor, elogiando su saber y ofreciéndole su apoyo, al igual que hiciese Marineo Sículo.
Triste resulta imaginar que a pesar de haber llegado su nombre hasta el siglo XIX, es precisamente a en sus años finales cuando se silencia la figura de Luisa de Medrano, al no recogerse entre los numerosos volúmenes que recopilan la labor cultural de las mujeres; al no encontrarse ninguna obra escrita.
A pesar de ello, el nombre de Luisa de Medrano ya había ido pasando de boca en boca, y libro a libro, desde el mismo siglo de su dedicación a la Universidad. De ella se ocupó Gil González Dávila en 1615; Nicolás Antonio en 1672; Bernardo Dorado en 1776 para señalar: “Doña Luisa de Medrano, si no igualó, excedió a Beatriz Galindo”; Clemencín se ocupó de ella en 1821; Manuel Hermenegildo Dávila en 1849; Vidal y Díaz en 1869; Villar y Macías en 1887; Menéndez Pelayo en 1896… e incluso no faltan opiniones para trazar un paralelismo entre la protagonista de Morsamor, la novela de Juan Valera, y Luisa de Medrano. Es por ello que no deja de asombrar el silencio de su nombre.
Tal vez, lo más curioso del caso de Luisa de Medrano haya sido, finalmente, el olvido por desconocimiento de su existencia, de su propia localidad de origen, no menos el de la provincia, ya que desde 1943, un Instituto de Enseñanza Secundaria lleva su nombre en Salamanca: A propuesta de claustro. Y a propuesta de la rectoría, uno de los claustros de la Universidad salmantina lleva su nombre: Luisa, o Lucía, de Medrano.
Dos obras literarias de han ocupado recientemente de ella. Una a modo de novela: “La cátedra de la calavera”, debida a Margarita Torres; otra como apunte biográfico: “Luis de Medrano, la primer catedrático”, del firmante de este artículo. Ambas con un aporte imprescindible para dar a conocer la figura de una mujer, la primera, en dar clase en una Universidad, en un tiempo dominado por la figura masculina. Ambas, rescatando el nombre hecho leyenda, y de la que únicamente su temprana muerte nos privó de que creciese todavía más, y fuese más admirado aún que esa fachada en la que la calavera busca la iconografía siempre mágica de una interpretación ajustada a cada tiempo, a cada hombre, a cada pensamiento.
Luisa de Medrano, una mujer para la historia, la primera de la que se tiene constancia escrita de que dio cátedra en una Universidad, nació en Atienza (Guadalajara) el 9 de agosto de 1484. Murió en Salamanca, en 1514.
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