sábado, 19 de septiembre de 2020

Una Mujer de talla histórica

 

Alicia Dussán Maldonado, una mente maravillosa

Esta pionera en etnología, antropología y arqueología cumplirá el próximo mes 100 años.

En 2009 acababa de volver a Bogotá después de defender mi disertación doctoral sobre Pueblito y Ciudad Perdida en Estados Unidos, cuando sonó mi celular. Era doña Alicia, que quería saber si ya había terminado y defendido mi disertación. ‘Ya está lista, doña Alicia’, le contesté. ‘¿Y qué está esperando para imprimir una copia y traermela?, quiero leerla’, me dijo.


 Ese mismo día imprimí una copia y fui a su casa. ‘Lo espero la próxima semana para tomarnos un té, ya le tendré comentarios. Me voy a sentar a leerla’. Para ese momento doña Alicia tenía 90 años. La semana siguiente fui a tomar té y a conversar con ella sobre la arqueología de la Sierra Nevada de Santa Marta; sus comentarios sobre mi texto fueron agudos, incisivos y generosos. Para mí se convirtió en un ejemplo de lo que es un verdadero intelectual; siempre ávida de conocimiento nuevo, dispuesta a leer y aprender, una mente maravillosa sin importar la edad”, relata Santiago Giraldo Peláez, arqueólogo, Ph. D., director de la Fundación pro Sierra Nevada de Santa Marta.
Recuerdo que retrata de pies a cabeza a Alicia Dussán en esta etapa de su vida en la que, de manera afortunada, sigue siendo la intelectual curiosa de siempre, la profesional incisiva y la lectora ágil y, hasta hace unos pocos años, la maestra desprendida, dispuesta a compartir su conocimiento.

Umbría

“El trabajo de doña Alicia quedó durante años un tanto a la sombra: siempre detrás de su marido. En las últimas décadas ha ocupado el lugar que le corresponde, gracias a que colegas y estudiantes le han dado el lustre que corresponde”, afirma Margarita Serge, directora del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes durante seis años y hoy una de sus profesoras e investigadora.

Departamento que fue creado por la pareja Dussán Reichel, dupla de apellidos que cobija una bibliografía abundante y primigenia de arqueología, etnografía y antropología, desde los años cuarenta del siglo pasado.

Pero, para ser exactos, habría que precisar que siempre se escribió primero el apellido de su esposo que el de ella y, en muchas oportunidades, se desconoció el suyo, explicando que se daba por entendido que, nombrándolo a él, se referían a los dos.

Margarita Serge remarca que hay que tener en cuenta que en esos años la presencia masculina extranjera se potenciaba en un ámbito patriarcal, provinciano, en donde las antropólogas, arqueólogas y etnólogas se contaban con los dedos de una mano. A ese puñado de mujeres se las miraba con extrañeza, y se dudaba de su saber.

Para los años sesenta, “el profesor Reichel concentra cada vez más la atención del mundo académico, y Alicia pasó a una situación de sombra o de segundo orden, no obstante sus importantes contribuciones. Y a medida que el merecido prestigio del profesor Reichel crecía internacionalmente, el papel de doña Alicia, de cierta forma se iba invisibilizando...”, escribió el antropólogo Roberto Pineda Camacho en su libro Estrenando el oficio de etnólogas, publicado por el Instituto Colombiano de Antropología en Historia (Icanh), en el 2016.

"En las últimas décadas ha ocupado el lugar que le corresponde, gracias a que colegas y estudiantes le han dado el lustre que corresponde"

Sin mochila

Alicia Dussán hizo parte de ese primer y reducido grupo de mujeres que descartó el estudio de una carrera convencional como el Derecho, que ya de por sí era novedoso, alcanzó a cursar dos años en la Universidad Nacional, con buen pronóstico, para estudiar una especialidad en la que las mujeres parecían no tener cabida. Esas pocas que se atrevieron demostraron con creces ser tan capaces y brillantes como sus compañeros de estudio y, en muchos casos, con el correr de los años, sus esposos.

Bogotana de tiempo completo, Alicia Dussán vivió su infancia y juventud en el céntrico barrio de Las Nieves; estudió en el exclusivo Gimnasio Femenino, que, aunque de muy buen nivel académico, se especializaba en educarlas para que fueran excelentes amas de casa y si acaso enfermeras o maestras

En ese ambiente elitista, Alicia oyó con frecuencia a algunas de sus compañeras y profesoras hablar de manera despreciativa y racista contra la población indígena y la afrocolombiana, comentarios que no solo la molestaban, sino que le crearon interrogantes por ese menosprecio explícito hacia núcleos poblacionales de los que se ignoraba todo.
Su padre, adinerado finquero huilense, murió muy joven, y su madre, Lucrecia Maldonado, originaria de Chocontá (Cundinamarca), inquieta intelectualmente, liberal de partido y de pensamiento, se convirtió en su mejor aliada a la hora en que con valentía se atrevía a caminar por senderos vedados a las mujeres.
Antes de comenzar su carrera universitaria, Alicia le pidió a su madre que le permitiera viajar a Berlín a estudiar lengua y civilización alemana, y así lo hizo en 1938. Se hizo asidua visitante del Museo Etnológico y con preocupación observo que muchas piezas de San Agustín y del Amazonas colombiano se exhibían dentro de su colección privada. Otra inquietud más por resolver. Ese viaje duró solo un año largo porque comenzó la II Guerra y tuvo que devolverse.

Como estudiante de Derecho asistió a las charlas en la Biblioteca Nacional del francés Paul Rivet, por las que revivió su interés por la etnografía y sin dudarlo fue de las primeras en matricularse en el Instituto Nacional de Etnología, adscrito a la Escuela Normal Superior, en 1939, creado y dirigido por Rivet.

Abandonó el derecho aunque el rector y decano de la facultad le pidieron que continuara la carrera. Además de ser alumna brillante, le vaticinaban un promisorio futuro.

No lo lograron. En el primer grupo de estudiantes de Etnología, solo dos mujeres fueron sus compañeras: Blanca Ochoa y Edith Jiménez.

Contó varias veces Blanca que se vestían con el “estilo sastre”, que era como se llamaba al vestido de dos piezas, media velada, zapatos de tacón bajo, cartera de cuero y hasta guantes, algunas veces. Indumentaria que doña Alicia haría suya en Bogotá, aunque acostumbraba a usar otro tipo de prendas en sus permanentes y largas expediciones por el país.

Alicia Dussán

Alicia Dussán cumplirá cien años el próximo mes.

Foto: 

Jaiver Nieto. EL TIEMPO

Matrimonios

Fue la primera mujer en graduarse de etnóloga y en establecer con esa profesión un vínculo para toda su vida.

En la plaza de Pacho (Cundinamarca), Alicia conoció a Gerardo Reichel-Dolmatoff, recién llegado de Europa, con visa de turista, otorgada por el presidente Eduardo Santos, a petición del antropólogo Paul Rivet.

Los unió no solo el conocimiento que ella tenía del idioma alemán, sino el interés reciproco por los vestigios de los primeros pobladores.
Cuentan que su noviazgo transcurrió visitando varios pueblos de la Sabana, indagando por su pasado prehispánico y comprando piezas arqueológicas que con el pasar de los años doña Alicia donó al Museo Nacional.

“Desde el noviazgo, Alicia es un apoyo para su futuro esposo. Le ayuda a financiar la expedición a los Llanos Orientales, donde encuentra a los grupos guahibos...”, afirma Roberto Pineda en su libro.

"Desde el noviazgo, Alicia es un apoyo para su futuro esposo. Le ayuda a financiar la expedición a los Llanos Orientales, donde encuentra a los grupos guahibos"

Muy pronto se casaron, el padrino fue Paul Rivet. El matrimonio que duró 53 años, con cuatro hijos. Y comenzaron sus viajes de largo aliento por todo el país en la búsqueda de pictografías, sitios arqueológicos y, sobre todo, de poblaciones indígenas de las que nada se sabía. Una de las anécdotas más repetidas es que en su luna de miel en Honda (Tolima), Alicia adquirió una gran cantidad de urnas funerarias y otras piezas que le compró a un hombre que fue a su encuentro cuando supo que un extranjero y su joven esposa se hallaban investigando las huellas de los grupos indígenas que habitaron esa región. Urnas sobre las que escribieron al alimón un detallado artículo: comenzaba su escritura a dos manos, que se mantuvo durante 53 años que duró su matrimonio.
En uno de esos primeros viajes, Alicia, con tan solo 23 años, se contagió de malaria y debieron regresar urgentemente a Bogotá. Un año después, la pareja se fue a vivir a Santa Marta. Cuando, por los embarazos, Alicia no podía ir a las expediciones realizaba su trabajo con población indígena que vivía en la ciudad. Ahí fundaron el Instituto Etnológico del Magdalena.

De esa época hacen parte, también, algunos artículos, de los pocos firmados solo por ella como, por ejemplo: ‘Urnas funerarias en Magdalena’ (1943); ‘La repartición de alimentos en una sociedad en transición’ (1953), ‘Características de la personalidad masculina y femenina en Taganga’ (1954), ‘La estructura de la familia en la costa Caribe de Colombia’ (1958) y ‘La mochila y el fique: aspectos tecnológicos, socioeconómicos y etnográficos’.
También data de esos años el bello texto etnográfico ‘La gente de Aritama’ (1961), que ha sido leído y releído por legos y expertos. Este texto solo se publicó en español en el año 2012.
“Ella fue durante esos años una joven mujer que recorría campos, aldeas y ciudades de las dos costas colombianas, vista con sospecha y burla”, según refirió la antropóloga Myriam Jimeno con ocasión del homenaje que le hicieron a doña Alicia en 2013, como fundadora del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes.
Jugó un papel muy importante doña Alicia en la remodelación del Museo del Oro y en la cátedra universitaria, así como en las primeras indagaciones etnológicas urbanas, como el estudio sobre el barrio El Carmen, en el sur de Bogotá, pero lo suyo fue, sobre todo, el trabajo de campo al que se dedicó durante cuatro décadas, dejando sus hijos bajo el cuidado de su madre.
Uno de los primeros alumnos de Antropología en los Andes, Jorge Morales Gómez, escribió para el homenaje de los 25 años de fundación de ese departamento un sentido texto que finalizó así: “... recordar que Gerardo Reichel-Dolmatoff y su esposa introdujeron en mi conciencia y en la de mis compañeros el profundo sentido de la ética profesional: el respeto por los informantes y las comunidades, por los bienes patrimoniales y algo muy relevante: por la propiedad intelectual. Citar, ser muy rigurosos en las referencias bibliográficas, el uso de comillas, evitar a toda costa el plagio fueron enseñanzas que han dejado su huella indeleble”.
Sea propicia la ocasión para destacar el legado de Alicia Dussán al celebrar el centenario de su vida dedicada a la investigación, a la enseñanza y al conocimiento de los pueblos que nos precedieron y de los que siempre señaló estar orgullosa y curiosa de conocerlos en profundidad y poder compartir esos hallazgos con quien quisiera leerla y oírla.

Y lectores y oyentes le han sobrado y le seguirán sobrando.

MYRIAM BAUTISTA

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