lunes, 30 de octubre de 2017

LA CÁTEDRA DE LOS JUEVES 05-10-2017

¿Qué significa administrar justicia con enfoque de género?, por Beatriz Ramírez Huaroto.



La Cátedra de los Jueves, que saca adelante la Sala Penal Nacional, se ha convertido en un importante espacio de reflexión jurídica, en el que semana a semana se echan luces sobre diversos temas. La sesión del 5 de octubre no fue la excepción.

En esa ocasión la profesora Beatriz Ramírez Huaroto, magistra en derecho constitucional, tuvo a su cargo el desarrollo del tema «Administración de justicia con enfoque de género: estándares internacionales y nacionales».

Como dijo la ponente en una parte de su disertación, se echa de menos en las facultades de derecho cursos sobre derechos humanos. De ahí las dificultades de los operadores jurídicos de aprehender los estándares convencionales en la administración de justicia. Valga entonces el esfuerzo de estas capacitaciones para llenar ese vacío con lúcidas intervenciones como la que vamos a ver en seguida.

Sin mayor preámbulo les dejamos la transcripción de la primera parte de su intervención. Al final del post encontrarán el vídeo que registra la ponencia completa. 


Administrar justicia con enfoque de género

Allí hay que responder una pregunta de base que es si hombres y mujeres tenemos condiciones de igualdad. Antes de ingresar conversábamos si, por ejemplo, el número de mujeres y varones en las salas nacionales era igual, o si el número de mujeres y varones en las facultades de derecho es igual o si el número de varones y mujeres entre los y las docentes de derecho es igual; y les respondíamos que todavía no, pero que es mucho mejor que antes.
Nosotros comentábamos con el doctor y la doctora que probablemente hace muchos años, 10 o 20 años, la doctora no hubiera sido jueza, ni yo hubiera estado de ponente, porque hay que reconocer que las mujeres sufrimos y hemos sufrido situaciones estructurales de discriminación que felizmente han ido cambiando. Si ustedes piensan en sus hijas, en sus hermanas, en sus sobrinas; piensen que el mundo en que ellas viven es distinto al que vivieron ustedes o sus madres o sus abuelas.
Y esa no es una pregunta intrascendente. Parte de pensar también cómo se juzgan los casos en que los derechos de las mujeres están en juego, porque si no hay una igualdad dentro y fuera de la familia; entonces eso también repercute en el mayor estándar de vulnerabilidad que pueden tener las mujeres al ser víctimas de una violación, por ejemplo. […] Pero, por qué digo esto, porque si uno no toma en cuenta esta realidad, uno puede, bajo una invocada neutralidad que nunca es neutral, pasar por alto las situaciones de discriminación que hacen, por ejemplo, que la víctima de violación hable tarde, piensen qué es para una víctima de violación asumir que ha sido violada, que alguien ha entrado en tu cuerpo sin tu permiso; piensen el tiempo que le toma a una persona asumir eso, la vergüenza social que te produce la idea de reconocer que alguien abusó de ti, que tú has sido vulnerable […].

¿Qué implica la perspectiva de género?

Corte Suprema: Acuerdo Plenario 1-2011/CJ-116

La perspectiva de género implica reconocer las relaciones de poder y discriminación entre hombres y mujeres, que esas relaciones han sido constituidas social e históricamente, que están presentes en todos los espacios sociales, y que se articulan con otras relaciones, como las de raza, edad, entre otras, etc.
Lo primero tiene que ver con reconocer que hay relaciones de poder entre mujeres y varones y que esas relaciones se pueden plasmar en discriminación. Entender que es posible que hayan situaciones de discriminación, por lo menos plantearte la pregunta y no asumir que todos de por sí somos iguales porque lo dice la Constitución; sino pensar que en la práctica pueden haber situaciones de poder que haga hayan diferencias entre mujeres y varones.
La segunda variable es que esas relaciones de poder algún día cambiarán, que están constituidas históricamente, socialmente, y que por eso la situación de nuestras abuelas no es igual a la situación de nuestras mamás, no es igual a nuestra situación, ni será igual a la situación de nuestras hijas. Es decir, eso varía y hay cosas que pueden ir cambiando y felizmente, porque somos humanos, humanas. Hay muchas cosas que podemos ir corrigiendo de nuestro comportamiento social.
Una tercera idea que nos señala la Corte Suprema es que hay que reconocer que las relaciones sociales de género entre mujeres y varones están presentes en todos los espacios sociales. Uno las puede ver en su casa, las puede en su trabajo, las puede ver en la calle, las puede ver en su centro educativo y de hecho también están presentes en el sistema de justicia que es uno de los componentes que la Corte Interamericana señala en la sentencia Espinoza Gonzales vs Perú, que ahora vamos a comentar.
Y un último componente es que hay que articular con otras formas de discriminación. No es lo mismo ser una mujer que ha estudiado en una universidad en Lima que ser una mujer quechuahablante, por ejemplo, víctima de violación sexual. No es lo mismo ser una niña adolescente que vive en Villa María del Triunfo que ser una mujer adulta mayor que vive en Chacarilla del Estanque. No es lo mismo. Todas son mujeres, pero por distintas razones como su edad, su condición económica, su idioma, marcan distintas vulnerabilidades, que si bien todas compartimos ser mujeres hay que reconocer que el ser mujer per se es una de las variables que hay juntar con la edad, con la condición económica, con el origen étnico y otras variables que son importantes.
Todo esto que les estoy diciendo no me lo he inventado yo, es parte del Acuerdo Plenario 1-2011/CJ-116 que la Corte Suprema introdujo en este foro plenario relativo a la apreciación de la prueba en delitos contra la libertad sexual que ya tiene más de seis años.

Corte Interamericana de Derechos Humanos: Caso Gonzáles y otras (Campo algodonero) vs. México

Ahora revisemos lo que nos dice la Corte Interamericana en la sentencia del caso González y otras: “Una capacitación con perspectiva de género implica no solo un aprendizaje de las normas, sino el desarrollo de capacidades para reconocer la discriminación que sufren las mujeres en su vida cotidiana. En particular, las capacitaciones deben generar que todos los funcionarios reconozcan las afectaciones que generan en las mujeres las ideas y valoraciones estereotipadas en lo que respecta al alcance y contenido de los derechos humanos.”
Un primera idea de esto es tener la capacidad de poder mirar que, en tu caso concreto, que esa mujer esta viniendo como víctima, puede ser víctima –valga la redundancia– de múltiples formas de discriminación, y por eso de repente se demoró en denunciar, y por eso su proceso, de repente, no funcionó porque no tenía abogado, porque no tenía plata. O por eso simplemente nunca fue a un servicio médico porque le daba vergüenza, porque en nuestra sociedad no se premia a las víctimas; muchas veces se les culpabiliza. Entonces, desarrollar esa capacidad es muy importante.
La segunda idea es que juzgar con enfoque de género implica también cuestionar nuestros estereotipos. Pregunta, ¿todas las mujeres tienen, cuando las violan, que arañar a su violador?, ¿todas tienen que gritar?, ¿o habrá mujeres que se paralizan por el miedo y cierran los ojos y no piensan en nada más para que todo se acabe?
La gran pregunta es, ¿cómo debe reaccionar una víctima? Y ahí hay que pensar en nuestros estereotipos, porque de repente nuestro estereotipo es que la mujer arañe, pelee –entre comillas– por su honor, grite, patee, etc. ¿Y qué pasa cuando una mujer no hace eso? ¿Eso la hace menos víctima? ¿Qué pasa si una mujer por miedo no le cuenta a nadie de su violación y lo hace mucho tiempo después? ¿Yo podría decirle «después de seis meses recién te acordaste que fuiste violada»? Y esto que les estoy contando lo he visto en una carpeta fiscal. Eso es aplicarle a una víctima el estereotipo de lo que tú crees que debería ser una adecuada respuesta


















sábado, 28 de octubre de 2017



Reflexión

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Malos entendidos acerca del significado del concepto género: Distinción entre sexo y género 5/17



La distinción entre sexo y género no es tan tajante como se creía en los inicios del desarrollo de las teorías de género.  Ya sabemos que lo que se entiende por sexo es construido socialmente también.  Sin embargo, la mayoría de las personas entienden el sexo como algo biológico, inmutable y por ende corresponde hacer, para facilitar la comprensión, una distinción entre sexo y  género. Sin esta distinción es difícil entender la subvaloración de todo lo femenino o entender que los roles y características que se le atribuyen a cada sexo, aunque se basaran en diferencias biológicas, no son una consecuencia ineludible de esas supuestas diferencias y que, por lo tanto, pueden ser transformadas. Es precisamente esta separación conceptual entre el sexo y el género la que ha permitido entender que ser mujer o ser hombre, más allá de las características anatómicas, hormonales o biológicas, es una construcción social y no una condición natural.

Entender que género no es lo mismo que sexo es fácil pero lo que no es tan fácil es hacer una distinción tajante entre uno y otro concepto porque ambos se significan mutuamente. Sin embargo, estos términos no se deben usar indiscriminadamente o, peor aún, no se debe usar el término género en sustitución de sexo. Debemos tener claro que el sexo es lo que entendemos como más o menos determinado biológicamente mientras que el género es construido social, cultural e históricamente. Sin embargo, muchas personas ahora usan género en vez de sexo porque les parece que es un término más alejado de “lo sexual”. Por ejemplo, en algunas dependencias gubernamentales preguntan el “género” de la persona que hace tal o cual demanda cuando lo correcto es preguntar por su  “sexo”. Tampoco se pueden hacer estadísticas desagregadas por “género” sino que deben ser desagregadas por “sexo”. El género, en definitiva, no es un término que viene a sustituir el sexo, es un término para darle nombre a aquello que es construido socialmente sobre algo que se percibe como dado por la naturaleza.

http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:mDqWVk3zE_MJ:centreantigona.uab.es/docs/articulos/Feminismo,%2520g%25C3%25A9nero%2520y%2520patriarcado.%2520Alda%2520Facio.pdf+&cd=3&hl=es-419&ct=clnk&gl=es

martes, 24 de octubre de 2017


Flâneuse: las mujeres aún tienen que conquistar las ciudades

¿Es la calle un lugar diseñado y gobernado por hombres?




Hay tantos letreros, tanto ruido, tal velocidad que no vemos las ideas que gobiernan las plazas y las avenidas. La calle es, desde hace siglos, un lugar para hombres. No es de las mujeres que tienen que caminar detrás de sus maridos, como ocurre en Japón; ni de las saudíes porque no les dejan conducir. Tampoco les pertenece a las mujeres de los países en los que las miran mal si van solas por las aceras. La ciudad no estará bajo sus dominios mientras tengan que andar en guardia para evitar que un agresor las asalte en una callejuela.
Esta realidad aplastante, a menudo, se ve reforzada por la fantasía. A las niñas, desde muy pequeñas, les enseñan a tener miedo a los pasadizos y a los peligros de la ciudad.
A los seis años, Atxu Amann aprendió a estar alerta. En la calle estaba obligada a ir de la mano de su abuela; si no, le advirtió ella, vendría el hombre del saco y se la llevaría para siempre. Ocurría también que en aquellos años 70, al llegar a casa, de noche, en un barrio de Madrid, su padre empezaba a vociferar: «Serenooo, serenooo», mientras daba palmadas y, de pronto, aparecía entre la penumbra un hombre con un manojo de llaves. El poder de entrar y salir —reparó Amann— estaba en manos de un desconocido.
Poco después, al llegar la Navidad, entre un gran bullicio de gente, sus padres la sentaron en el regazo de un viejo con ropa rara y una barba blanca. El hombre le dijo al oído que tenía que ser buena; si lo era, una noche entraría en su casa, por la ventana, y le dejaría un regalo. «¿Un desconocido colándose, a oscuras, en mi casa?», se preguntó, pasmada.
Estas historias transformaron el paisaje que aquella niña tenía de la ciudad. Las calles se volvieron pasadizos tenebrosos donde, desde cualquier sombra, podía emerger un hombre del saco, un sereno o un bandido con una corona dorada. Un día, la niña, desconcertada, le dijo al padre: «Papá, yo no quiero que vengan los reyes magos. ¿Has pensado que el hombre del saco, el sereno y los reyes, a lo mejor son amigos, y nos la van a liar?». El padre le respondió: «Mira, hija, las cosas no son como nos las han contado».
A Atxu Amann le impactó esta frase y hoy subyace en muchas de las investigaciones que realiza desde su puesto de doctora arquitecta de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. «Estas historias nos hacen las cosas aún más difíciles. Nos las cuentan para facilitarnos la vida, pero acaban haciéndola más compleja y en algunos casos, imposible», indica con un recogido finísimo, unas botas poderosas y un brillo en los ojos que fulminaría al instante a un bravucón.
Amann era una chica curiosa y sin miedo. Una noche, cuando tenía 19 años, se despistó y el peligro la arrinconó tras una puerta. Un hombre la violó en una sesión de cine de madrugada. No hubo juicio, pero hoy, al recordar el incidente, la arquitecta imagina una escena así: «El juez diría: ¿Qué hacía usted a la una de la mañana en un cine?, y yo diría: Lo que habría que preguntar es ¿qué hace un violador viendo una película de Almodóvar en los Alphaville?».
El agresor no fue el hombre del saco. Fue un hombre real.
FLaNEUSE

Pisando más espacio

Piensa la urbanista que hoy «las mujeres podemos ir a muchos sitios, podemos caminar a muchas horas, pero la ciudad no es un lugar amable para nosotras». Esta sensación marca la velocidad del paso de las mujeres. «Muchas tienen que andar con el culo salido porque van con el carrito de la compra, porque llevan a una anciana, porque cargan con los niños», relata un viernes de aspecto otoñal, en un café de Madrid.
Los espacios públicos nunca se diseñaron para las mujeres. Nadie imaginó siquiera a una flâneur, la que deambula por el placer de perderse, de ver pasar la vida desde un paso lento. «No podemos ser flâneur porque no nos han permitido disfrutar del espacio público. Nos han dejado ser flâneur en el espacio doméstico, que lo tenemos como los chorros del oro, porque es nuestro espacio público cuando viene alguien de visita».
Una mujer que camina sin rumbo, parándose a tocar la textura los muros, agitando las plantas para apreciar su olor, resultaría sospechosa. La mirarían como a una loca. «La mujer siempre tiene un origen y un destino. El origen es la casa y el destino es la iglesia, el mercado, el centro de salud… Esta forma de relacionarnos con la ciudad ha llevado a que nos pongan unas etiquetas». Son las marcas que Amann intenta borrar desde su labor de arquitecta: «Mi función es desetiquetar para que las mujeres ganemos más espacios de libertad».

A la caza del tiempo

Dice la arquitecta que las mujeres han ido ganando espacio en la calle, pero el tiempo aún no es suyo. Los hombres han impuesto su ritmo a la ciudad. La duración de la luz de los semáforos, la velocidad de los coches… La mayor parte de los elementos que marcan el paso «están pensados para el hombre trabajador. No están contemplados los tiempos para cuidar de los demás», afirma, convencida: la voz firme, los codos sobre la mesa, la cara adelantada.
Amann plantea que una ciudad sería más femenina si cambiaran el tiempo de los semáforos. Ahora hay que cruzar con prisas y sin contemplaciones. Pero si en vez de unos segundos, la luz permaneciera verde siete minutos, la ciudad sería un lugar distinto. Las personas podrían detenerse a hablar mientras cruzan de una acera a otra; los vendedores se acercarían a ofrecer sus productos; los que llevan un carrito de la compra, el coche de un bebé o empujan una silla de ruedas podrían ir con más calma; habría más árboles porque se necesitarían sombras y protección frente a la lluvia. «Llegarías a todos los sitios, como ahora, aunque tardáramos más», expone la arquitecta. «Revertiríamos el tiempo. El tiempo y la velocidad son convenios que se pueden cambiar».

Eres por donde caminas

Los habitantes de una ciudad no se comportan como quieren. Están dirigidos por los edificios, por los pasos de peatones, por los cruces arriesgados, por las aceras estrechas… No es igual vivir en un barrio peatonal que en una zona residencial donde se ha de coger el coche hasta para ir a por el pan. «El modo en que construimos no solo refleja, sino que determina, quiénes somos y quiénes seremos», escribe la académica Lauren Elkin en Flâneuse, Women Walk the City. «El ambiente es determinante, constitutivo; te convierte en la persona que eres y te lleva a hacer lo que haces».
Las ciudades están llenas de barreras invisibles, de fronteras silenciosas que sentencian quién puede ir a un lugar y quién no. Escaleras empinadas, zonas oscuras, aparcamientos con plazas limitadas… También las convenciones sociales de cada localidad estrechan el cerco: andar detrás del hombre, el largo del vestido, el repudio a la mujer que fuma mientras pasea. «Estamos tan acostumbrados que apenas notamos los valores que hay detrás de estas líneas divisorias. Puede que sean invisibles, pero determinan el modo en que circulamos dentro de la ciudad», escribe Elkin.
La urbanista estadounidense piensa igual que Amann: la calle no es un espacio neutral. Las plazas y los bulevares se levantan siempre sobre una ideología. «De Teherán a Nueva York, de Melbourne a Bombay, una mujer todavía no puede caminar por la calle de la misma forma que lo hace un hombre». Hay que conquistar la ciudad, reta; las mujeres aún tienen que reclamar la calle para ellas.
Porque solo cuando descubran estas verjas invisibles que les cierran el paso podrán desafiarlas y derribarlas. Una mujer que camina con la idea de que cada paso puede marcar una huella de rebeldía «no solo cambia el modo de moverse por el espacio; también interviene en la organización de ese lugar», afirma Elkin. Y, por eso, pide «nuestro derecho a perturbar la paz, a observar (o no observar), a ocupar (o no ocupar) y a organizar (o desorganizar) el espacio a nuestra manera».
Así hasta que, por fin, no haya que distinguir entre géneros. Así pues, como dice Amann, al final, «no es un conflicto de hombres o mujeres. Porque todos los géneros incluyen cualquier otredad».
FLaNEUSE

FLÂNEUR: UNA PALABRA SIN FEMENINO

Eran cultos y elegantes. Eran hombres. En la primera mitad del siglo XIX, algunos intelectuales parisinos empezaron a andar sin prisa y sin propósito por la ciudad. Esa actitud contemplativa, ese deambular sin rumbo con un único destino, disfrutar, los convirtió en flâneurs. En la aparente nada de la ciudad intentaban hallar el arte y el pensamiento. Buscaban lo infraordinario: lo que ocurre cuando nada ocurre, como explica el escritor Georges Perec.
A Lauren Elkin también le gusta vagar. Lo supo cuando, hace años, llegó a París. Le sorprendió ver caminantes por las plazas y las calles; en su infancia estadounidense no existió el paseo. Pero le asombró algo más: al estudiar la figura del flâneur descubrió que los hombres se apropiaron de esta forma de mirar el mundo y de la literatura que escriben después.
«Los escritores que hablan hoy de las ciudades, los grandes de la psicogeografía, los que se leen en la revista Observer del fin de semana», todos son hombres, según Elkin. Parece que el tiempo ha transcurrido solo por el suelo (para allanarlo con asfalto en vez de tierra) y por la técnica (que se llevó a los caballos y trajo los coches). La idea del flânuer, en cambio, permanece inmóvil entre los intelectuales de hoy. Apenas dista de la definición que dio Louis Huart en 1841: «Buenas piernas, buenos oídos y buenos ojos (…). Estas son las principales ventajas físicas que necesita un hombre francés para merecer entrar en el club de flâneurs».
Tan por sentada dan estos escritores la masculinidad del caminante, y tanto hablan los unos de los otros en su círculo cerrado, que para Elkin están creando un canon machote de escritores caminantes. «Como si el pene fuera un requisito para caminar», ironiza.
A las mujeres no les han concedido siquiera una palabra. El término flâneur es solo para hombres y, por eso, Elkin, indignada, decidió acuñar una versión femenina: flâneuse.

[flanne-euhze] Nombre, del francés.
Forma femenina de flâneur, el que vaga; el que va sin rumbo, observando, por las ciudades.
«Es una definición imaginaria. La mayoría de los diccionarios franceses no la incluyen», indica la estadounidense. Y cuando alguno recoge el vocablo, como hace el Dictionnaire Vivant de la Langue Française, describe un tipo de sofá para recostarse. «¿Es una broma?», pregunta, con sarcasmo, la urbanista. «¿El único tipo de deambular curioso de una mujer tiene que hacerlo tumbada?».

VIRGINIA WOOLF: UNA MUJER FLÂNEUSE

Virginia Woolf decía que, al caminar, al cruzarse con otras personas, uno imagina otras vidas. Te pones en la piel de otro durante unos instantes y te conviertes en una lavandera, un tabernero, un cantante de la calle. «Y qué mayor deleite puede haber que abandonar las líneas estrictas de la personalidad», escribió en su ensayo Street Haunting.
Era 1927. Pocas letras de mujeres había entonces en la literatura dedicada a hablar de las sensaciones que produce caminar por la calle. A su paso por los barrios de Londres iba encontrando los destellos que luego llevaría a sus artículos y a sus novelas.
Deambular, contemplar, olfatear… Hay un modo de caminar que busca descubrir más que llegar a un sitio. Virginia Woolf escribió una carta a su amiga Ehtel Smyth, en 1930, en la que hablaba de su necesidad de conectar con el mundo. «Entre el té y la cena, caminar y caminar, reavivar mis fuegos, en la ciudad, en esos barrios desdichados donde me asomo para mirar por las puertas de las casas públicas».
Woolf pensaba que el que pasea así es «un ojo enorme». Un ojo que, a veces, se distancia: «escapar es uno de los mayores placeres»; un ojo que, a veces, intenta no ser visto, que se funde con el escenario, como describió la novelista George Sand cuando caminaba por París, durante la revolución de 1830: «Nadie me conocía, nadie me miraba, nadie tenía nada que reprocharme; era un átomo perdido en aquella inmensa multitud».

lunes, 23 de octubre de 2017

Mirada global


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