lunes, 21 de marzo de 2022

 ¡Mússica!

DIEZ DISCOS DE MUJERES QUE

 ROMPIERON MOLDES

Conmemoraron en días pasados el día de la mujer, recordando diez álbumes femeninos absolutamente rompedores en su tiempo, influyentes sobre miles de músicos y músicas posteriores.

Este artículo es también fruto de una disyuntiva. La cabra tira al monte, y cada vez que un periodista musical (la abrumadora mayoría son hombres, eso sigue siendo así) tiene que escribir sobre una mujer que, en cierto modo, ha sido modélica, las comparaciones siempre surgen con otras mujeres. Rara vez con hombres.

Como si fuera un bucle. Como si el pop, el rock, el hip hop, el trap, la electrónica o el jazz hechos por mujeres fueran géneros en sí mismos, a los que hay que discriminar del resto. Como si aún las mujeres que se dedican a la música mereciesen ese paternalismo y no se pudiera cotejar su música con la de sus colegas de gremio.

Es por eso que no teníamos muy claro si escribir un artículo como este. Pero como, pese a todos los avances, aún estamos lejos de la paridad soñada, hemos acabado convenciéndonos de que textos como este aún tienen algo de necesarios. Qué remedio. Ojalá llegue el día en que no lo sean. Que llegará, seguro.

Y a la vanguardia de ese cambio estará la música, uno de los terrenos en los que con más determinación se está visibilizando la corrección de ese desequilibrio de género: no hay más que ver cuántas mujeres copan las listas de los mejores discos de los últimos años en los medios especializados, y cuántos aparecían en ellas hace quince o veinte años.

Esta es una lista de diez discos protagonizados por mujeres que en su momento rompieron moldes. Canciones, estribillos, estéticas y posicionamientos ante la industria que supusieron una transgresión, una superación de estereotipos, una pulverización de tópicos. Desde 1971 a 2016: desde hace cinco décadas hasta anteayer, como quien dice.

Diez trabajos canónicos que, además de ser obras maestras que han envejecido francamente bien, han obrado una enorme influencia en generaciones posteriores. Y no solo de mujeres. También de hombres. Aunque no siempre lo sepamos resaltar. Ya tenéis al menos un buen motivo para volver a escucharlos o descubrirlos, si es el caso.

Tapestry (Ode, 1971), de Carole King

Antes de que saliera este disco, era muy raro ver a una mujer mostrando su emancipación a todos los niveles: como escritora de canciones y como persona. Carole King lo hizo, con solo 29 años. Con un arrojo inédito.

Se había separado dos años antes de Gerry Goffin, con quien había firmado composiciones memorables durante todos los años sesenta. Se mudó de la costa este a la oeste, al bohemio Laurel Canyon, con sus dos hijos, y allí pulió doce canciones que celebraban con júbilo su independencia como artista y como mujer, poniendo además los cimientos del soft rock de los setenta. Mucho coraje y mucha visión de futuro la suya.

Horses (Arista, 1975), de Patti Smith

Nadie había fundido poesía y rock con la misma determinación. Ninguna mujer había posado en una portada con un aspecto tan desafiante, vestida con un atuendo que perfectamente podría ser de un hombre, en un momento en el que sí estaba bien visto que los hombres se vistieran de mujeres (era la época del glam rock), pero no al revés.

Solo por eso ya habría que señalar en rojo el papel de Patti Smith, pero es que, además, este fue la primera piedra de una de las carreras más influyentes en el curso de la música popular: R.E.M., PJ Harvey, Maika MakovskiFang, la generación punk, la generación grunge, el movimiento Riot Grrrl de los noventa al completo y cientos de artistas de las últimas cinco décadas le deben media vida creativa. Horses (1975) fue el principio de muchísimas cosas.

Parallel Lines (Chrysalis, 1978), de Blondie

Deborah Harry fue otra absoluta jefaza. Probó que también se podía ser una estrella explotando su imagen, su evidente sex appeal, sin sentirse culpable por ello. Ni mucho menos. Fue una front woman excepcional. Y un emblema de la new wave cuya sombra fue mucho más allá. Sus Blondie crearon escuela.

Y contó con un puñado de compañeros y de canciones totalmente imbatibles. Pegadizas, gomosas, adherentes, efervescentes, vitalistas. La influencia de Patti Smith fue enorme, pero la de Blondie y discos como este, su obra maestra, producida por el sagaz Mike Chapman, tampoco se quedó corta: The Primitives, Darling Buds, Bangles, Elastica, Divynils, Romeos, Concrete Blonde, The Sounds y tantos y tantas otros les deben muchísimo.

Like a Virgin (Warner, 1984), de Madonna

Madonna ahondó en ese canon de rubia atractiva que había instaurado Debbie Herry, sumándole un talento descomunal para absorber distintos estilos y saber vehicular su producto en un mercado que parecía estar esperándola con los brazos abiertos.

Cuando se publicó este segundo disco, había quien decía de ella que era un mero producto de marketing. Casi treinta años después y con el carrerón que lleva a sus espaldas, es algo que no se puede sostener.

Este disco, compendio de vibrante pop electrónico con influencias de la música disco y la mano diestra de Nile Rodgers, es la piedra filosofal sin la que no se entenderían las carreras de Britney Spears, Lady Gaga, Christina Aguilera, Pink, Rihanna, Robyn y tantas otras figuras del pop de las últimas décadas.

Rid Of Me (Island, 1993), de PJ Harvey

La irrupción de Polly Jean Harvey a principios de los años noventa fue un vendaval. O mejor dicho, un volcán. La confirmación de una personalidad creativa indomable, abrasiva, capaz de proyectar una sexualidad indómita a base de canciones que eran pura intensidad rock, al borde del abismo.

Este puede no ser el mejor disco de su carrera, que luego optó por vericuetos mucho más sofisticados e imprevisibles, coronándola como la mujer más importante en el rock de las últimas tres décadas, pero sí fue un firme puñetazo en la mesa, con la afilada producción de Steve Albini, con el que probó que un nuevo molde femenino era posible en la mitología rock.

Supa Dupa Fly (Elektra, 1997), de Missy Elliott

Antes de ella ya proliferaron las raperas de impacto, pioneras como Salt N’ Peppa, Queen Latifah o Roxanne Shanté. Pero ninguna llegó al nivel de maestría de Missy Eliott, una mujer que además no necesitaba proyectar una imagen hipersexualizada de sí misma: usaba tallas XXL y estuvo siempre lejos de mantener una figura estilizada. Pero era la más lista.

Cualquiera de sus primeros discos serviría, porque son todos obras maestras. Exhibiciones de genialidad, basadas en el punch de un sonido a veces minimalista y tribal, siempre punzante y desafiante. Tras ella han venido decenas, cientos de mujeres poderosas en el mundo del hip hop. Pero ninguna a su altura.

Back To Black (Island, 2006), de Amy Winehouse

La tormentosa relación entre Amy Winehouse y su novio, Blake Fielder-Civil, dio lugar a la que es seguramente la obra cumbre del soul de lo que llevamos de siglo XXI.

Un puñado de canciones chulescas y a la vez vulnerables, mostrando sus heridas sangrantes en una gloriosa resurrección de lo mejor del soul de la Stax, Atlantic o la Motown.

Nadie sabe hasta dónde podría haber llegado la británica si no nos hubiera dejado tan pronto, pero lo cierto es que le bastó un disco para entrar en el panteón de los dioses de la música de raíz negra.

No Cities To Love (Sub Pop, 2015), de Sleater-Kinney

Guitarras en permanente estado de combustión. Alaridos que exudan rabia. Estribillos que destilan una candorosa malicia. Fue uno de los grandes discos de 2015, pero sobre todo fue la confirmación definitiva de que el trío formado por Carrie Brownstein, Corin Tucker y Janet Weiss, surgido de las brasas del movimiento riot grrrl, era uno de los mejores grupos de rock del planeta.

Fue también su trabajo más accesible. Y su último gran disco de Sleater-Kinney, todo hay que decirlo, porque desde el momento en el que el triángulo se rompió con la marcha de Janet Weiss, las cosas ya no volvieron a ser iguales.

Lemonade (Columbia, 2016), de Beyoncé

Lemonade (2016), o cómo airear los trapos sucios de tu marido después de que este te sea infiel y transformar toda esa rabia en una obra maestra del pop. Un ejercicio de auto afirmación y autoestima. Una lección de genio.

Todo eso lo logró Beyoncé con su sexto álbum, una demostración imperial de talento, que se alimentaba de toda la rumorología previa y jugaba sus cartas bajo sus propias reglas, y no las de la industria ni las de la visión masculina (dominante) del negocio.



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