Este mensaje encierra una verdad cada vez más compartida por muchas mujeres: no es que ya no sepamos amar, es que hemos aprendido a amarnos tanto que preferimos la paz de la soledad a la guerra diaria del vínculo desigual.
No es odio a los hombres.
Es cansancio de justificarlos, de criarlos, de soportar su inmadurez emocional, su machismo camuflado de “buenos modales” y su resistencia a responsabilizarse afectivamente.
Muchas mujeres ya no esperan a que los hombres cambien.
Están cambiando ellas: eligen su libertad, su tiempo, su autocuidado.
Y si alguna vez vuelven a amar a alguien, será desde el amor propio, no desde la necesidad.
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