viernes, 7 de octubre de 2022

Cultura

Los orígenes y bases literarias y feministas de Emilia Pardo Bazán

Retrato de Emilia Pardo Bazán (España, 1851-1921), de Isidro Fernández Fuertes 'Gamonal', publicado en la revista La Esfera el 21 de mayo de 1921.

Presentación WMagazín El prestigio de Emilia Pardo Bazán ha crecido en este siglo XXI hasta obtener el sitio que merece en la literatura y acciones sociales por ser una gran defensora de la igualdad y los derechos de la mujer. Un figura relevante de la literatura española entre los siglos XIX y XX nacida en La Coruña el 16 de septiembre de 1851 y fallecida en Madrid el 12 de mayo de 1921. Fue condesa de Pardo Bazán, periodista y casi todo en el mundo de la creación literaria: cuentista, novelista, poeta, ensayista, dramaturga, traductora, crítica literaria, editora, catedrática y quiso entrar en la Real Academia Española (RAE) pero no se lo permitieron.

WMagazín, con apoyo de Endesa, conmemora el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, autora de obas tan conocidas como Los pazos de Ulloa. Lo hacemos recordando los orígenes e influencias clave que la hicieron la persona que ocupa un lugar en la historia cultural y social de España. Publicamos un pasaje de la introducción de la nueva edición de los dos primeros tomos de sus Obras completas, en doce volúmenes, bajo el cuidado de Darío Villanueva (exdirector de la RAE) y José Manuel González Herrán, y editadas por la Fundación José Antonio de Castro.

Emilia Pardo Bazán fue hija única que no contenta con la educación que correspondía a una señorita de su clase optó por una formación histórica y científica autodidacta y, desde muy joven, se interesó por la literatura española y francesa, así como el aprendizaje de otros idiomas para poder leer a los autores en su lengua original. Ella misma se encargó de ensanchar su mundo y, a su manera, desafiar el entorno.

Tuvo correspondencia con los nombres más relevantes de su tiempo: Campoamor, Cánovas, Menéndez Pelayo, Clarín y mantuvo relaciones más estrechas con Benito Pérez Galdós y Lázaro Galdiano. Esta correspondencia, recuerda la Fundación Castro, «atestigua las dificultades que tuvo para ser aceptada en su ambiente por ser mujer. Una de las dimensiones más atractivas de su personalidad y de su obra es su contribución a la educación de las mujeres, por lo que se la ha considerado una adelantada del feminismo en España. Asumió el papel de conciencia regeneracionista junto a otros intelectuales durante el desastre del 98, de lo dan abundantes muestras sus libros de viaje. En París amplió sus contactos literarios y entró en contacto con el krausismo, gracias a su amigo Giner de los Ríos, y conoció a Zola, Maupassant y Huysmans. Sus escritos de adolescencia y juventud atestiguan una precocísima vocación literaria».

A continuación un pasaje sobre los orígenes literarios de Emilia Pardo Bazán que da claves sobre sus primeras grandes influencias: Víctor Hugo, Byron, Heine o la novela Crimen y castigo, de Dostoyevski:

Emilia Pardo Bazán y sus raíces literarias e intelectuales

Por Darío Villanuva y José Manuel González Herrán

En 1886, como prólogo al tomo I de Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán escribió unos interesantísimos Apuntes autobiográficos, que pese a las ocultaciones, exageraciones o retoques usuales en tal clase de escritos, constituyen un material ineludible para reconstruir su peripecia vital; aunque no suelen reproducirse en las ediciones de su más conocida y valiosa novela, en ésta sí lo haremos, lo que nos permite aligerar en tal aspecto las presentes páginas introductorias, remitiendo al lector interesado al volumen II de estas Obras Completas. No obstante, completaremos esa autobiografía (que, lógicamente, sólo llega a aquel año) hasta su fallecimiento en 1921, además de colmar sus lagunas u olvidos y rectificar o matizar ciertos episodios. Para ello, aparte de la ya clásica biografía de Bravo-Villasante y de algunos otros trabajos (casi todos basados únicamente en los citados Apuntes), aprovecharemos los resultados de nuestras propias investigaciones que recientemente nos han proporcionado interesantes descubrimientos.

Nació doña Emilia en la capital coruñesa el 16 de septiembre de 1851, hija única de un matrimonio de rancios linajes gallegos: don José Pardo Bazán y Mosquera y doña Amalia de Rúa Figueroa y Somoza. Poco sabemos de su madre; pero de su padre nos consta su actividad política, que supo compatibilizar cierto liberalismo intelectual (se dice que eligió el nombre de su hija como devoción por el libro de Rousseau) con su adscripción a posiciones conservadoras, especialmente en lo religioso: por su defensa de los intereses de la Iglesia, el Papa le concedería en 1870 el título pontificio de conde de Pardo Bazán.

De la formación y aficiones infantiles de la joven Emilia hay curiosos testimonios (no tan exagerados como parece) en aquellos Apuntes. En efecto, aunque no conozcamos muestras de su precocísima vocación –unos versos infantiles (entre 1858 y 1860) de motivación patriótica–, sí se han localizado otros escritos de adolescencia y juventud (poesías, cuentos, dramas, artículos de costumbres, ensayos de historia y literatura, esbozos de novelas), que, pese a su escasa calidad, resultarán utilísimos para reconstruir la forja de nuestra escritora.

Su infancia transcurrió entre el país natal y Madrid, recibiendo la educación usual entonces para una señorita de su clase: el inevitable Colegio francés (donde aprendió lo suficiente para leer, traducir e incluso escribir con soltura y corrección la lengua de Molière), las no menos forzosas clases de piano (recordadas siempre con disgusto y nula afición) y, en suma, todo aquello que constituía el curriculum de una señorita casadera de la buena sociedad y que nunca desdeñó del todo, como muestra, por ejemplo, su afición y conocimiento –casi erudición especializada, de la que se sentía muy orgullosa– del arte culinario o la exquisita sensibilidad para las artes decorativas y suntuarias (ropas, muebles, joyas…) de que hace frecuente gala en sus textos narrativos, especialmente en el fin-de-siècle. En cambio, su cultura científica, histórica y artística es, según ella misma declaraba, fundamentalmente autodidáctica: aún se conservan entre sus papeles notas de estudio y proyectos de trabajos de esa época. En los Apuntes autobiográficos hay abundantes testimonios acerca de las primeras lecturas – en la biblioteca familiar o en la de doña Juana de Vega, condesa de Mina–, del temprano descubrimiento de la novela francesa y, ya en la segunda mitad de los años setenta, de la española.

Como ella misma recuerda, 1868 es año crucial en su biografía personal y social: el prematuro –según el tiempo pondrá en evidencia– matrimonio, cuando aún no había cumplido 16 años, con don José Quiroga Pérez Pinal (según otros biógrafos, Pérez Deza), poco mayor que ella –19 años– y que aún no había concluido sus estudios de Leyes en la Universidad compostelana; el joven matrimonio pasará en Santiago el curso 1868-1869, donde Emilia, además de ayudar eficazmente a José en sus trabajos escolares, conoce el ambiente universitario que diez años más tarde recreará en su primera novela. Para entonces acaba de estallar la Gloriosa Revolución septembrina del 68 y, como consecuencia, don José Pardo Bazán, que había sido diputado carlista en las Cortes de 1854, vuelve a serlo, ahora en el partido progresista de Olózaga, en las Constituyentes de 1869, lo que motiva el traslado familiar a Madrid.

Los Apuntes autobiográficos refieren cómo, tras unos años de intensa vida social en la Corte, Emilia emprendería un largo viaje al extranjero, acompañada de su esposo, sus padres y un tío, según parece con la excusa de poner tierra por medio con la agitación social subsiguiente a la renuncia de Amadeo I. Pero unos Apuntes de un viaje. De España a Ginebra (1873), cuyo manuscrito hemos encontrado recientemente, indican que el viaje (más de cuatro meses por tierras de España, Francia, Suiza, Austria e Italia) se inició antes de la abdicación del de Saboya y que su verdadero motivo era una peregrinación carlista, que culminaría con las visitas a la familia del pretendiente en sus “cortes” de Ginebra y Trieste. El dato nos importa también para perfilar el pensamiento político de la joven Emilia, quien compartía con entusiasmo las fuertes convicciones carlistas de su esposo, como muestran también algunos poemas de esos años rescatados hace poco (e incluso, según ella misma contó alguna vez, su colaboración clandestina en la provisión de armas a las partidas). Acaso por el pensamiento claramente ultramontano que descubrían, la autora quiso dejar inéditos esos Apuntes de un viaje, pese a su interés y evidente calidad literaria.

No era lo primero que escribía: aparte de los aludidos versos patrióticos de los 7 ó 9 años, desde 1865 (a los 14) su firma había figurado al pie de composiciones poéticas, cuentos y comienzos de novela en algunos álbumes y periódicos gallegos, textos que recientemente han comenzado a ser conocidos, reimpresos y estudiados. Son estos años de indecisa preferencia en su vocación intelectual y en sus lecturas: la creación literaria parece ceder ante el interés por la filosofía cuando en 1873 su amigo Giner de los Ríos le pone en contacto con el krausismo; como antes había aprendido por su cuenta el inglés para acceder directamente a Byron y Shakespeare, ahora estudia alemán para leer en su idioma a aquellos pensadores; y para ensayar en sus poemas versiones de Heine.

Tras nuevos viajes por Francia e Inglaterra, en 1876 -año del nacimiento de su primer hijo, Jaime- empieza a colaborar con más asiduidad en periódicos y revistas de Galicia y de Madrid, ciudad en la que publica en 1877 su primer libro, un Estudio crítico de las obras de Feijoo, premiado el año anterior en Orense; fue su competidora en el reñido certamen doña Concepción Arenal y el inicial empate entre ambas hubo de ser dirimido por una comisión especial de la Universidad de Oviedo, que prefirió el trabajo de la coruñesa al de la ferrolana, posiblemente más riguroso pero excesivamente librepensador para tal jurado.

Esa aproximación al polígrafo benedictino es claro indicio de la orientación de sus intereses: las primeras colaboraciones en periódicos y revistas de Galicia y de Madrid se dedican tanto a la divulgación científica (con esa clara vocación pedagógica que nunca abandonará) como a la pura creación literaria. En 1876-1877 escribe sobre cuestiones de física (el calórico, la luz, la electricidad, la circulación del movimiento) en la Revista Compostela de Santiago, manteniendo con tal motivo su primera polémica; en La Ciencia Cristiana de Madrid, en 1877, unas “Reflexiones científicas contra el darwinismo”. Y en la misma revista y año, “Las epopeyas cristianas: Danto y Milton”; ese artículo y sus colaboraciones para el orensano Heraldo Gallego
en esos años apuntan los que serán sus campos preferidos: la historia, la crítica literaria, la crónica de viajes, el apunte costumbrista, la ficción narrativa.

Muestra de ese cruce de intereses entre las ciencias y las artes es su primera novela: Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina (1879). Prueba también de su afianzada reputación, aún reducida los círculos gallegos, es el encargo que recibe de dirigir (y, en realidad, mantener con sus colaboraciones, firmadas o con pseudónimo) la Revista Galicia, aunque la empresa no sobrepasa los veinte números, a lo largo de 1880. En ese mismo año, además de conocer personalmente en París a su admirado Victor Hugo, una obligada temporada en el balneario de Vichy le da ocasión para profundizar en su ya notable conocimiento de la narrativa francesa del momento (Balzac, Flaubert, Zola, Goncourt, Daudet): ambas cosas -la anécdota personal y las lecturas- aparecerán reflejadas en Un viaje de novios (1881), precedida de un notable prólogo en el que reflexiona sobre la actual situación del género. Tanto el prefacio como la novela misma confirman su prestigio, no exento de polémica, en la sociedad literaria española.

Tras dos libros de muy diverso género, Jaime, colección de poesías maternales de inspiración heineana, primorosamente editadas en 1881 con ayuda de su amigo Giner, y al año siguiente la biografía San Francisco de Asís (Siglo XIII), aquella polémica notoriedad se incrementa con la aparición, primero en el diario madrileño La Época (1882-1883), e inmediatamente en el libro con prólogo de Clarín, de La cuestión palpitante, notable intento de explicar el proceso de la novela europea coetánea y que, a causa de sus matizadas e inteligentes explicaciones de la obra de Zola, fue erróneamente interpretado como una defensa y adhesión al naturalismo francés; adscripción que, según tales lecturas, confirmaría su novela redactada por las mismas fechas, La Tribuna (1883).

Aunque muy posiblemente las razones fuesen más complejas, se ha dicho que las controversias suscitadas por esos últimos libros y el marchamo estético e ideológico con que se estigmatizó a la autora -no sin escándalo, dada la clase social a que aquella señora y su familia pertenecía- motivaron una discreta y amistosa separación del matrimonio. No es impertinente recordar a este respecto que algunos poemas -inéditos hasta hace poco- de los años 1878 y 1879 parecen revelar su amor, más o menos platónico y no correspondido, por un desconocido que según razonables indicios bien pudo ser el biólogo Augusto González Linares (defensor de teorías evolucionistas desde su cátedra de la Universidad compostelana entre 1872 y 1874).

En cualquier caso, cuando se consumó la separación en 1885, ya hacía tiempo que doña Emilia llevaba una vida bastante independiente como muestran sus frecuentes y dilatadas (llegarían a ser hasta de tres meses al año) estancias en París, para investigar en la Bibliothèque Nationale reuniendo materiales para los ambiciosos proyectos que por entonces acariciaba: historiar la filosofía o la mística española, e incluso una Historia de las letras castellanas, sobre la que pide orientación en cartas a Menéndez Pelayo, ya desde 1883, y que no llegó a concluir (aunque los materiales reunidos fueron abundantes) por consejo del erudito santanderino, convencido de ser el único llamado a tal empresa.

Además de investigar, aprovechó para ampliar sus contactos con círculos literarios y culturales de la capital francesa: en el invierno de 1885-1886 conoce a Zola en la tertulia de los Goncourt, donde tiene ocasión de tratar también a Maupassant, Daudet, Huysmans; y, a través de su relación con grupos de exiliados de aquella procedencia profundizó en la moderna novela rusa -que había descubierto, muy impresionada, con Crimen y Castigo-, de cuya introducción en España se la suele considerar pionera (aunque ciertas investigaciones lo hayan relativizado un tanto) con sus conferencias La revolución y la novela en Rusia, dictadas en El Ateneo de Madrid en 1887, recogidas en libro en ese mismo año y que motivarían una sonada polémica con don Juan Valera. Pero, en cambio, merecieron una elogiosa reseña de Pérez Galdós, con quien ya en 1883 había iniciado una relación amistosa que pronto llegaría a ser íntimamente afectiva.

Para entonces su prestigio se había afianzado notablemente, tanto en Galicia como en Madrid. En 1884 había fundado la sociedad El Folklore Gallego; al año siguiente, participó destacadamente en la velada necrológica dedicada a Rosalía de Castro en la capital coruñesa, ocasión en la que si mereció calurosos elogios de Castelar, se granjeó para siempre la animadversión del viudo de la poetisa, Manuel Murguía; y también en 1885 fue objeto del ritual banquete-homenaje en Madrid.

En esos años doña Emilia publica novelas: El Cisne de Vilamorta (1885), Los Pazos de Ulloa (1886) y su continuación, La Madre Naturaleza (1887); una primera recopilación de sus cuentos, La Dama Joven (1885); varios discursos y conferencias, al tiempo que su firma empieza a ser habitual, con relatos o artículos e historia y crítica literaria, en diversas publicaciones periódicas de España (La Época, La Ilustración Artística, La Ilustración Gallega y Asturiana, La Ilustración Ibérica, Revista Contemporánea, Revista de España, entre otras); y de Francia (Nouvelle Revue Internationale), donde su nombre empieza a ser conocido y estimado desde que en 1885 aparece Le Naturalisme, traducción de La cuestión palpitante.

A partir de Los Pazos de Ulloa (cuyos Apuntes autobiográficos, escritos a petición de los editores, confirman su afianzada celebridad), la reputación de nuestra autora crece pareja a su infatigable labor: además de más novelas (Insolación, 1889; Morriña, 1889; Una cristiana-La prueba, 1890; La piedra angular, 1891; Doña Milagros, 1894; Memorias de un solterón, 1896), relatos (Cuentos escogidos, 1891; Cuentos de Marineda, 1892; Cuentos de Navidad y Año Nuevo, 1893; Cuentos nuevos, 1894; Arco Iris, 1895), estudios de historia y crítica literaria (Alarcón, 1891; El Padre Luis Coloma, 1891; Polémicas y estudios literarios, 1892; Campoamor, 1893; Los poetas épicos cristianos, 1895, reelaboración del viejo artículo de 1877), conferencias, discursos y ensayos de varia temática (Los pedagogos del Renacimiento, 1889; Los franciscanos y Colón, 1892; La nueva cuestión palpitante, 1894; Hombres y mujeres de antaño, 1896) y crónicas de su incansable actividad viajera que cuentan entre las más valiosas aportaciones al género: Mi romería, Recuerdos de viaje, 1888; Al pie de la Torre Eiffel, 1889; Por Francia y Alemania, 1889; y por cierto que algunas páginas del primero de ellos, que referían su entrevista con el pretendiente don Carlos en Viena, una de las etapas de paso en su peregrinación para visitar al Papa en Roma, motivaron una ruidosísima polémica entre los carlistas, polémica que concluyó con una escisión en sus filas. Y todo ello sin abandonar -al contrario, incrementándola- su colaboración periodística en nuevas publicaciones: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, El Heraldo, La Ilustración Moderna, El Imparcial, El Liberal

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