sábado, 28 de enero de 2017



La locura de mi reloj biológico 





No mentía cuando le dije a mi primer esposo que, en gran parte, lo dejaba porque él estaba listo para tener hijos y yo aún no había llegado a ese punto.
Había otros temas, pero estaba bastante segura de que lo que enfrentábamos sobre todo era un problema de tiempos. Yo tenía solo 26 años. Tenía mucho tiempo para sentir la urgencia de tener hijos. La gente me aseguraba que mi instinto me avisaría cuándo llegaría el momento correcto y yo le creía.
Catorce años después, todavía no sentía el instinto maternal. Recién casada de nuevo y sin prisa por concebir, traté de no obsesionarme con esta carencia, temiendo lo que eso podría decir acerca de mí.
Cuando sí pensaba en ella, no pude evitar creer que tenía alguna psicopatología. Tal vez el divorcio de mis padres cuando tenía 10 años me había dejado la impresión de que criar hijos era una forma de acabar con un matrimonio. Quizá, como teorizaba mi terapeuta, mis instintos biológicos primarios estaban bloqueados por mi baja autoestima, que me llevaba a creer que no merecía tener hijos.
Fuera lo que fuera, ya no tenía tiempo de averiguarlo. Ahora tenía 40 años y mi esposo, Brian, 44.
Ese año Brian se convirtió en tío abuelo. El día en que nació el hijo de su sobrino, manejamos desde nuestra nueva casa en Rosendale, Nueva York (una casa lista para una familia, con tres habitaciones y un patio), a un centro de maternidad en Rhineback, Nueva York, para conocerlo.
La ocasión debía ser motivo de celebración pero yo lloré todo el camino, pues este bebé había aparecido durante el periodo en el que Brian y yo tratábamos, sin mucho entusiasmo, de concebir, lo que básicamente significó dejar los métodos anticonceptivos y “dejar que el universo decidiera”.
Después de más de un año en el que no había quedado embarazada, parecía que el universo ya había decidido.
No se suponía que íbamos a cuestionar esa decisión. En la página web donde nos habíamos conocido, tanto Brian como yo usamos la palabra “ambivalente” para describir nuestro interés en tener hijos. Cuando la familia nos preguntaba sobre nuestros planes para comenzar una familia, nuestra respuesta unificada era encogernos de hombros y decir: “Si pasa, está bien”.
Sin embargo, cuando el universo nos dio ese “no” definitivo, entramos a una extraña realidad alterna donde ya no nos reconocíamos. Era como si fuéramos los personajes de una tragicomedia agridulce.
Ahí estábamos, siguiendo diligentemente un calendario para programar el sexo en función de mi ovulación, y yo quedándome con las piernas hacia arriba durante 10 minutos cada vez que lo hacíamos.
No pensábamos que nuestra infertilidad fuera responsabilidad de Brian. Es uno de seis hijos y había contribuido a dos embarazos no deseados antes de que nos conociéramos. Sin embargo, es más fácil y menos invasivo descartar problemas de infertilidad en los hombres, así que primero les hacen pruebas a ellos. Después veríamos qué podría andar mal de mi lado.
Corte a la escena de mi esposo, usualmente optimista, estupefacto y descorazonado al recibir la noticia de que su conteo de esperma era abrumadoramente bajo. Brian nos sorprendió a los dos cuando se mareó y se dejó caer en la silla más cercana. No es un tipo muy macho pero saber esto lo devastó.
También me asustó. ¿Su respuesta indicaba que después de todo sí quería hijos? Me daba miedo preguntar. Siempre se había relacionado bien con los hijos de otros, y de vez en cuando decía: “Como que me veo a mí mismo de papá”.
Yo nunca había expresando pensamientos de ese tipo. Solo estaba siguiendo el camino en el que, creía, debíamos andar.
¿Qué pasaría si en realidad él sí quería hijos?
Luego vino la escena más improbable de nuestra pequeña puesta en escena: la consulta con un especialista en fertilidad para conocer nuestras opciones. Sí, nosotros, la pareja que había estado contenta de poner esta importante decisión de vida en las manos del universo.
El día que fuimos al hospital Northern Dutchess a conocer al sobrino nieto de Brian (el viaje que pasé llorando), estábamos lidiando con lo que habíamos descubierto horas antes en la clínica: en nuestro caso, los tratamientos de fertilidad eran una apuesta muy alta. Nuestro seguro médico no los cubriría. El doctor de la clínica nos sugirió pedir un préstamo de quince mil dólares para un ciclo de fecundación in vitro con nuestra casa como garantía.
De pronto sentí que la posibilidad de conocer a un nuevo bebé me rompería el corazón. Era raro, porque los recién nacidos nunca me han atraído mucho. En realidad, los recién nacidos me inquietan en extremo.
Cuando veo a un recién nacido, veo un pozo interminable de necesidades urgentes e indiferenciadas. Me da miedo no saber qué necesitan. Me da miedo sentirme sitiada y atrapada. Además, me da miedo ser juzgada por todo ello, por retraerme instintivamente en lugar de sentirme atraída por esas masas amorfas y arrugadas por las que todo el mundo se derrite.
Entré titubeante a la sala de partos; me daba miedo que ver al bebé me hiciera pedazos. Su mamá lo sostenía en brazos.
“¿Lo puedes cargar un momento?”, preguntó, levantando al bebé hacia el sobrino de veintitantos años de Brian. Hacía muecas de dolor con cada movimiento.
Él llevó al bebé hacia su pecho y se dejó llevar por lo que, imaginé, era el sobrecogedor amor de padre primerizo del que siempre había escuchado hablar.
Lo miré. Él notó que lo miraba.
“¿Quieres cargarlo?”, me preguntó mientras extendía sus brazos.
Estaba aterrorizada. No había cargado a muchos recién nacidos. Este se veía muy frágil.
“Mmmm”, respondí, fingiendo que estaba considerando su oferta. “No estoy segura de saber cargarlo bien”.
“No es tan complicado”, expresó. Más allá del amor sobrecogedor, había estado despierto durante 36 horas y claramente tenía la esperanza de que yo le diera un respiro.
Respiré hondo y di un paso adelante. Alcé las manos.
Entonces… prrrrr.
“¿Eso fue un gas?”, dejé escapar, retrayéndome casi involuntariamente.
“Probablemente fue más que solo un gas”, dijo su padre.
“¿Tenemos que cambiarlo de nuevo?”, preguntó su madre con un quejido.
Sentí una repulsión visceral y al mismo tiempo me sentía una persona horrible por sentirla. No sabía qué era peor: mi repulsión o lo asqueada que me sentía conmigo misma por sentir eso. Sin embargo, me ganó la abrumadora aversión por cargar a esa criaturita con gases.
“Lo siento”, dije. “No puedo hacerlo”.
Lloré de nuevo camino a casa.
De camino al hospital, el pensamiento que había desatado mi llanto era: “Quizá yo nunca viviré algo así”. De regreso, era: “Quizá yo nunca querré algo así” y una sensación de que eso indicaba que algo estaba fundamentalmente mal en mí.
De hecho, sí había algo mal en mí, pero no tenía nada que ver con mi mente ni con mi corazón.
Antes de que pudiéramos arriesgar los quince mil dólares en la fecundación in vitro, necesitaba someterme a una radiografía de útero y trompas de Falopio, lo cual incluía que se les inyectara una tinta. Me dijeron que podría dolerme un poco, pero el dolor fue tanto que grité.
Mi doctora se alarmó. Yo me alarmé. Sentir dolor en esa zona era familiar: había vivido con una agonía pélvica que siempre empeoraba y que padecía por hasta 15 días cada ciclo. A veces tenía que permanecer en cama por días, sin poder trabajar.
Mi ginecóloga se enfocó en mi dolor y no en la fertilidad. Me dijo que consultara a algunos especialistas en úteros, y todos coincidieron: tenía adenomiosis, un padecimiento en el que el recubrimiento uterino penetra hacia las capas del útero. Por lo general aparece en mujeres mayores de 35 años y es benigno, pero puede causar mucho dolor y sangrados intensos durante la menstruación. No significa que una mujer no pueda concebir, pero los doctores dicen que la histerectomía es la única forma de acabar por completo con el dolor.
Una parte de mí esperaba que me derrumbara al escuchar eso pero, por el contrario, me sentí aliviada. Era como si me hubiera ganado un indulto ante una prueba muy difícil y amenazadora. O como si me hubieran dado un justificante médico: “Permitan a Sari no procrear, pues no está hecha para ello”.
Quizá no tenía que preguntarle a Brian cómo se sentía al respecto, porque reconocí el gesto de alivio que recorrió su rostro cuando la doctora nos dio esa noticia. Se lo pregunté de todos modos. Lo hago a menudo. Así va el guion:
“¿Entonces te parece bien que no tengamos hijos?”.
“Me parece muy bien”.
“¿No quisieras adoptar?”.
“No, así está bien. Estos somos nosotros”.
En ocasiones la gente me halaga por lo “valientes” que fuimos al no tener hijos. Me río porque, en mi mente, llegué ahí de la manera más cobarde: no tengo hijos por suerte (si tener un útero defectuoso puede considerarse así). En el fondo no quería tener hijos, pero de todas formas daba tumbos hacia la maternidad, porque pensaba que debería desearlos hasta que, finalmente, mi anatomía determinó mi destino.
Me gustaría que no hubiera sido necesaria una afección médica para sentir que tenía permiso de no querer hijos. Espero que, en generaciones futuras, las mujeres se sientan libres de no tener hijos sin sentir que requieren una excusa médica.

miércoles, 25 de enero de 2017



Paula Marín FernándezPsicóloga clínica
En mis consultas, cuando observó indicios de que se pueda estar dando una situación de maltrato psicológico y emocional, suelo usar una serie de preguntas que hago que se lleven a casa como tarea. 
El objetivo es que mis pacientes valoren cuantos ítems de esa lista se cumplen, solo durante la semana que queda hasta la siguiente sesión. Han de ir anotando al lado de cada pregunta, las situaciones y fechas en las que se producen esos comportamientos para así crear un registro de las dimensiones del problema.

Identificar el maltrato psicológico camuflado

Es llamativo que un alto porcentaje de mis pacientes, al llegar a la tercera o cuarta cita, acuden con un elevado grado de ansiedad, ya que se hacen conscientes de la situación de maltrato psicológico en la que se encuentran, y la mayoría de los criterios los asumían como cuestiones "normales" que se dan en una relación de pareja.
Este es uno de los aspectos más dañinos del maltrato psicológico: como no es maltrato físico, es más difícil de detectar  y de identificar como algo que no debería darse en una relación sana. Es por eso que es muy necesario tomarse un tiempo en reflexionar sobre hasta qué punto estams viviendo o reproduciendo formas de maltrato psicológico.

Las 30 señales de que tu pareja puede estar maltratándote psicológicamente

Este es un breve listado de tipos de comportamiento que sirven para identificar los casos de maltrato psicológico en una pareja. Están planteados en forma de preguntas para que sean más accesibles y fáciles de relacionar con las vivencias de cada persona.
1. ¿Controla el dinero que gastas? ¿tienes que pedirle el dinero a tu pareja? ¿pides permiso a la hora de comprar algo, ya sea para ti o para la casa?
2. ¿Te dice cómo tienes que vestirte? ¿si vas de alguna manera que no le gusta se enfada contigo por ello y decides cambiarte de ropa? ¿Hay prendas que ya no te pones porque sabes que a no le gusta que vayas así y vas a tener problemas por ello?
3. ¿Se enfada si inviertes más tiempo en tus amistades o familiares del que considera necesario?
4. ¿Mantienes relaciones sexuales aunque no te apetezcan porque si no, se enfada?
5. Contabiliza las veces que haces cosas que no te apetecen o con las que no estás de acuerdo para evitar una discusión.
6. ¿Controla tu móvil y tus redes sociales?
7. ¿Tienes que informarle de tus horarios?
8. ¿Le quita importancia a tus logros personales o profesionales?
9. Cuando haces algo por tu pareja, ¿te lo agradece o te hace sentir que es tu obligación?
10. ¿Organiza tu tiempo libre? ¿Sientes que en los ratos de ocio tienes que consultarle en que invertir tu tiempo?
11. ¿Cuando tienes algún problema lo minimiza con comentarios del tipo: eso no es nada, te quejas de vicio, etc.?
12. ¿Cuando se ha dado una discusión, en la mayoría de las ocasiones cedes tú aún teniendo la razón porque podría pasarse días sin hablarte y haciéndote el vacío?
13. ¿Si tiene un problema fuera del ámbito de la pareja, te hace sentir responsable de ello?
14. ¿Te hace sentir que no sabrías seguir adelante si no estuvieras a su lado?
15. ¿Te sientes culpable cuando enfermas?
16. Si estáis en público, ¿temes decir lo que opinas por si acaso te trae consecuencias con tu pareja?
17. ¿Usa el chantaje emocional a menudo para lograr sus objetivos?
18. ¿Te recuerda una y mil veces los errores que has cometido?
19. ¿Has dejado de contar tus problemas de pareja a tu entorno porque sabes que si se enterase se enfadaría?
20. ¿Temes como decirle algunas cosas porque sabes que su reacción puede ser desproporcionada?
21. ¿Notas que cuando un mismo hecho lo realiza otra persona lo valora más positivamente que si eres tú quien lo realiza?
22. ¿Te sientes incómodo/a si te mira alguien del sexo opuesto por si acaso tu pareja se diera cuenta y pudiera ser motivo de otra discusión?
23. ¿Sientes que necesitas su aprobación en cada cosa que haces, o incluso piensas?
24. ¿La manera en la que se dirige a ti ha cambiado transformándose en imperativa?
25. ¿Sientes que no puedes ser tú mismo/a cuando estás con tu pareja?
26. Ligada a la anterior, ¿sientes que aún sin que esté, cuando quieres ser tú mismo/a piensas en que tal vez le moleste y dejas de hacer las cosas que querías?
27. ¿Te trata como si fuera tu padre/madre en lugar de tu pareja?
28. ¿Las decisiones importantes las toma sin tener en cuenta tu opinión?
29. ¿Te hace dudar de tus capacidades?
30. ¿Sientes miedo?

Consecuencias del maltrato emocional y psicológico

Una vez realizada la tarea, y una vez en consulta, valoro con las víctimas las consecuencias de este maltrato psicológico, que suelen ser estas:
A su vez, estos efectos del maltrato psicológico hacen que el clima dentro de la relación de pareja siga empeorando aún más, lo cual acarrea consecuencias graves para la víctima.

Tomando conciencia para poder abandonar las dinámicas de maltrato


viernes, 20 de enero de 2017

Sin liderazgo femenino en la era Trump

Miles de mujeres preparan desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero con un objetivo claro: rechazo a Trump, porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá
Sin diálogo, sin capacidad de interpretación, sin sensibilidad emocional… Donald Trump es esa persona que ha demostrado que capitalizando la ira y el odio puede convertirse en presidente de los Estados Unidos. La última rueda de prensa dejaba, aún más en evidencia, su desidia, su falta de liderazgo, su aceptación ante críticas constructivas, su carencia de tolerancia, su falta de comprensión. A muy pocos se les pasa por la cabeza la pregunta de… ¿y si, después de todo, lo hace bien? Nada. Ni un atisbo de incredulidad.
Donald Trump se ríe del mundo mientras Estados Unidos entra en crisis. Una cosa es el tipo de liderazgo que Estados Unidos haya escogido el pasado noviembre para sus próximos cuatro años y otra muy distinta el tipo de liderazgo que le convenga. Según la bióloga Helen Fisher, la habilidad verbal, la capacidad para interpretar posturas, gestos, expresiones faciales y otros signos no verbales, la sensibilidad emocional, la empatía, un excelente sentido del tacto, del olfato y del oído, la paciencia, la capacidad para pensar y hacer varias cosas simultáneas, una amplia visión contextual de las cosas (…), el talento para crear redes de contacto y para negociar (…), la preferencia para cooperar, llegar a consensos y liderar sirviéndose de equipos igualitarios… son capacidades innatas que poseen las mujeres, pero también refleja un estilo de actuación que obvia el próximo presidente de los Estados Unidos. Algo que jamás se le pasó por alto a Barack Obama.
Durante la campaña electoral, buena parte de la sociedad estadounidense recordaba a Victoria Woodhull, la primera mujer que presentó su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos en 1872 por el partido Equal Rights. Se acordaban de ella siendo conscientes de que Hillary Clinton no fue la primera, pero tampoco la segunda. “He sido más a menudo discriminada por ser mujer que por ser negra”, pronunció Shirley Chisholm el 21 de mayo de 1969 en su discurso al Congreso en Washington. Después, el 25 de enero de 1972 se convirtió en la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Nunca ganó las primarias. Las tres compartían varias cosas: la capacidad de diálogo, la determinación, la insistencia y la capacidad de alentar: “A todas las niñas: nunca duden de que ustedes son valiosas y poderosas, y que ustedes deben perseguir e ir a por sus propios sueños”, dijo Hillary Clinton.
Otra mujer mencionada en plena campaña electoral por muchos de los voluntarios que apoyaban la candidatura de Hillary Clinton era Geraldine Ferraro, la primera mujer en ser candidata a la Vicepresidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata en las presidenciales de 1984. En 1979 ya fue miembro de la Cámara de Representantes por el distrito 9 de Nueva York. Posteriormente se convirtió en embajadora de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. De ella, aún se recuerda su liderazgo y su preparación.
Con Donald Trump, Estados Unidos entra en un periodo de crisis. En una crisis política, en una crisis de liderazgo, en una crisis de valores, en una crisis de derechos. Miles de mujeres llevan preparando desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero. Con ella, también las marchas gemelas que se celebrarán en otras ciudades del país. No dejen de visualizar la página de Women's March. El objetivo es claro: rechazo. Porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá. Para muchas mujeres, Donald Trump supone un rechazo al feminismo, un rechazo a los derechos de las mujeres del país y, obviamente, actuando desde el punto de vista más autoritario. De hecho, muchos medios de comunicación, para acentuar la época que se viene —como si durante la campaña electoral no hubiesen sido lo suficientemente claros— empieza a comparar el “trumpismo” (aludiendo al concepto usado por Mar Esquembre) con el “fascismo”.
Los americanos llegaron tarde a comprender que ser mujer no era sinónimo de votar por Hillary Clinton. La era Trump arranca con una crisis que desconocemos si se profundizará con el paso del tiempo. Lo que sí sabemos es que no tendrá vuelta atrás. El activismo femenino dará paso a nuevos liderazgos, a nuevos protagonismos. Donald Trump tiene a la mayoría de mujeres en contra. Sin liderazgo femenino y sin el estilo admirado que un día impulsaron diferentes mujeres en Estados Unidos, arranca un Trump más temido que respetado.

viernes, 13 de enero de 2017

Cuentos infantiles para crecer sin machismo

La editorial canaria Diego Pun reivindica figuras femeninas activas e historias comprometidas en sus libros para niños


Una Sherezade de un país lejano, extraña y misteriosa, cercana y universal; hadas despojadas de la purpurina y el rosa, de los prejuicios de género. Cuentos de mujeres que cuentan. La editorial Diego Pun, desde su confín del archipiélago canario y lamentándose de lo difícil que es todavía trabajar para la cultura alejado de Madrid o Barcelona, reivindica en sus álbumes ilustrados historias sin trazas de machismo para aprender a leer, literatura de esencia oral puesta por escrito donde las voces femeninas piensan y deciden por sí mismas.
Compromiso social y mimo por el libro como objeto son los pilares que refiere Ernesto R. Abad para identificar el proyecto que alumbró con Cayetano Cordovés. “Si leyéramos más, si leyésemos mejor, lucharíamos con más conciencia por una sociedad en equilibrio”, expresa convencido este profesor universitario que decidió impulsar un catálogo que une las dos orillas del español —no traduce de otras lenguas— y donde, los autores de acá y de allá, componen pensando en niños y jóvenes, y obligando a pensar a sus padres. “El príncipe durmiente existe desde tan antiguo como la bella durmiente, pero no se contó. El padre de los Machado lo compiló”, cuenta Abad, ilusionado ante la próxima empresa en que se embarcará y que, bien mirado, opina que podría ejemplificar quiénes son.
Uno de sus títulos más recientemente publicados, Había una vez, lo firma María Teresa Andruetto, argentina, y la única narradora en lengua española premiada con el Hans Christian Andersen (2012), conocido como el Nobel de la literatura infantil. En otro, Hadas, cuatro autores canarios: Lola Suárez, Félix Hormiga, Ernesto Rodríguez y Juan Cruz, comparten páginas con escritores de toda América Latina, de México a Ecuador.
Cayetano Cordovés indica que, por mucho que la literatura sea un arte universal, está todavía constreñido por unas barreras físicas muy difíciles de salvar para un sello pequeño, trabas que sienten que les alejan tanto del lector como del librero. “Si estuviéramos en Madrid o al menos en la Península, podríamos coger el coche y rodar presentando qué hacemos. Acudimos a ferias, con mucho esfuerzo, pero partimos con desventaja”. No renuncian, sin embargo, a esa resistencia que significa hacer cultura en la periferia, apostar por la tierra propia apuntando hacia el cosmopolitismo.

Niños que no leen

Abad acude al aula y, sin pudor, escucha de muchos de sus alumnos que no leen. Ni lo hacían de niños ni prestan atención a la lectura, estando ya enfangados en una carrera universitaria. "¿Cómo puede no ser preocupante eso? ¿Cómo puede no plantearnos dudas que no crean necesario leer, que no resulte placentero?", se lamenta. Para Abad la clave está en que hacer nacer el hábito no dependa del colegio sino que se tenga en cuenta a las familias. Pide un plan gubernamental para que las editoriales puedan aumentar su difusión y explicar a los padres qué los hace diferentes, qué valores, al comprar sus libros, están poniendo en manos de sus hijos.


jueves, 12 de enero de 2017

Mujeres suboficiales del Ejército podrán dirigir tropas y serán clave en el posconflicto

Serán 30 mujeres que ya no desempeñarán labores administrativas y podrían ir a zonas pos Farc.

Ejército, dijo que durante la historia de la institución nunca se había incorporado un curso femenino de armas porque siempre las mujeres terminaban en las áreas administrativas.
“En esta oportunidad se decidió incorporar a 30 mujeres aproximadamente que integrarán el curso 100 y que serán oficiales de armas: infantería, caballería, ingenieros, artillería, y podrán desempeñarse en misiones de combate como cualquier hombre incorporado en la escuela”, manifestó el oficial a Caracol Radio.
“A raíz del conflicto, que ha llevado más de cinco décadas, se pensaba que la mujer desempeñaba un papel más administrativo y de operaciones. Con los cambios sociales, políticos, se ha buscado por parte del general Alberto José Mejía, comandante del Ejército, darle mayor primacía a la mujer. Por esto, se optó por darle una puerta de entrada a suboficiales del cuerpo femenino de armas”.
Lo que dejó claro el coronel Néstor Alexander Duque es que estas mujeres suboficiales en armas serán clave durante el posconflicto. “La mujer, al portar el uniforme, y dados los nuevos retos que exige la sociedad, serán el puente de enganche entre las comunidades y el Ejército. Ellas hacen más manejable ese acercamiento”, dijo el militar.
Y agregó: “es una herramienta fundamental que le permitirá al Ejército hacer presencia del Estado en aquellas regiones alejadas, que estuvieron con presencia de grupos armados ilegales y que hoy en día reclaman presencia de presencia de organizaciones nacionales con una presencia de Estado activa”.

martes, 10 de enero de 2017


¿Por qué se llama FEMInismo y no Igualitarismo?


A veces, cuando se intenta desprestigiar el movimiento de alguna manera o al menos poner en duda su validez, siempre surge la misma duda…
“¿Si se busca la igualdad por qué no se llama algo así como Igualitarismo? La palabra FEMInismo discrimina a los hombres porque no les incluye, solo nombra a las mujeres”
Primero simplemente decir  que antes de opinar sobre un tema es bueno al menos saber algo sobre el…  así si surge un debate constructivo, se establece un contexto común.
A mí personalmente me molesta esta pregunta, ya que tengo la sensación de que cualquier término que empiece con Fem- parece que molesta. Que incita a que se inicie una guerra de sexos o un debate por lo menos. Es curioso que nos digan que la palabra “feminismo” excluye a los hombres porque no les nombra cuando toda la vida la historia de la humanidad ha sido la historia “del hombre” y cuando nos quejamos nos dicen que somos unas exageradas… El socialismo también busca la igualdad entre todos los seres humanos, y no os veo quejaros tanto por el nombre.
Empezaremos siempre con definiciones de nuestra quizá no tan querida y no tan feminista RAE:
igualdad
Del lat. aequalĭtas, -ātis.
  1. f. Conformidad de algo con otra cosa en naturaleza, forma, calidad o cantidad.
  2. f. Principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones.
Bien, como vemos, igualdad es equiparación, es decir que algo  NO es igual, que no tiene las mismas características si se compara con otro u otros. Y quiere poseer esas mismas características. Una vez que se hacen las acciones oportunas son IGUALES/SEMEJANTES/EQUIVALENTES.
Por lo tanto el igualitarismo pediría la semejanza y equivalencia de derechos y obligaciones en todas las situaciones de la vida.
El problema y la genialidad de género, es que NO somos iguales. No tenemos ni las mismas características físicas, ni biológicas, ni las mismas necesidades, ni malditas las ganas de ser iguales que los hombres
Una cosa es la igualdad, y otra es la EQUIDAD:
equidad
nombre femenino
  1. Cualidad que consiste en dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones.
“es un país de desigualdades donde no hay equidad en la distribución de riqueza y cultura”
  1. Cualidad que consiste en no favorecer en el trato a una persona perjudicando a otra.
El término “feminismo” no busca excluir, no rechaza al hombre ni mucho menos. Simplemente, visibiliza a ese 50% de la población sistemáticamente ignorada hasta hace poco. Y dar visibilidad como mínimo con el término es básico, porque pretender denominar “igualitarismo” al feminismo anula lo que realmente se pretende (y no, no es estar por encima de los hombres) e invisibiliza de nuevo, negando la causa, negando el sometimiento y la opresión, negando la necesidad de reconocer a la mujer socialmente como tal, no “igualarla” al hombre.
El feminismo busca la equidad, es decir, según las características de cada persona, que tenga sus derechos sin que esto sea el menoscabo de otra persona. 
Un ejemplo muy fácil de entender sería que el tema de la regla. Aunque para muchas personas sea un tema tabú, las mujeres cis cada mes durante unos días sangramos por la vagina. No es algo de lo que escandalizarse, ni estamos enfermas, es algo natural. Para algunas personas es extremadamente doloroso y molesto, por no mencionar que es bastante caroel material higiénico (compresas y tampones) tiene un impuesto de lujo. ¿Es justo? ¿No es razonable que se pida que se rebaje el precio de algo que es de primera necesidad aunque solo sea para UN género? (es decir, la mitad de la población mundial). Una política feminista sería quitar el impuesto de lujo a los tampones y compresas: no menoscaba los derechos de nadie aunque beneficia a un sólo género. Sin embargo, si un estado que se supone que vela por los derechos y libertades de sus ciudadanos no piensa en ello, está siendo discriminatorio e injusto.

Por lo que el feminismo, no se puede llamar igualitarismo porque no busca que TODO sea igual, que la mujer se adapte a las normas y reglas masculinas de la sociedad, sino que cada uno tenga sus propios derechos y libertades según sus características.
El feminismo no se llama humanismo ni igualitarismo porque feminismo, humanismo, e igualitarismo son tres teorías distintas. ¿Hubo algo antes que el feminismo que promoviera y exigiera igualdad de derechos para todas las personas independientemente de su sexo? Pues no, no lo hubo.
El humanismo es una rama de la filosofía (y la ética) que aboga por la igualdad, la tolerancia y la laicidad (lo que se conoce comúnmente como «la separación de iglesia y estado»). El humanismo reconoce que los seres humanos no «necesitan» de la religión para desarrollar sistemas morales o establecer un comportamiento moral. Los humanistas abogan por la educación, la tolerancia, la política representativa (en contraposición a la monarquía) y la libertad de pensamiento (en contraposición al dogma religioso). Muchos humanistas eran también grandese misóginos y su concepción de la igualdad se limitaba a la igualdad entre los varones.
El igualitarismo es una forma de filosofía política que defiende que  todos los seres humanos son iguales en esencia y por lo tanto tienen el mismo derecho a iguales recursos como los alimentos, la vivienda, el respeto, el estatus social). Puedes facilitar a todo el mundo los mismos elementos y perpetuar la desigualdad y/o la inequidad. El igualitarismo, aun siendo un concepto ético fundamental, no tiene generalmente en cuenta las desigualdades a través de una perspectiva interseccional.
Como apunte histórico de la necesidad de que se llame feminismo: el término procede de una palabra inventada para designar despectivamente a aquellos hombres que apoyaban la causa de las ciudadanas. El adjetivo “feminista” lo utiliza por primera vez con fines políticos y periodísticos Alejandro Dumas hijo en su panfleto ‘El hombre-mujer’ de 1872, escrito antifeminista en el que debate, entre otros temas, sobre el adulterio y se posiciona en contra del divorcio.

Para asumir que es necesario el feminismo, hay que ser conscientes primero que no vivimos en un mundo ni “igualitario” ni equitativo. Que históricamente la mujer ha vivido en un puesto de sumisión, subyugación, y ocultamiento. Igual que hemos asumido que existe el racismo, se puede ser consciente de que existe la misoginia sin que esto sea un ataque para nadie.
De la misma manera me gustaría aclarar aunque sea muy obvio que el Feminismo no es lo contrario al machismo. El Feminismo NO busca la superioridad en todos los aspectos de la vida de la mujer sobre el hombre, ni existe hoy por hoy sistema hembrista alguno que otorgue poder a las mujeres para discriminar sistemáticamente a los hombres. La definición de machismo es:
machismo
  1. nombre masculino
Actitud o manera de pensar de quien sostiene que el hombre es por naturaleza superior a la mujer.
Y el de feminismo es:
feminismo
nombre masculino
Doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres.

Mujeres en la historia