viernes, 12 de noviembre de 2021

Mujeres de Ciencia

Myriam Sarachik, la física judía ortodoxa que peleó por hacerse un hueco en un mundo de hombres

 Cuando Myriam Sarachik le daba vueltas a si doctorarse en físicas o no, tuvo que pelear contra todos los que le decían que su sitio estaba en su casa, con su marido y teniendo hijos. Incluso algunas de las personas que le habían dado clase y conocían su interés y su talento le dieron entonces ese consejo. “Un físico puede casarse con la hija de un taxista, pero una física no puede casarse con un taxista”, le dijeron. Ella cuenta que intentó ser madre y esposa a tiempo completo, pero sentía que el mundo avanzaba a toda velocidad fuera de su casa mientras ella se quedaba estancada, y eso la hacía muy infeliz. Con el apoyo de su marido, se reincorporó a ese mundo que corría sin parar.

Myriam Sarachik (2019). Wikimedia Commons.

Su campo de investigación se centró en observar y estudiar el comportamiento magnético y electrónico fundamental, especialmente a bajas temperaturas. Esas interacciones, a menudo muy sutiles, resultan esenciales para entender la electrónica moderna que mueve nuestro mundo.

Myriam Paula Morgenstein nació en agosto de 1933 en Bélgica. Sus padres, judíos ortodoxos, se vieron obligados a abandonar el país en 1940 por la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron detenidos en la frontera entre Francia y España en 1941 y enviados al campo de concentración de Mérignac, cerca de Burdeos, y después trasladados a otro cerca de Tours, de donde consiguieron escapar ese año.

La familia Morgensein pasó los siguientes cinco años refugiada en Cuba, y allí ella aprendió español e inglés. En 1947 consiguieron las visas para entrar en Estados Unidos y se asentaron en Nueva York. En 1950 se graduó en el Instituto de Ciencias del Bronx y comenzó a estudiar en el Barnard College. Se tituló también por la Universidad de Columbia, donde realizó su tesis doctoral en 1960. Fueron años de muchos intereses distintos: literatura hispánica y francesa, matemáticas, química, filosofía, física. “¡La música era mi pasión! Soñaba con ser una pianista del calibre de Vladimir Horowitz o Arthur Rubinstein. Seguí tomándome en serio mis estudios de música durante muchos años, hasta que se volvió imposible hacer todas las cosas que quería porque los días solo tienen 24 horas”.

La física, un desafío para ella

Finalmente tuvo que elegir, y eligió la física. “Era interesante, y el mayor reto que me había encontrado hasta el momento”, contaba Sarachik. Al contrario que otras materias que se le daban bien con mucho menos esfuerzo, la física era difícil para ella. Su padre admiraba a los físicos por encima de todo, y ella admiraba a su padre, así que esta terminó siendo su elección. “Aunque me fue bastante mal durante la primera mitad del primer trimestre, mejoré rápido”.

El Departamento de Física de la Universidad de Columbia era un sitio muy ajetreado en los años 50. Durante su estancia allí, varios miembros del profesorado obtuvieron un premio Nobel, y unos cuantos más lo ganaron después basándose en el trabajo que hicieron durante esos años: el descubrimiento de la radiación coherente, del neutrino muon o de la estructura del núcleo de los átomos son algunos ejemplos. “Los coloquios de las 5 de la tarde se celebraban en salones llenos de gente, eran el evento más importante de la semana”.

En esa época, cuenta, sufrió su primera experiencia de discriminación sexista en el entorno laboral. “Obtuve trabajos de verano en una compañía llamada Bell Telephone Laboratories en Manhattan. Mientras que mis compañeros varones, a los que en muchos casos conocía, y no eran más inteligentes que yo, eran contratados para el departamento técnico, yo hacía un trabajo similar en el de conserjes y secretarias por dos tercios del salario que ellos recibían. Era muy molesto pero no se podía hacer nada, así eran las cosas”.

Qué difícil es arrancar los sesgos culturales que aprendemos

Obtenido su título de licenciada, se abrió ante ella el dilema de si continuar o no sus estudios y su formación. “Yo quería seguir estudiando pero dudaba porque sentía que no era apropiado que yo, una chica, tuviese un título más avanzado. Había sido criada en una familia ortodoxa judía como parte de una comunidad donde se espera de las mujeres que se casen, tengan hijos, lleven la casa y atiendan las necesidades de su marido. No se esperaba de una mujer que trabajase fuera de casa, y de hecho eso hacía quedar mal a su marido y su capacidad para cuidar de ella. Aunque todo esto no encajaba para nada conmigo, unas expectativas y sesgos culturales que se llevan tan grabados son difíciles de arrancar”.

Pero el hombre con el que Sarachiks se casó, Philip Sharachik, al que conoció durante su primer curso estudiando Física, la apoyó y animó para que no detuviese sus estudios. Finalmente consiguió su título de doctora por la Universidad de Columbia en 1960 con una tesis sobre cómo medir la atenuación de los campos magnéticos de determinados superconductores configurados como capas muy finas de plomo o estaño.

Myriam Sarachik en los Bell Laboratories (1963). AIP Emilio Segrè Visual Archives.

En esa misma época había tenido a su primera hija, y a sus dificultades para encontrar un empleo como mujer en un sector casi exclusivamente masculino, tuvo que sumar los comentarios que le recomendaban volver a su casa a cuidar a su bebé. Cuenta que se quedó en casa durante varias semanas, cada vez más infeliz y deprimida. Finalmente ella y su marido decidieron que era mejor para ella y para la familia al completo que volviese a trabajar. Aunque le costó semanas de entrevistas decepcionantes, finalmente obtuvo un puesto de investigadora en los Laboratorios Bell de Investigación en Física en Murray Hill, Nueva Jersey.

Observando el efecto Kondo

En la década de los 60, Sarachik realizó su principal aportación científica: sus experimentos lograron los primeros datos que confirmaban el efecto Kondo, que se refiere al comportamiento que tienen algunos conductores eléctricos cuando se enfrían y desaparece o se reduce su magnetismo, y al efecto de añadir impurezas magnéticas en dichas condiciones. En un escrito de 2005, el físico teórico japonés Jun Kondō que da nombre a ese efecto reconocía el importante papel que el trabajo de Sarachik tuvo en la demostración y establecimiento de su teoría.

En 1964, obtuvo un puesto en el departamento de Física del City College de Nueva York como profesora asistente. Tres años después ascendió a profesora asociada. Esa misma escuela la reconocería con honores años después, en 1996. “Todo el mundo asume que las mujeres son especialmente buenas profesoras, pero es una generalización que a veces es incorrecta. Yo lo hacía solo aceptable. Uno de mis empeños constantes con los años ha sido mejorar mi docencia. He intentado, y sigo intentando, distintos enfoques y métodos para involucrar a los alumnos de forma más activa en el proceso de aprendizaje, con resultados mixtos”.

Pronto presentó varios proyectos de investigación a distintas agencias gubernamentales y recibió la financiación para llevar a cabo sus experimentos, siempre en el campo del estudio del comportamiento de materiales magnéticos y conductores a muy bajas temperaturas, lo cual requería no solo dichos materiales, sino también las sustancias para enfriarlos y observarlos.

En 1970, la mujer que contrataron para cuidar de sus dos hijas robó su coche y secuestró a la menor de ellas, apenas un bebé, y desapareció con ella. El cuerpo de la mujer apareció doce días después en el coche, y el de la bebé, un mes después. “Los siguientes 10 años de mi vida fueron muy difíciles”.

Activista por las mujeres en la física

A medida que pasaron los años y la presencia de las mujeres en el campo de la física experimental se hizo más común, también fue más común hablar de los problemas de discriminación que sufrían. Sarachik se convirtió en activista feminista y por los derechos humanos, y recibió invitaciones para participar en distintos comités sobre el tema tanto en Estados Unidos como en otros países. Uno de sus mayores logros, recuerda, fue ser elegida presidenta de la Sociedad Estadounidense de Física, desde donde podía asesorar al gobierno y viajar por el mundo representando a la física de su país.

Sarachik murió en Manhattan en octubre de 2021 a los 88 años.

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