Débora Arango, la historia de una revolución estética
Era inicio de los años 40. A las afueras del neoclásico Teatro Colón, en La Candelaria del centro de Bogotá, un grupo de colegiales se turnaba la vigilancia de la puerta mientras otros ingresaban a recorrer apresurados el recinto prohibido. Sobre sus paredes se exponían cuadros de sugestivos desnudos femeninos que marcaban la llegada del expresionismo europeo a Colombia, ante el escándalo en el clérigo y el señalamiento de “inmoral” de la alta sociedad. No bastó el aval del entonces ministro de Educación, Jorge Eliécer Gaitán -quien montó la exhibición-, para que las obras de Débora Arango fueran desmontadas al día siguiente de la inauguración.
“¿Por qué es pecado el cuerpo femenino si nadie viene al mundo vestido?”. Una y otra vez se lo preguntó, pero Débora Arango no encontró respuesta racional para entenderlo. No la encontró porque para ella sus pinturas solo eran un reflejo de la vida real. Fue justo eso lo que desencadenó su censura. Era una realidad invisibilizada. A la que era mejor no mirar. La antioqueña exhibió lo marginal de la sociedad para darle voz. La voz que lo más alto del poder quería acallar. Prostitutas, mendigos, políticos corruptos y el cuerpo no esbelto de las mujeres.
Hoy se cumplen 114 años del nacimiento de Débora Arango (1907, Medellín - 2005, Envigado). La mujer que desnudó a Colombia. Sus pinturas son una especie de documento histórico sobre la memoria del país. Su actitud rebelde -aunque sin pretenderlo-, en su propia vida y obras, revolucionaron el papel de la mujer en la sociedad. Y su estilo de pincelada fuerte y colores vivos, propios del expresionismo alemán, revolucionaron la estética del arte nacional al oponerse a los dogmas de la academia. No en vano es la cara del billete de 2 mil pesos. No en vano hoy es el doodle de Google. No en vano le dedicamos estas letras.
La última censura
Aquel episodio en el Teatro Colón, que ella misma presenció y décadas después contó en entrevistas que hacen parte de los archivos sonoros de Señal Memoria, fue la última censura. Pocos años antes había participado en una exposición de aprendices del maestro Pedro Nel Gómez y en el Club La Unión. Acusada de “impúdica”, “inmoral”, “pornográfica”, “desvergonzada”, de “técnica incorrecta”, y hasta amenazada de excomunión por la Liga de la Decencia de Medellín. Debía vestir de hombre para montar a caballo -cosa mal vista en las mujeres-. No estaba preocupada por conseguir marido -de hecho nunca lo hizo-. En una época donde las mujeres no tenían derecho a votar, ni siquiera a adquirir una cédula de ciudadanía, una mujer tuvo la osadía, por primera vez, de pintar mujeres desnudas. Demasiado.
Sin más remedio, como ha sido el destino de tantos artistas en la historia del arte colombiano, ante el desprecio decidió irse del país para formarse sin ataduras morales. “Su salida del país, como para cualquier artista, tiene dos aristas. Una es un cierto sinsabor por no encontrar un eco y recepción a su obra en un contexto enrarecido, con fuertes lastres aún conservadores. Y por otro lado, una fascinación por encontrar en países, tanto en el lado español como en el mexicano, una especie de exuberancia de poder asistir a los grandes museos, ver grandes colecciones, encontrarse gente de vanguardia, etc.”, dice Ricardo Arcos-Palma, filósofo, teórico y crítico del arte y la cultura.
“Débora es muy reconocida en su momento por sus contemporáneos, porque son gente de vanguardia que entiende que no solamente la condición de la mujer, sino del artista, como ella, es fundamental. Entonces, digamos que en ese primer momento ya existe un reconocimiento por parte de la inteligencia política y cultural del momento, muy vinculados al progresismo”, explica Arcos-Palma, docente de la Universidad Nacional.
La estética y La Violencia
El asesinato de Gaitán en 1948, que desató La Violencia, fijó en ello la mirada de Débora. La polarización política, la dictadura de Rojas Pinilla y la imposición del Frente Nacional fueron recurrentes en sus cuadros. Las figuras grotescas en sus pinturas, en representación de los políticos, para algunos historiadores del arte hacen alusión a Goya. Como ‘Masacre del 9 de abril’, una de sus obras más emblemáticas. En acuarela se desata el caos: en un campanario una mujer en los hombros de un personaje toca las campanas que lo anuncian. Un cura se escapa por escaleras con ayuda de las monjas. Mientras el pueblo se toma la iglesia. Al fondo, unos cañones escupen fuego.
“Esta obra se convierte en un registro muy importante de una manera, además, muy expresiva, de lo que fue este acontecer histórico. Este tipo de obras se van acentuando más en este período. Porque su visión política se arrecia tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán”, comenta Arcos-Palma. Y también es un ejemplo de su estética salida de los cánones del arte tradicional. Sus cuadros plasman su estado de ánimo del momento. Sus figuras son las formas de sus sentimientos convertidos en imágenes. Es la libertad del expresionismo. Ese que se le reclama principalmente a Vincent Van Gogh.
“El expresionismo es una corriente que se destaca justamente por la libertad de la pincelada, de los trazos. Hay un descuido, pondríamos entre comillas, del tratamiento de la figura humana o de lo que se está representando para dar paso y mayor importancia al color y a las formas. (...) En Débora, podríamos pensar que los dibujos están mal hechos o que son de muy mal gusto. De hecho, Laureano Gómez, en su tribuna en el periódico El Siglo, comparaba sus obras con el arte decadente que los nazis en ese momento también llamaban arte degenerado”, explica Arcos-Palma.
Así, con toda esa imposición de su alma, en épocas donde las mujeres no debían evidenciar que tenían una, Débora Arango se devoró el mundo. Por eso hoy, indiscutiblemente, tiene un lugar destacado en la historia del arte en Colombia y Latinoamérica. Porque marcó un hito significativo en el desarrollo del arte y la cultura.
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