La deuda pendiente con las mujeres: el trabajo no remunerado en Colombia
En México, la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) 2024 del Inegi reveló que las mujeres destinan 66.8% de su tiempo laboral a actividades no remuneradas, mientras que los hombres dedican 33.2%. Aunque ellas trabajan más horas a la semana en total —61.1 frente a 58 de los hombres— la mayoría corresponde a labores invisibilizadas como el cuidado y las tareas domésticas.
La brecha es contundente: 39.7 horas semanales dedican las mujeres a oficios del hogar y cuidado, frente a 18.2 de los hombres. Es decir, una diferencia de 21.5 horas que se traduce en dobles y triples jornadas que limitan su participación en el mercado laboral, en la vida política y en el disfrute del tiempo propio.
El cuidado también sigue recayendo en sus hombros: invierten 9.4 horas más en la atención de niñas y niños, y 5.3 horas adicionales en el cuidado de personas enfermas o con discapacidad. La desigualdad es tan marcada que, mientras una mujer dedica una hora al hogar, un hombre apenas dedica 25 minutos.
Aunque estos datos corresponden a México, el panorama en Colombia no es muy distinto. Según el DANE, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado representa cerca del 20% del PIB nacional, pero sigue sin ser valorado ni redistribuido. La Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) 2022 mostró que las mujeres colombianas dedican casi el triple de tiempo que los hombres a estas tareas.
La situación es crítica si se piensa en clave de derechos y equidad:
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Limita la inserción laboral de las mujeres.
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Genera condiciones de pobreza de tiempo.
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Reproduce estereotipos de género que naturalizan que “ellas cuidan” y “ellos trabajan”.
¿Por qué importa en la Agenda 2030?
El ODS 5 sobre igualdad de género plantea como meta reconocer y valorar el trabajo no remunerado, mediante servicios públicos, infraestructura y políticas de protección social. Sin embargo, tanto en México como en Colombia, los avances son lentos y las medidas insuficientes.
Redistribuir las tareas de cuidado implica un cambio estructural: desde políticas públicas de sistemas nacionales de cuidado, hasta transformaciones culturales que involucren a los hombres en la corresponsabilidad doméstica.
En Colombia, la reciente Ley 1413 de 2010, que ordena la inclusión de la economía del cuidado en las cuentas nacionales, fue un paso importante. No obstante, el reto está en pasar de la medición al reconocimiento real, con políticas que reduzcan la sobrecarga femenina y promuevan igualdad en la práctica.
Un cierre urgente
Mientras las mujeres sigan asumiendo la mayor parte del trabajo no remunerado, la igualdad será un horizonte distante. Redistribuir el cuidado no es un favor ni un gesto de solidaridad: es una condición indispensable para el desarrollo sostenible y equitativo que tanto México como Colombia dicen perseguir.
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