miércoles, 29 de agosto de 2018

Nasa ciencia mujeres 

Katherine Johnson, mujer detrás del éxito de Apolo 11, cumplió 100 años


Johnson, reconocida por la Nasa como la mejor matemática que ha tenido, fue esquiva a la fama hasta que su vida llegó al cine con “Figuras ocultas”. 
Katherine Johnson la fama le llegó tarde. La estadounidense, una de las científicas más importantes de su tiempo, llegó a los 100 años el último domingo. La física fue condecorada hace poco por la Nasa por sus trabajos prestados, reconocimiento tardío a su invaluable labor en la misión que llevó al hombre a la Luna: Apolo 11

Johnson, quien se describe como una fanática de contar las cosas, tomó esta capacidad para el cálculo para ingresar a trabajar a la agencia especial estadounidense. 
Katherine Johnson pertenecía a un grupo de la Nasa llamado, “Las computadoras humanas”, que estaba compuesto únicamente por mujeres afroamericanas. Ellas realizaban a mano todos los cálculos matemáticos necesarios para obtener las trayectorias de despegue y de reingreso de las naves en los años 1950 y 1960.

El grupo liderado por Johnson fue el encargado de ayudar a que la misión Apolo 11 llegue a buen puerto y a que Neil Armstrong pisara la Luna en 1969. Ellas también fueron las encargadas de fijar la trayectoria del primer viaje al espacio de un estadounidense, Alan Shepard (1961).
Cuando la Nasa empezó a usar computadoras para la misión en que el astronauta John Gleen orbitó la Tierra por primera vez (1962), le pidieron verificar los cálculos. "Si ella dice que son buenos, entonces estoy listo para ir", dijo el astronauta, según recordó en una entrevista Johnson.

Johnson, física, científica espacial y matemática estadounidense, que acaba de cumplir 100 años, siempre ha defendido el trabajo duro, pero sobre todo de disfrutar de él. "Yo fui a trabajar contenta cada día durante 33 años. Nunca me levanté un día y dije: no quiero ir a trabajar". 
 

martes, 28 de agosto de 2018



“No estamos contentas”: el mensaje de las mujeres rurales al Estado

Dependencia económica, baja participación política y dificultades de acceso a la tierra son algunas de las quejas que las mujeres del campo expresaron en medio de una discusión, en Bogotá, en el marco del evento Expo Agrofuturo. Plantean soluciones, pero esperan compromiso gubernamental.
Asceneth Pérez, de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN)./ Óscar Pérez.
Asceneth Pérez, indígena del norte del departamento del Cauca, rompió el protocolo en un conversatorio en Bogotá. Se levantó del sillón desde donde estaba hablando como panelista, le pidió al público que se pusiera de pie y dijo: “pido un aplauso para todos los líderes que están cayendo en las regiones”. Durante un minuto los asistentes (la mayoría mujeres) rindieron un homenaje de aplausos a quienes murieron defendiendo los territorios de sus comunidades.
Pero el énfasis del evento se centraba en mujeres como Asceneth; es decir en millones de colombianas que nacieron y viven en el campo. El asesinato de lideresas defensoras de derechos humanos es apenas una de las violencias que ellas tienen que afrontar.
“No nos vamos a quedar llorando respecto a lo que no tenemos. Lo vamos a construir”, recalcó Diana Medrano, consultora y asistente técnica del programa Apoyo Presupuestario a la Estrategia de Desarrollo Rural con Enfoque Territorial.
Medrano fue enfática. No es para menos, pues las brechas entre la calidad de vida de las mujeres del campo con respecto a la de los hombres que habitan las áreas rurales son abismales. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), desarrollada por elDepartamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), ellas dedican en promedio ocho horas y 12 minutos diarios a trabajos no remunerados, mientras que ellos apenas invierten en esas labores tres horas y seis minutos.
Hay otros aspectos en los cuales se retrata la situación en la cual se encuentran las mujeres del campo colombiano. Por ejemplo, según mediciones del DANE, el 41,9 % de las mujeres rurales colombianas son pobres, mientras que el porcentaje de hombres alcanza el 34,7 %. Así las cosas, las mujeres que viven en las áreas rurales del país no solo están expuestas al abandono histórico en el que el Estado ha tenido al sector rural (la pobreza multidimensional de la gente que vive en el campo se ubicaba en el 36,6 % en 2017, mientras que la media nacional estaba en 17,0 %), sino que a eso se le suma una violencia más por cuestiones de género.
Medrano halagó la legislación existente en Colombia sobre la mujer rural y resaltó que el marco jurídico colombiano es reconocido como uno de los más avanzados en América Latina; sin embargo, señaló que el problema se encuentra en la carencia de instrumentos para que las leyes se hagan efectivas.
Lo mismo piensa Asceneth, quien pertenece a la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN), quien llamó la atención frente a las barreras que hay para acceder a los derechos. Aseguró que uno de los problemas es la falta de información de las mujeres rurales con respecto a la normatividad. “Hay que buscar estrategias para llegar a las indígenas, las afrodescendientes y las campesinas”, pidió.
Las mujeres también sienten que están relegadas en cuanto a la participación política. “A veces nos llaman de relleno, necesitan mujeres para llenar espacios”, denunció Asceneth. Se refería a que muchas veces las mujeres están dentro de los espacios directivos de las organizaciones para mostrar una pluralidad de género que no se ve reflejada en la capacidad para participar en las decisiones de ellas.
Pero la participación de las mujeres no solo es relegada en las organizaciones sociales, sino también en el Estado. Luz Nelly Velandia, de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas, denunció que en las juntas directivas de las entidades estatales que se encargan del desarrollo rural no hay presencia de mujeres. Se refería a instituciones como el Banco Agrario, Corpoica y el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural.
En la misma dirección, las mujeres criticaron la falta de implementación del enfoque de género en las entidades públicas del sector. “Podríamos decir que si bien hay una institucionalidad que ha venido retomando el tema, no estamos contentas con la apropiación de las instituciones del sector agropecuario”, puntualizó Medrano.
Esas peticiones se escucharon en medio de un conversatorio el pasado viernes en el marco de Expo Agrofuturo, que se llevó a cabo en Corferias, Bogotá. En el evento participó la Unión Europea y sus aliados Propaís, MercyCorps, Fundación Alpina y Desarrollo Rural con Enfoque Territorial (DRET).
Visitación Asprilla, directora de la Dirección de Mujer Rural del Ministerio de Agricultura, también estuvo en el conversatorio. Después de escuchar las inquietudes de Diana Medrano y Asceneth Pérez, la funcionaria pública aseguró que desde esa entidad están recogiendo las propuestas de las mujeres rurales en el marco del Comité Interinstitucional de seguimiento al Plan de Revisión, Evaluación y Seguimiento de los programas y leyes que favorecen a las mujeres rurales, creado por medio del decreto 2145 de 2017. “Tienen un reto grande en que ganemos la confianza en ustedes porque la hemos perdido”, replicó Velandia.
Un ejemplo de acción femenina
Diadira Riaño
Diadira Riaño es la representante legal de laCooperativa Multiactiva de Campesinos Activos de Boyacá (Coocampo). El hecho de que ella llegara a ese cargo directivo se dio en medio de obstáculos. Como cuenta Riaño, la organización, integrada por lecheros de cinco veredas de Chiquinquirá, surgió en medio del paro agrario del 2013 y estaba compuesta en un 95 % por hombres. Ella hacía parte del 5 %.
Esa inequidad redundaba en otros aspectos. Por ejemplo, Riaño dice que las mujeres eran las que ordeñaban las vacas y se encargaban de su cuidado, pero ninguna era propietaria de una cabeza de ganado. “Hemos tenido desventajas, porque desde hace tiempo la mujer fue relegada a criar hijos y estar en la casa”, enfatizó Riaño.
Por eso, empezaron a trabajar para acabar con esa brecha. Las mujeres empezaron a recibir capacitaciones en equidad de género. En ese camino se encontraron con obstáculos, el que más recuerda Riaño es que algunos hombres les prohibían a sus esposas ir a las capacitaciones porque dejaban de hacer las labores del hogar.
Para sortear esas dificultades empezaron a trabajar también con los hombres. Una ONG internacional empezó a capacitarlos en masculinidades. Así, empezó a ceder la resistencia de ellos por las salidas de las mujeres a las capacitaciones.
Los cambios han sido lentos, pero Riaño se siente orgullosa de que se estén dando. Por ejemplo, en la cooperativa se creó el cargo de representante nacional de masculinidades. Cuenta que la persona que ocupa ese cargo es un ejemplo de la transición que varios hombres han hecho. Antes de que empezaran las capacitaciones, él se encargaba de hacer todas las compras del hogar para no soltarle el dinero a ella. “Al final del día, cuando ella estaba cansada, le tenía que pedir que le comprara siquiera una gaseosa”, recuerda.
Esa situación dio un giro radical. Ahora, no solo se reparten los roles del hogar, sino que ella, tras una redistribución de los ingresos de la familia, se compró un carro. Esa situación era impensable antes de las capacitaciones, cuando el machismo imperaba.
Además, las mujeres empezaron a entrar como asociadas a la cooperativa, por lo cual también adquirieron el derecho de asistir a las reuniones en las cuales se toman las decisiones. El número de asociadas se incrementó y, en palabras de Riaño,“empezaron a decir cosas, a opinar”. Poco a poco han empezado a liderar procesos en la cooperativa. Además, están pensando en un futuro: “Estamos criando hijos para que no sean machistas”.
Las mujeres de Coocampo comprendieron que para acercarse a la equidad de género necesitan alcanzar la independencia económica. Con esa claridad, conformaron una unidad de trabajo (conformada por nueve mujeres y tres hombres), en la cual hacen abonos orgánicos con el suero; es decir, los residuos del queso. Pero el proyecto también integra a jóvenes de la zona. Explica Riaño que los integraron con el objetivo de que no se fueran de la región hacia las grandes ciudades. Ellos se encargan de hacer la preparación de suelos con lo que produce la unidad de trabajo.
Aun en un caso tan exitoso como el de Coocampo persisten los desafíos. Riaño le hizo un llamado al Estado para que les otorgue capital semilla a las mujeres y así puedan alcanzar su independencia económica. También pidió que se les garantice una pensión en su vejez y que se abran espacios de recreación para ellas, ya que carecen de lugares para el desarrollo de la cultura y la diversión.
Al final de los conversatorios el llamado fue claro. La construcción de la equidad de género no es asunto exclusivo de las mujeres. Medrano concluyó: “para transformar el país y lograr la paz querida tenemos que centrarnos en las mujeres”.
Tags

lunes, 27 de agosto de 2018




Las mujeres indígenas queremos ser consideradas como parte de la solución para alcanzar el desarrollo sostenible



Yo soy de una comunidad que hasta ahora está en el mapa de la extrema pobreza, San Francisco de Pujas, en la provincia de Vilcashuamán, en Ayacucho, una comunidad quechuahablante, campesina e indígena”, dice Tarcila Rivera Zea (68), ayacuchana, fundadora de Chirapaq y miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas.
La lideresa indígena ha transitado desde la niñez un camino empedrado por la dificultad. “Soy de esas niñas monolingües que van a la escuela formal donde todo es en castellano”, nos cuenta Tarcila mientras complementa en su relato que a los 10 años fue enviada a Lima para vivir con su padre. Pasó meses sin ir al colegio hasta aprender el castellano. Recién entonces reinició su vida escolar y tuvo que empezar desde el primer año.
Tarcila vivía con su padre y primos, hasta que una profesora se ofreció a darle cobijo en su casa. Supuestamente estaba interesada en su integridad, pues “decía que una niña no podía vivir sola con hombres”. Fue el inicio de una etapa dura e injusta: la señora la tomó como empleada doméstica a cambio de comida y de una cama, mientras que en el colegio, ser pobre y quechuahablante fueron motivos también del maltrato de sus compañeras.
Pero de todo aquello, ella extrajo un capital de fortaleza. “A veces me detengo a mirar mi pasado y pienso que si no me hubieran pasado todas estas cosas, no estuviera hoy acá. Soy descendiente de los chankas, por eso resistí”, dice, orgullosa de sus raíces.
Lejos del estereotipo de indígena pobre y desvalida, Tarcila construyó un camino digno sobre la base del esfuerzo. A los 21 años terminó la secundaria comercial, donde además fue coordinadora editorial de la Asociación de Periodistas Escolares en el Callao. Eran tiempos del gobierno de Juan Velasco. Fue cuando trabajaba allí, como secretaria en ese centro, que le avisaron de un oferta de trabajo en el Instituto Nacional de Cultural (INC): necesitaban una secretaria taquimecanógrafa. Rindió el examen y ganó el concurso para ese puesto.
Allí conocería a Marta Hildebrandt, quien con su exigencia la ‘obligó’ a pensar mejor, a mirar más allá y a tratar de ser siempre eficiente. “Ella nos decía: ustedes son secretarias de una institución cultural, no son secretarias de una fábrica de carros. Aprendí mucho de ella”, recuerda. Poco tiempo después, en 1975, Rivera ganó una beca que otorgaba la OEA para estudiar en la Universidad de Córdoba, en Argentina. Se formaría como archivera en Historia. “Mientras todos estaban en las peñas en Córdoba, yo estudiaba en medio de un invierno terrible y me quedaba en un alojamiento sin calefacción porque la mitad de mi beca la tenía que mandar mi familia” recuerda.
En los ochenta representó al INC en el primer encuentro indio en el Perú. En1986, junto con la cantante tradicional cusqueña Juanita del Rosal, fundó Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú. Eran tiempos violentos en el Perú. “Este fue el inicio de un largo caminar en el que luchamos por la defensa y fortalecimiento de nuestra cultura e identidad y el reconocimiento de nuestros derechos económicos, sociales, políticos y culturales como personas y pueblos”, relata.
Teniendo como eje a la mujer, Chirapaq- que significa “centellar de estrellas”, en quechua ayacuchano- busca fortalecer a las mujeres para que sean dirigentes andinas y amazónicas, que tengan responsabilidades en las organizaciones. “Nuestra institución surge para la formación de liderazgos con conciencia indígena”, detalla.
Desde entonces, ha participado en numerosos eventos globales en los que ha llevado la voz de las sociedades originarias peruanas, en temas de derechos humanos, medio ambiente, lenguas originarias, género, entre otros. Además, ha contribuido a la creación de redes de mujeres indígenas alrededor del mundo. Fue también por eso que, en el 2016, fue designada miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas: “Me siento orgullosa porque fue el Estado peruano el que me propuso para ser miembro. Y eso tuvo que ver con mi trayectoria. Estoy encargada de los temas que han sido mi preocupación de toda la vida”, indica.
Tarcila también participa como expositora en las convenciones de cambio climático (COP) de las Naciones Unidas, desde el punto de vista indígena. “El cambio climático afecta la producción de cultivos y la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas. Es importante incluir el conocimiento de las mujeres indígenas en las medidas que abordan el problema”, explica.
Sobre los derechos de las mujeres, la lideresa señala que a las mujeres indígenas les ha costado entender el feminismo. “Cuando me inicié en el movimiento indio me decían que era una feminista. Eso no gustaba a los líderes varones indígenas, porque decían que no había problemas de género en el movimiento, que todo eso era occidental. Yo, como mujer, siempre estaba en un espacio y ,como indígena, en otro. Pero al mismo tiempo iba juntando mi rol como indígena y como mujer hasta desarrollar, ahora lo puedo decir, una visión más amplia del ser mujer. Una que lucha por los derechos humanos, sin dejar de lado el desequilibrio que hay en las relaciones dentro del mundo indígena entre hombres y mujeres, niñas y niños. Que las mujeres indígenas participásemos del movimiento mixto nos permitió tomar mayor conciencia de nuestra posición, capacidad y problemas”, detalla. Solo es cuestión de seguir en la brega.

martes, 21 de agosto de 2018



¿Qué tienen en común los maltratadores y asesinos de mujeres?


Coral Herrera Gómez Blog


Los hombres que asesinan a sus novias, ex novias o esposas tienen varias cosas en común, aunque tengan edades muy diferentes, pertenezcan a diferentes clases sociales y religiones, y vivan en puntos muy distantes del planeta:
-No están locos, ni son enfermos: matan porque son machistas y violentos .
-Creen que les mueve el amor, pero en realidad les mueve el odio. Confunden ambos términos porque son sentimientos muy fuertes, pero en realidad ninguno de ellos tiene capacidad para amar, para querer, para cuidar a nadie.
 - Castigan a las mujeres porque no saben aceptar las derrotas, ni entienden que las historias de amor empiezan y acaban, son incapaces de aceptar con humildad que todos somos libres para quedarnos o para irnos, y que las mujeres también lo son.
-Son hombres profundamente obedientes al patriarcado, y no toleran la insumisión ni la rebeldía femenina al papel que nos ha tocado durante siglos. Son soldados del patriarcado, lo interiorizan, lo defienden, lo imponen, y lo asumen sin cuestionarlo.
-La mayoría no trata a las mujeres como compañeras, sino como enemigas, y no disfrutan de las relaciones porque creen que el amor es una guerra.
-Su masculinidad frágil está en su punto de vulnerabilidad más alto. Cuanto más inseguros se sienten, más violentos son.
- Destrozan la autoestima a sus víctimas para hacerles más vulnerables y dependientes. Usan mucho la culpa para que aguanten más tiempo los malos tratos.
- Creen que son dueños de su pareja y que por tanto pueden disponer libremente de la vida de ella.
-Aman y defienden su libertad, mientras reprimen la de sus compañeras. La mayoría tiene muy claro que la monogamia es para ellas, no para ellos.
-No saben identificar, expresar y gestionar sus emociones, ni saben comunicarlas.
-No saben vivir su dolor sin hacer daño a los demás.
-Sufren un enorme complejo de inferioridad y superioridad con respecto a sus compañeras, se sienten dependientes de ellas y a la vez se sienten superiores.
- Su Ego necesita ser el más importante, y se siente profundamente herido cuando no son los protagonistas absolutos, cuando no están en el centro de la atención de la otra persona, cuando les desobedecen, cuando les traicionan, o cuando les dejan de querer.
- Tienen mucho miedo al «qué dirán»: el maltratador no quiere parecer un fracasado, temen que su masculinidad y honor queden cuestionados tras la ruptura de la pareja, tienen miedo a las burlas de los demás hombres si sus mujeres no les obedecen, les son infieles o les abandonan.
-Tienen miedo al futuro y a los cambios, por eso no admiten separaciones ni divorcios: quieren que todo siga igual que siempre, con sus privilegios y con su posición de dominación en la pareja .
-Están muertos de miedo. Tienen miedo a quedarse solos, a que nadie les quiera y les cuide.
-Cuanto más miedo tienen, más rabia sienten ante todo aquello que no pueden controlar, protagonizar o liderar.
-Instauran un régimen de terror en sus casas para que el miedo de ella sea más grande que el suyo propio. Amenazan, chantajean, hacen dramas, y quieren ser el centro de atención de su víctima, aunque sea haciéndole la vida imposible.
- Se sienten humillados con la libertad de las mujeres para dejar una relación cuando quieren.
- Se sienten impotentes: no pueden modificar la realidad a su antojo ni pueden comprar amor. No pueden tampoco obligar a ninguna mujer a que les ame. No pueden ejercer el control sobre los sentimientos de los demás porque el Amor es radical y hermosamente libre, lo que les llena de frustración porque no pueden hacer nada para retener a una mujer a su lado.
- Se sienten atacados por la revolución feminista que nos está cambiando la vida a millones de personas. Están llenos de rabia, no comprenden los cambios sociales, y creen que cuantos más derechos tienen las mujeres, menos privilegios tienen ellos. Creen que la igualdad les perjudica, y algunos odian profundamente a las humanas del género femenino en general, y a las feministas en particular.
-Se sienten frustrados porque su princesa no es tan sumisa, ni tan sacrificada, ni tan entregada como les prometieron en las películas. Las mujeres buenas no abundan: para la mayoría somos todas malas, mentirosas, manipuladoras, mezquinas, dominantes, crueles y perversas. De ahí la desconfianza que sienten hacia nosotras, pues creen que si se enamoran van a perder su libertad y su poder. Cuando se enamoran, sin embargo, se decepcionan cuando descubren que su princesa es «como todas».
Los hombres a los que admiran y sus héroes de ficción consiguen lo que quieren con la violencia, se divierten con la violencia, y resuelven sus problemas con violencia. No saben hacerlo de otro modo, así es como triunfan y tienen éxito: matando y sometiendo a los demás hombres, y a las mujeres.
-Tienen problemas para disfrutar de su sexualidad y sus relaciones amorosas porque se sienten presionados para dar la talla en a cama, y su forma de entender y experimentar el placer es muy limitada, pues la mayoría lo único que hace es descargar en pocos minutos para sentir que han cumplido con su rol de macho semental. Sienten poca empatía hacia sus compañeras sexuales, hacia sus necesidades, sus apetencias, sus gustos, y ni preguntan, ni escuchan, ni tienen ganas de aprender a dar placer a sus parejas. Y se sienten acomplejados cuando se juntan a una mujer empoderada que vive con plenitud su sexualidad y su erotismo.
-Están confusos y desorientados con respecto a su masculinidad y a sus roles, no saben cómo gestionar la falta de control sobre sus emociones y las de su pareja, no saben cuál es su papel en un mundo que cambia a velocidad vertiginosa y se llena de mujeres empoderadas que ya no necesitan a un hombre para mantenerse, ni para tener hijos, ni para ser felices.
- Creen que tienen derecho a vengarse cuando les hacen daño, y que pueden hacerlo con saña y crueldad, porque el amor es una guerra en la que todo vale. Cuanto más violencia empleen, más fácil será que la prensa y los jueces crean que fue un acto de amor y lo llamarán "crimen pasional".
- Cuando se vengan de una, se están vengando de todas. El odio hacia las mujeres se llama misoginia y se aprende a través de la familia, la Escuela y los medios de comunicación. Muchos de ellos además son anti-derechos humanos y anti-feministas declarados, y están llenos de prejuicios machistas.
- Muchos han sido criados en hogares machistas y no conocen otros modelos de relación amorosa. Ven natural normal la violencia contra las mujeres porque lo han visto y lo han sufrido desde siempre.
- Algunos parecen buenas personas, y hasta pueden ser muy románticos. Pueden ser profundamente autoritarias y a la vez son muy vulnerables, pueden ser muy sensibles, y extremadamente crueles a la vez. Así consiguen ser perdonados una y otra vez: utilizan sus encantos, muestran a su niño desamparado para enternecer el corazón de su víctima.
- La violencia machista les ha dejado heridas para toda la vida a muchos de ellos, pero no tienen herramientas para romper con la cadena de la violencia y los malos tratos que han heredado de su familia.
- No saben pedir ayudaaunque la necesiten desesperadamente cuando sufren tsunamis emocionales que les inundan y les sobrepasan. Ni piden ayuda profesional, ni piden ayuda a sus seres queridos: no lloran, no se desahogan, no saben hablar de lo que les pasa, no ven que el problem está en ellos. Y cuando lo ven, van hasta el final creyendo que no tienen otro camino que morir matando, auto destruyéndose y destruyendo a su compañera, a los hijos e hijas, a toda la familia.

Entender cómo se sienten y qué piensan los hombres que maltratan a sus compañeras, que ejercen sobre ellas violencia psicológica y física, y que pueden acabar asesinandolas, es fundamental para parar los feminicidios. Estamos ante un problema político y social extremadamente grave, así que las soluciones no son individuales únicamente, sino también colectivas.

Necesitamos ir a la raíz del problema si queremos acabar con la violencia machista: lo que nos mata no es el amor, es el patriarcado y las masculinidades construidas desde la misoginia y el machismo.  Hay que dejar de mitificar la violencia romántica y acabar con el romanticismo patriarcal, es urgente que los hombres se pongan a trabajar las masculinidades y que entre todos liberemos al amor del machismo.

Coral Herrera Gómez

lunes, 20 de agosto de 2018


¿Por qué en el país con la natalidad más baja del mundo las mujeres no quieren tener hijos?


Jang Yun-hwa

Un número cada vez mayor de mujeres en Corea del Sur elige no casarse, no tener hijos e incluso no tener relaciones sentimentales con hombres. Con el índice de fertilidad más bajo del mundo, la población del país comenzará a declinar, a menos que algo cambie.
"No tengo planes de tener hijos, nunca", me dice la joven de 24 años Jang Yun-hwa, cuando conversamos en un café de moda en pleno centro de Seúl.
"No quiero sentir el dolor físico del parto. Y perjudicaría mi carrera".
Al igual que muchos otros adultos jóvenes en el extremadamente competitivo mercado laboral surcoreano, Yun-hwa, caricaturista en internet, trabajó muy duro para llegar a la posición en que está, y no quiere ahora tirar a la basura todo el esfuerzo invertido.
"Más que ser parte de una familia, me gustaría ser independiente, vivir sola y alcanzar mis sueños", dice.
Yun-hwa no es la única mujer coreana joven que creen que carrera o familia son dos opciones mutuamente excluyentes.

Leyes que no se ponen práctica

Corea del Sur tiene leyes diseñadas para evitar que se discrimine a las mujeres por quedar embarazadas o por sencillamente tener una edad en la que esto es una posibilidad, pero, en la práctica, dicen los sindicatos, no se implementan.
La historia de Choi Moon-jeong, una mujer que vive en los suburbios de Seúl, es una poderosa ilustración de este problema.
Choi Moon-jeong
Image captionChoi Moon-jeong se sintió tan hostigada por su jefe cuando le dijo que estaba embarazada que casi pierde a su bebé.
Cuando le dijo a su jefe que iba a tener un hijo, se sorprendió con su reacción.
"Mi jefe me dijo: 'Cuando tengas un hijo, tu hijo será tu prioridad y la empresa pasará a un segundo plano, ¿podrás trabajar entonces?", cuenta.
"Y él seguía repitiéndome la misma pregunta".
En ese momento, Moon-jeong trabajaba como contadora especialista en impuestos. Cuando llegó la época del año con más trabajo, su jefe le dio aún más cosas para hacer, y cuando ella se quejó, le dijo que le faltaba dedicación.
Eventualmente, la tensión alcanzó un límite.
"Me empezó a gritar, yo estaba sentada en mi silla y, con todo el estrés, empecé a sufrir convulsiones y no podía abrir los ojos", recuerda.
"Mi colega llamó a un paramédico y me llevaron al hospital".
Allí le dijeron que el estrés le estaba provocando síntomas de un aborto espontáneo.
Jang Yun-hwa
Image captionJang Yun-hwa y muchas mujeres de su generación no quieren perder su lugar en el mundo laboral por tener hijos.
Cuando la mujer regresó a la oficina después de una semana en el hospital, ya a salvo, sintió que su jefe estaba haciendo todo lo posible para que se fuera del trabajo.
Según Moon-jeong, este tipo de experiencia es común para muchas mujeres en el país.
"Creo que hay muchos casos en los que las mujeres se preocupan cuando quedan embarazadas y tienen que pensar con mucho cuidado antes de dar la noticia", dice.
"Mucha gente que conozco no tiene hijos y no planea tenerlos".

Roles

A la cultura de trabajar duro, muchas horas y mucha dedicación se le atribuye la increíble transformación que vivió Corea del Sur en los últimos 50 años, en los que pasó de ser un país en desarrollo a una de las más grandes economías del mundo.
Pero Yun-hwa dice que el rol que jugaron las mujeres en esta transformación es, con frecuencia, pasado por alto.
"El éxito económico de Corea también dependió mucho de los bajos salarios que se le pagaron a los operarios de las fábricas, que eran mayormente mujeres", dice.
Mujeres mayores en Corea del Sur.
Image captionA las mujeres de otras generaciones les preocupa el bajo índice de natalidad en Corea del Sur.
"Y también del cuidado que las mujeres le brindaban a su familia para que los hombres pudiesen salir a trabajar y concentrarse únicamente en el trabajo".
Ahora las mujeres están haciendo cada vez más trabajos que antes hacían los hombres.
Pero a pesar de estos rápidos cambios sociales y económicos, las actitudes hacia las diferencias de género están cambiando muy lentamente.
"En este país, se espera que las mujeres sean las animadoras de los hombres", señala Yun-hwa.
Más que eso, dice, hay una tendencia entre las mujeres casadas de asumir el rol de cuidadora-proveedora de las familias de las que pasan a formar parte.
"Hay muchas instancias en las que incluso aunque la mujer tenga trabajo, cuando se casa y tiene hijos, su crianza depende completamente de ella", explica. "Y también se le pide que se ocupe de sus suegros si es que están enfermos".
El hombre surcoreano promedio pasa 45 minutos al día en trabajo no remunerado como el cuidado de los niños, según cifras de la OCDE, mientras que las mujeres el quíntuple.
"Mi personalidad no es la adecuada para ese rol de apoyo", dice Yun-hwa. "Estoy ocupada con mi propia vida".

Ni marido ni novio

No es solo que no le interese el matrimonio: Yun-hwa tampoco quiere tener novios.
Una de sus razones es que no quiere correr el riesgo de convertirse en una víctima del porno de la venganza, que según ella en un gran tema en Corea.
Pero también le preocupa la violencia doméstica.
Jang Yun-hwa
Image captionOtro factor que les preocupa a muchas mujeres y por eso no quieren formar pareja es la venganza del porno y la violencia doméstica.
El Instituto Coreano de Criminología publicó los resultados de una encuesta realizada el año pasado en la que el 80% de los hombres consultados admitieron haber sido abusivos con sus parejas.
Cuando le pregunté a Yun-hwa sobre la visión de los hombres respecto a las mujeres surcoreanas, ella me responde con una palabra: esclavas.
Es obvio entonces cómo esto influye en la natalidad en el país. El índice de matrimonios en Corea del Sur está en su punto más bajo desde que empezaron a llevarse registros (5,5 cada 1.000 personas, comparado con 9,2 en 1970), y nacen muy pocos niños fuera del matrimonio.
Solo Singapur, Hong Kong y Moldavia tienen un índice de fertilidad tan bajo como Corea del Sur.

Costo económico

Otro factor que influye en que las mujeres no quieran formar una familia es el costo. Mientras que la educación estatal es gratuita, la naturaleza competitiva de la escuela hace que los padres paguen por maestros particulares para que sus hijos tengan un nivel educativo elevado.
Todos estos ingredientes combinados contribuyen a un nuevo fenómeno social en Corea del Sur: la llamada Generación Sampo. "Sampo" significa dejar tres cosas: relaciones sentimentales, casamiento e hijos.
Yun-hwa dice que no ha dejado estas tres cosas, si no que ha elegido no optar por ellas. No dice si intentará mantenerse célibe o si buscará relaciones con mujeres.
Si hablas con surcoreanos de generaciones anteriores sobre la fertilidad, su actitud es muy distinta. Consideran a gente como Yun-hwa muy individualista y egoísta.
Una mujer de unos 60 años con la que conversé me cuenta que tienen tres hijas que rondan los 40 años. Ninguna quiere tener niños, me dice.
"Debería haber un sentido de deber para con el país", dice otra. "Estamos muy preocupados por el bajo índice de fertilidad".
Yun-hwa y sus contemporáneas, hijas de un mundo globalizado, no están convencidas.
Cuando les digo que si ella y las mujeres de su generación no tienen hijos, la cultura de su país se morirá, me dice que es hora de que la cultura dominada por los hombres también desaparezca.
"Debe morir", me dice enfática, en inglés. "Debe morir".


#AmorPropio

  Un poderoso mensaje para compartir con tus amigas: Desaprende todo lo que te lleve a dudar de ti misma y a no amarte. La vida es muy corta...