¿“Ayuda”? No, gracias. Se llama corresponsabilidad.
Durante siglos, a las mujeres se les enseñó que lo doméstico era “su terreno”, “su deber”, “su destino”.
Y cuando un hombre lava un plato, barre su propio mugrero o cambia el pañal de su hijo…
¿es un héroe? ¿un aliado? ¿un mártir?
No. Solo está haciendo su parte.
Porque la casa no es un hotel, ni la mujer es el personal de limpieza, ni mucho menos la única responsable del bienestar familiar.
Llamarlo “ayuda” es mantener la desigualdad con otra palabra.
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