𝐄𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫, 𝐧𝐨 𝐬𝐞𝐫 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐝𝐚𝐬.
Pero eso está cambiando.
Hoy muchas mujeres ya no aspiran a ser elegidas: aspiran a elegir.
A decidir qué quieren, con quién, cuándo y cómo.
A poner condiciones. A decir “esto sí” y “esto no”.
Y no, no es soberbia. No es ingratitud.
Se llama dignidad.
Las mujeres no son ambiciosas por aspirar a lo mejor. Son conscientes de su valor, y están cansadas de tener que “agradecer” las sobras. Están aprendiendo a ocupar los espacios no con miedo a incomodar, sino con orgullo de existir.
Porque ya no queremos que nos elijan.
Queremos elegir. Y eso es poder.
Y ese poder ya no lo vamos a soltar.
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