Claudia López, la mujer más poderosa de Colombia
Natalia Roldán Rueda.
Los ojos pardos de la mamá de Claudia hablan, aunque se esfuerce por mantener todo su cuerpo en silencio. Se les escapa el desconcierto y la decepción. Su hija acaba de confesarle su orientación sexual y el peso de esa noticia se percibe en sus párpados y en las arrugas de su frente. Aunque siempre lo intuyó, en el fondo tenía la ilusión de que no fuera cierto. La joven de 28 años, al enfrentarse a esa mirada contrariada, responde con un gesto de angustia y profunda tristeza. Su madre, entonces, se apresura a consolarla: “Ay, mi amor, yo te adoro y eso no va a cambiar nunca. Aquí la loca que tiene un problema soy yo, que no entiendo. Tú eres perfecta, divina. Me voy a demorar un poquito procesando esto, pero ese es mi problema, no el tuyo. Tú, no te preocupes”.
Cuando oyó esas palabras, Claudia se sintió la persona más afortunada del planeta. “Eso es amor infinito, un privilegio”, asegura la nueva alcaldesa de Bogotá.
De acuerdo con su madre, Claudia López ha sido una bendecida. Y la mujer con el segundo cargo más importante del país coincide. Es evidente que lo ha sido. Desde que empieza a responder nuestras preguntas, que la devuelven a la infancia, su mirada, verde y limpia, se carcajea a la hora de recordar su vida.
A pesar de no haber nacido entre lujos, ha sido privilegiada porque creció amada, contemplada y feliz, en medio de una realidad en la que la riqueza estaba en el conocimiento. También ha sido afortunada porque el camino profesional que aró a pulso la ha premiado con trabajos que le producen satisfacción; porque se maravilla con elementos tan cotidianos como los árboles o las montañas, y porque encontró el amor al lado de una mujer que la admira, la impulsa y la quiere con dulzura. Esos privilegios, y el empujón que le han dado su carácter y su disciplina, la llevaron a convertirse en la primera alcaldesa de Bogotá.
La hija
Claudia siempre ha sido hiperactiva y curiosa, así que de niña era imparable. Hija de una maestra que vivía en las escuelas donde trabajaba, su hogar era el espacio de juegos que todos soñamos en la infancia: había tableros, tizas y patios enormes para construir mundos de mentira.
Recuerda esos días con nitidez y euforia. A medida que avanza en su narración, se pierde en los recovecos de su memoria y pelea con su tío ‘Mono’, quien, a pesar de ser el hermano de su mamá, le lleva solo tres años; juega con sus primos; abraza a su abuelo Ángel María, para quien es la reina de la casa, y persigue a su abuela Concha, para arriba y para abajo: en sus parrandas, en el cine –donde vieron todas las películas de Cantinflas–, en sus caminatas por la séptima...
Era muy apegada a sus padres, así que cuando ellos se separaron se le vino el mundo encima y se volvió insoportable, tanto, que decidieron mandarla a un internado de monjas en Funza. “A los 14 años me metieron al internado de castigo, pero yo pasé feliz. Yo era un diablo, muy necia, pero siempre me salvaba porque era muy buena estudiante. Y le agradezco mucho a la vida ese paso. Buena parte de mi disciplina y mi método se los debo al internado”.
Sus padres también permearon su personalidad. De María del Carmen Hernández, su madre, le quedó el amor por la lectura, por la educación y por el conocimiento, así como la sensibilidad ante las causas sociales y la terquedad de no doblegarse ante lo injusto. Rey Elías López, su padre, le impregnó su tenacidad y disciplina: “Mi papá es un berraco. Llegó aquí de Cucaita, Boyacá, hijo de un campesino, con una mano adelante y la otra atrás, y se volvió empresario. No hay nada que le quede grande”.
La mujer
Critican su carácter. Dicen que no habla, sino pelea. Aseguran que vive de mal genio. En las redes sociales se habla más de la cuenta y no siempre con fundamento. Sí, es estricta y no le gusta perder tiempo. Dice las cosas como son y eso incomoda. A veces se sale de casillas, como todos. Pero también es sensible, inteligente, amable, sencilla.
La politóloga e investigadora –que fue columnista, senadora, candidata a la vicepresidencia y líder de la consulta anticorrupción– basa su vida en tres pilares: “Una dimensión espiritual, tanto laica como católica –explica–; otra en la que me reconozco parte de un universo muy grande y muy complejo del que somos una cosita mínima y vulnerable, aunque a veces nos sintamos tan importantes; y la tercera es una dimensión que se sustenta en la importancia de las convicciones, el mérito y la disciplina”.
Con esas tres columnas en armonía, no hay nada que la detenga.
— En un país machista, clasista y homofóbico, ¿cómo llega una mujer lesbiana, que no nació en cuna de oro, al segundo cargo más importante del país? –pregunto.
—Me tocó la fortuna de que se juntaron cuatro coyunturas: Colombia, en general, ha ido modernizándose, abriéndose; Bogotá es una ciudad disruptiva por definición; muchas mujeres ya habían abierto camino, les tocó tumbar selva a machete y había una trocha por la cual caminar; y mi tenacidad, mi preparación, las causas que escogí y creer en el lema de mi papá, de que no hay nada que nos quede grande. Y a eso se sumó una compañera de vida absolutamente maravillosa. Yo no sé si yo hubiera llegado hasta aquí sin Angélica. Ella me trajo casi de las orejas para que me lanzara a la Alcaldía. Yo sin ella no soy nadie en la vida.
La enamorada
—¿Qué la enamoró de Angélica? –pregunto y me preparo para anotar una larga lista de cualidades.
—Es el ser más dulce, más auténtico… –mientras responde, Claudia se pierde dentro de sí misma. Trata de poner en palabras un sentimiento tan profundo y tan complejo que no lo puede comunicar–. Ella es divina, lo más lindo, yo me muero.
La alcaldesa vuelve a ser breve. El lenguaje no le alcanza. Sin embargo, todos los que estamos en el recinto vemos que ese sentimiento se le escapa por la piel, la envuelve y la ilumina toda.
Se casaron el 16 de diciembre y Claudia está más enamorada que nunca. Fue el día más feliz de su vida.
La boda
Como en cualquier otro matrimonio, hubo anillos, ponqué y brindis. Además se caracterizó por su buena música: las homenajeadas se cantaron, la una a la otra, Prometo, de Fonseca, y el karaoke de ranchera y música llanera no faltó.
Como en cualquier otro matrimonio, hubo anillos, ponqué y brindis. Además se caracterizó por su buena música: las homenajeadas se cantaron, la una a la otra, Prometo, de Fonseca, y el karaoke de ranchera y música llanera no faltó.
Desde el 2016 decidieron que habría matrimonio. En ese momento crearon un grupo en Whatsapp e invitaron a las madrinas para empezar a organizarlo. En dos ocasiones pusieron fecha y ambas veces incumplieron. Después de haber luchado tanto por tener igualdad de derechos, querían ejercerlos, pero se les atravesó una campaña, después la otra, el doctorado, la tesis… En tantas oportunidades desilusionaron a sus amigas, que el 2 de diciembre pasado, el día en que les pidieron ayuda porque la boda sería una realidad, las trataron de pastorcitas mentirosas.
Durante esas ajetreadas semanas que precedieron el matrimonio, Angélica fue a buscar vestido y llegó preocupada: “Esto es un desastre, nada me queda bien, nada me gusta”. Entonces, Ángel Yáñez salió al rescate: “Me contactaron cinco días antes de la fiesta y estuvieron dispuestas a confiar en mí, porque no había tiempo para pruebas ni para nada –explica el diseñador–. Yo las convencí para que se casaran de blanco, ellas tenían en mente hacerlo con colores.
Trajes de novia
Ángel Yáñez los tuvo listos en tres días: “Angélica, con un toque divertido y femenino; Claudia, austera, clásica, más Armani”.
Ángel Yáñez los tuvo listos en tres días: “Angélica, con un toque divertido y femenino; Claudia, austera, clásica, más Armani”.
Después de la llegada de los cerca de 300 invitados –entre los que se encontraban Antanas Mockus, Ángela María Robledo y Antonio Navarro–, las primeras en entrar fueron las 20 madrinas, quienes hicieron una coreografía para dar inicio a la ceremonia. Luego siguieron Angélica y Claudia, tomadas de la mano. Así fue el comienzo de una noche feliz que se extendió hasta la salida del sol.
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