Zanele Muholi: la
fotógrafa que denuncia la violenta realidad de las mujeres en Sudáfrica
La mirada feminista de Muholi habla en contra de las diferencias de género y raza.
La poética de las fotografías de Zanele Muholi radica en la sentencia de muerte que cada una trae consigo. Hija de un país donde las mujeres son poco menos que un utensilio de cocina, esta artista sudafricana lucha por los derechos de las mujeres través de imágenes que revelan la belleza del desnudo femenino, así como el erotismo implícito en un abrazo entre dos chicas, o el momento de tensión que existe antes de un beso. En fin, se trata de mostrar ese lado dulce y ácido de los tabúes en torno a la mujer sudafricana, a quienes les arrancan la posibilidad de una existencia más o menos digna por ser "el otro sexo", como lo llamó Simone de Beauvoir.
Después de estudiar Arte en uno de los institutos más prestigiosos de su país de origen, se dio a la tarea de explorar los límites tensos entre lo que a las mujeres les es posible mostrar en público y lo que no. Siendo que el territorio sudafricano se caracteriza por ser de tradición machista, por eso, Muholi está decidida a mostrar la realidad incómoda y sanguinaria a la que las mujeres se enfrentan todos los días. No sólo en términos de Derechos Civiles —como la libertad de expresión o de vestirse como les venga en gana—, sino de cómo la violencia se ha convertido en parte de una realidad nacional que no quiere aceptarse, pero de la cual no se han podido librar todavía.
Esto en términos de las mujeres cisgénero que han decidido optar por una vida más o menos tradicional, con un marido e hijos de acuerdo a las costumbres sudafricanas. Ellas sí que se enfrentan a la opresión de no poder salir a las horas que les plazca, ni tener voz ni voto en cuestiones políticas o de activismo social. No se hable siquiera de aquellas que experimentan su sexualidad abiertamente desde la divergencia, pues son denostadas —en el mejor de los casos— como fuera de la moral y apedreadas hasta la muerte en los extremos más radicales. Si las mujeres que se apegan más al deber-ser que la sociedad impone están constreñidas en sus posibilidades, todavía más aquellas que deciden aceptar su homosexualidad y son asesinadas por ir en contra de las buenas costumbres que su país dicta.
Además de la faceta feminista de su trabajo, está también la perspectiva de la discriminación racial. Si bien es cierto que durante sus primeros años se educó en Sudáfrica, muy pronto emigró al Reino Unido, donde profundizó sus estudios artísticos y tuvo acceso a otros horizontes creativos; sin embargo, su protesta artística seguía sobre la misma línea: la de denunciar que no existen derechos para las mujeres, y que poseen tan pocas posibilidades de cambio no sólo en el sur de África; sin embargo, su estancia en Europa le amplió las miras hacia otros ámbitos dolorosos que la sociedad mundial no se ha atrevido a resolver todavía: las diferencias abismales originadas por la raza tomaron forma para ella mientras vivió en Londres, donde la migración y el color de piel son un factor decisivo para la pertenencia social y las posibilidades laborales de las personas.
En la conjunción de raza y género, la obra de esta fotógrafa sudafricana adopta un espectro superior. No se trata más de una denuncia que atañe sólo al tejido social del territorio sudafricano, sino de una propuesta estética con alcances universales de denuncia, que se valida a través de la experiencia de vida de la propia artista. Porque es cierto: muchas veces su casa fue asaltada y sus obras destruidas por ir en contra de los patrones establecidos, debido al influjo machista que domina la ideología de su país nativo. Distintas de sus amigas fueron amenazadas y algunas de sus modelos desaparecieron sin dejar más rastro que su ausencia. Su estudio se ensombreció con las pérdidas, pero la cámara aprovechó las sombras para emitir señales de esperanza a través de su mirada fotográfica.
Es por esto que Zanele Muholi se describe como una activista visual. A través de sus fotografías pretende tocar las fibras sensibles que atenazan todavía las vidas de múltiples mujeres en su país a través de diferentes ángulos: ya no sólo desde la perspectiva de género —que parece no tener una solución pronta—, ni de la violencia que muchas sufren por su preferencia sexual, también de la desventaja racial que implica adentrarse en un continente que no es el propio, con la esperanza de encontrar mejores oportunidades sin hallar muchas. La suya es una óptica a favor de una revolución silenciosa, que habla a través del claroscuro tenso de las fotografías en blanco y negro. Muholi habla de tradiciones que se quiebran, de erotismo, de ser mujer en un contexto que apunta en dirección opuesta.
La propuesta estética de Zanele Muholi muestra una óptica más incluyente en cuestiones de género, orientación sexual e inclusión racial. Sus fotografías son una experiencia estética que rebasa los límites de la composición en sí. En efecto, cumplen con una línea narrativa y con una búsqueda de superficies, de tonalidades, de expresión; sin embargo, apreciarla sólo desde esta óptica resultaría, a lo menos, reduccionista: Zanele Muholi usa el claroscuro de sus imágenes en blanco y negro para hablar de igualdad, de raza, de género, de derechos suprimidos y de la ausencia de colegas que se perdieron en la causa.
Los suyos son claroscuros que trastocan los límites del machismo para abrir paso a una óptica de la femineidad asfixiada: Zanele Muholi es claroscuro de género; claroscuro de raza.
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