viernes, 4 de marzo de 2022

Género

La amistad entre mujeres es una actitud revolucionaria

Francesca Gargallo Celentani

Universidad de Guanajuato

Marzo 10 de 2021

Si la anatomía es un rasgo determinante en la representación del sexo, la amistad entre mujeres está plasmada en los muros de la antigüedad más remota. Desde el paleolítico al neolítico, en faldas, vestidos o pantalones, con adornos, de pelo suelto o complejos peinados, con ponchos o camisolas, se toman del brazo, se siguen unas a otras, trabajan, descansan, participan de rituales, bailan como en las cavernas del levante ibérico, o arrastran hatos de ganado como en el norte de África, procesan alimentos mientras hablan, hacen textiles, socializan con niñas y niños.[1]  Mujeres libres, que se cuidan y acompañan, en medio de símbolos de poder y de representaciones de la naturaleza donde puede haber hombres como no. Esta representación de las mujeres sin una mirada de posesión o juicio, dura hasta la edad clásica griega y latina luego desaparece del arte de esa región. ¿Qué ha pasado para que la figura femenina se aísle y adquiera rasgos de hieraticidad, fijeza, soledad? Según lo da a entender Gerda Lerner, la gran historiadora alemana, en La creación del patriarcado[2], acaeció la subordinación femenina y la cooperación de las mujeres en el proceso de su propia subordinación, lo que, digo yo, no pudo suceder sin antes perder sus vínculos de amistad.

Durante siglos las mujeres estuvieron representadas por el poder de la iglesia católica, solas o con niños (casi siempre hombres, como lo notó Luce Irigaray,[3] quien se alegró en la década de 1990 de encontrar una representación de Santa Ana con María en brazos), mirándolos con amor, amamantándolos, sin hacer gran cosa más, en ocasiones rodeada de hombres que la veneran, impedida en sus movimientos. La literatura, cómica o trágica, se llena de traidoras, brujas, enemigas. Solo las pocas mujeres que escriben reivindican las virtudes de las mujeres y el hecho que se crece en ideas, moralidad y actividad estando juntas: Hildegarda von Bingen, Hroswitha de Gandersheim, Cristina de Pisan…  En la literatura cortesana, de mujeres obedientes a los mandatos patriarcales y de hombres que alcanzaron gran fama, por el contrario, puede rastrearse el miedo que provoca a la cultura patriarcal la cercanía entre mujeres. La joven perseguida durante un banquete, convertida en fantasma que cada primer viernes del mes es destrozada por los perros del amante que rechazó, en el Decameron de Boccaccio, y la repugnante obra La fierecilla domada de Shakespeare, así como las brujas de Macbeth, son pruebas más que fehacientes de que ser una mujer libre o tres mujeres juntas, capaces de decir que no a una propuesta amorosa o de inventar algo, son percibidas como un peligro en el mundo patriarcal.

Sin embargo, mujeres que tejieron amistades y se presentaron al mundo como Las Preciosas del barroco francés, lanzadas a embellecer la lengua con que se expresaban, y las primeras revolucionarias francesas, quizás educadas por las actitudes de hospitalidad entre mujeres en los salones ilustrados, y luego los círculos de mujeres independentistas en México, Colombia y Argentina, fomentaron relaciones libres que socavaban la seguridad masculina cuando las ridiculizaban, las dispersaban o las reprimían. Según la periodista neoyorkina Rebecca Traister, “La amistad femenina ha sido la base de la vida de las mujeres desde que han existido. En otras épocas, cuando había menos posibilidades de que un matrimonio, al que a menudo se recurría por razones económicas, proporcionara apoyo emocional o intelectual, las amigas ofrecían estabilidad íntima”.[4]

Hoy yo leo en mi vida cotidiana, cuando una amiga me ha cuidado durante el Covid y sus secuelas, y en la calle, las acciones solidarias que se tejen entre mujeres y conforman relaciones de encuentro, cuidado, atención, sostén, es decir, prácticas de amistad. Este 8 de marzo una pinta se repetía infinidad de veces en las calles de la Ciudad de México: “Libres, vivas, juntas”, mientras algunos grupos de feministas coreaban: “A mí no me protege la policía, me cuidan mis amigas”. Cada día más, las mujeres estamos conscientes de que queremos, necesitamos, nos divertimos, nos sostenemos y transformamos el mundo gracias a nuestras amigas.

Pero ¿qué es la amistad que muchos escritores románticos han magnificado entre hombres y nunca descrito entre mujeres? ¿Difieren, es un sentimiento, es una actitud?

La amistad entre mujeres es una práctica de protección que nace con el juego y las reglas que se van fijando para poder jugar libremente, de manera pactada entre jugadoras, a lo largo de la infancia o en cualquier momento de nuestra vida. Produce complicidad y fortalecimiento mutuo; su carga es revolucionaria porque el sistema ha intentado prohibirla o, por lo menos hacerla lo más difícil posible. Es que la amistad invalida los dispositivos de control social y el patriarcado desea el control total de las conductas femeninas.

Son tres días que ustedes vienen debatiendo sobre la economía de los cuidados, el ecofeminismo como alternativa a la destrucción ambiental, la finalidad de los estudios en época de desempleo y falta de expectativas en el sistema, la transformación del entorno y la condición de las mujeres con discapacidades. Han pensado en los autocuidados, por ejemplo, durante el embarazo y en los cuidados compartidos para romper con la cultura individualista del patriarcado. Además todas sabemos que las redes de apoyo entre amigas, durante los meses de pandemia, con sus encontrados sentimientos de miedo y de hartazgo, de recelo y de atrevimiento, cuando la depresión o la rabia, el desaliento o la desesperación hicieron mella en nuestra psique afectada por el encierro y la falta de perspectivas (entre ellas la perspectiva de un abrazo) son las que nos salvaron. La amiga que habló por teléfono, la que desafió la calle para llegar a llamarnos por la ventana, la que nos invitó a su proyecto, levantaron nuestro amor propio como la hoja de una planta que acaba de ser regada.

Las mujeres, nos dice bell hooks en El feminismo es para todo el mundo,[5] nunca podríamos liberarnos sin autoestima y amor propio. En el núcleo de la liberación está el cuerpo, nuestro instrumento de vida y relación que el patriarcado nos secuestró, exponiéndolo a un juicio estético constante y enjuiciador, que las mujeres asimilaron y repitieron. Para quebrantar la identificación norma-estética-belleza-aceptación solo la convicción compartida entre amigas puede llevar a una acción. Por ejemplo, el 7 de septiembre de 1968, las 500 mujeres que se reunieron para protestar en Atlantic City contra el Concurso de Miss América y decidieron tirar al Basurero de la libertad los instrumentos de la sujeción femenina (maquillaje, brasieres, zapatos de tacón alto, fajas, ligueros, etcétera), tuvieron que dialogar, cuchichear, darse ánimos, discutir, apretarse las manos para desafiar el sistema. No eran 500 amigas, pero las 500 tuvieron el valor de ir porque las acompañaba una o varias amigas. Las amigas son las que pueden acompañarnos en el cuestionamiento de preceptos aceptados como dogmas y como reglas de organización social. Es con una amiga, las que tuvimos una educación familiar patriarcal, que empezamos a dudar cuando nos dijeron que éramos inferiores intelectualmente, físicamente débiles, necesitadas de ser protegidas por un hombre. Descubrimos con ella nuestra capacidad de resolución y a cuestionar el derecho de los hombres a opinar, decidir, explicar, regañar, castigar nuestras acciones cuando no correspondían con lo prestablecido.

Desde 1968, cuestionar la estética sexista lo trastocó todo en la organización patriarcal de las mujeres como personas volcadas al gusto y el deseo de los hombres. Hay un nexo poderoso entre tirar al basurero el brasier y estudiar lo que se quiere, rechazar proposiciones matrimoniales que no convencen, convivir con amigas. Por sesenta años, el sistema patriarcal se ha defendido desatando una verdadera guerra contra las mujeres, cuyos rasgos más terribles son las violaciones y feminicidios. Las mujeres hemos soportado los cañonazos de la industria de la moda, la cosmética y aun la medicina. La prensa, la televisión y el cine han machacado las emociones femeninas con estereotipos de amor romántico, desde esa Cenicienta reciclada que fue Pretty Woman (1990) hasta las series televisivas que nos proponen relaciones heterosexuales como modelos, donde campean sumisiones, celos, violencias y renuncias. ¡Películas donde las mujeres nunca interactúan entre ellas, no se hablan, no se ayudan!

Sin embargo, las de ustedes que se interesan en las propuestas ecofeministas para poner fin a la explotación de la tierra y sus recursos, las que reflexionan sobre la economía de los cuidados, que sostiene con atención las relaciones comunitarias y familiares, las que se ocupan de nutrición desmantelando la producción industrial de los alimentos o de salud cuestionando la institucionalización de todas las curas, saben que desafían el sistema y que necesitan de aliadas, amigas, compañeras.

En este año de pandemia, necesariamente hemos tenido que repensar la reproducción social, es decir, de la producción de la vida y de los cuidados del cuerpo y de la psique, incluyendo las relaciones familiares, comunitarias y sociales. Pienso en esas mujeres que nunca abandonaron sus trabajos tradicionales de parteras y curanderas en el campo de la salud y cómo han posicionado otra manera de entender el cuidado, la higiene y las atenciones. Un trabajo que tiene que ver con la reproducción social, con el cuidado de una gestante a partir de su cultura, por ende, sus miedos y sus seguridades, y con el cuidado al interior de una comunidad, con todos sus lazos.  Las parteras saben dar masajes que ayudan el flujo de oxitocina, que sirven para acomodar el bebé en la posición de parto, que desenredan el cordón umbilical del cuello de los bebés; ensayan las formas de hablarle a los que van a nacer para que ayuden a sus madres; nunca molestan a una mujer mientras busca su posición para completar la dilatación, botar el tapón y pujar para dar a luz. No hay con ellas una mala palabra, una ridiculización, una demostración de falta de importancia. Muchas mujeres van solas, la presencia de un marido es excepcional, sentirse atendidas es un consuelo. Esa es amistad en la profesión.

Pero volvamos a la amistad como sentimiento libre, sin vínculos legales ni familiares que atraviesa, en ocasiones, clases sociales, niveles educativos, nacionalidades. Una relación libre no es regulada; aunque responda a sus propias reglas, éstas no son institucionales, por lo tanto, la relación se escapa al control del poder. ¿Qué significa que en las calles del país se coree que no nos defiende la policía, sino nuestras amigas? De entrada, la desconfianza hacia la institución que detenta la violencia legítima del estado y, en particular, la seguridad de que sus abusos son de orden patriarcal. Es decir, que criminaliza la protesta, la denuncia, la exigencia de justicia de las mujeres, precisamente porque de mujeres. Luego, que las amigas, las personas con las que nos relacionamos libremente, son aquellas con las que reconstruimos el pacto social, dialogamos acerca de sus especificidades, coordinamos las medidas de protección contra las agresiones físicas (lo cual en estados feminicidas se convierte en una imperiosa necesidad) y las variadas embestidas legales, educativas, económicas.

Que a mí me cuiden mis amigas implica hoy, en México y en un mundo aún más precarizado por la pandemia Covid, con una urgente redistribución de las riquezas y las responsabilidades ambientales, una actitud que desmonta procesos no democráticos de desconocimiento de la libertad y los derechos humanos de las mujeres, propios de gobiernos y sociedades brutales, donde la violación abierta a la integridad de las mujeres y las personas femeninas es utilizada como un acto de terror patriarcal, homofóbico, racista, básicamente antidemocrático. La amistad entre mujeres desmonta el odio y el desprecio de las sociedades autoritarias a las mujeres que no aceptan una división sexual jerárquica de la vida, porque se pitorrea del deber ser. ¡A mí, me cuidan mis amigas! es un programa de resistencia que defiende a las mujeres para el fortalecimiento de una sociedad plural y no dogmática.

Cuando me detengo en pensar qué es la opresión, yo la visualizo como una dicotomía entre superiores e inferiores, es decir como una jerarquía que se pretende inquebrantable y que desconoce la dignidad humana. Como dice Rita Laura Segato, entre dueños y poseídos, en un mundo donde quien no es dueño no existe.[6] Pensemos esta dicotomía como una rígida división entre los roles de las mujeres cosificadas y de los hombres que luchan por ser dueños, y la exclusión de las personas homosexuales, intersexuales, transgéneros, no binarias. Mujeres oprimidas en cuanto inferiores según hombres ideologizados que consideran que, siendo superiores, deben ocuparse de manera rígida y castrante del trabajo y del combate a todas las disidencias de un orden establecido desde un poder que veneran, sea este el del padre, del estado, de alguna iglesia, de la empresa para la que trabajan o alguna institución policiaco-castrense, legal o paramilitar. Se trata de una concepción del deber ser que se ha establecido gracias a prejuicios misóginos que dirigen la violencia hacia la represión.

Insisto, cuando las mujeres pactan entre sí defenderse unas a otras en las sociedades capitalistas liberales de hombres que las encuadran en un deber ser que no les corresponde, apelan a su libertad de ser. Y al defenderse entre mujeres evidencian una falla en el funcionamiento del estado. A la vez, subrayan su capacidad de escogerse en el camino de la construcción del propio accionar en el mundo. Más acá o más allá de la supuesta sororidad como pacto de género, la amistad entre mujeres es una práctica de libertad que confronta nuestras ideas y sostiene nuestra autoestima.


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