Distintas teorías se levantan entorno a la llegada del ser humano a la tierra conocida como América. Pero no nos referimos a Cristóbal Colón y los españoles, sino al tiempo mucho antes de las primera civilizaciones: la prehistoria. Una época en donde pocos hombres y mujeres compartían el mundo, donde vivían cazadores y recolectores.
A través del tiempo y distintas investigaciones, la ciencia pudo determinar que las comunidades de la prehistoria vivían de la caza y la siembra. Los únicos dos trabajos en esta época se sujetaban a conseguir alimento. Sin embargo, nunca se supo con claridad si las mujeres recolectaban o cazaban. Si compartían las tareas entre todos los integrantes o si los hombres se dedicaban a cuidar a la comunidad.
Como un intento de justificar las realidades actuales, se estipuló que las mujeres de la prehistoria se dedicaban a cuidar a la familia y recolectar alimentos, mientras los hombres salían con gran valentía a cazar y enfrentarse a distintos animales salvajes.
No obstante, la historia nos dio un golpe de realidad y gracias a la tumba de una antigua mujer se supo que las mujeres eran las grandes cazadoras de la prehistoria.
Los cazadores de América eran mujeres
El sistema de creencias se rompió frente a las miradas de los expertos. Como una bocanada de aire fresco, la ciencia descubrió que en el continente de América los primeros cazadores de grandes animales fueron las mujeres.
Investigadores de la Universidad de California reconocieron la tumba de una cazadora de 17 o 19 años con más de 9,000 años de antigüedad. Ubicada en la cordillera de los Andes, en América del Sur, la tumba de esta mujer cuenta con herramientas de caza como lanzas con puntas de distintas piedras.
Bajo la teoría de que los objetos que se encuentran en una tumba acompañaron a la persona en vida, entonces se puede asegurar que esta mujer fue una cazadora. Además, los expertos encontraron cerca de la zona a 429 individuos, de los cuales 27 fueron enterrados con herramientas de caza.
“Este nivel de participación contrasta fuertemente con los grupos de cazadores-recolectores recientes, e incluso con las sociedad agrícolas y capitalistas, donde la caza es una actividad decididamente masculina con bajos niveles de participación femenina”, agrega Randy Haas, antropólogo de la zona.
A partir de aquí podemos garantizar que no hay nada de natural en que las mujeres no participen en tareas que se consideran “pesadas”. La prehistoria ha demostrado que las cazadoras antiguas participaron equitativamente de los labores de la comunidad y lo hicieron con mucho éxito.
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