Un espíritu crítico, Hannah Arendt (1906-1975)
Grafiti de Hannah Arendt en Lindener. Reproducido de una fotografía de Käthe Fürst. Muestra el famoso retrato de la filósofa con un cigarrillo y su cita «Nadie tiene derecho a obedecer». Wikimedia Commons. |
Cuando en 1961 uno de los principales artífices del holocausto perpetrado por el nazismo fue juzgado en Jerusalén, Hannah Arendt escandalizó al mundo con su particular visión de los hechos. Su definición de la “banalidad del mal” despertó muchas críticas contra la que fue una de las principales pensadoras de la historia del siglo XX. Este fue quizás el hecho más conocido y controvertido de su biografía, una historia llena de trabajo incansable en el mundo del pensamiento político que produjo obras inmortales como Los orígenes del totalitarismo.
Johanna Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Linden, Alemania. Sus padres, Paul Arendt y Martha Cohn, eran judíos secularizados. Siendo una niña de dos años, su familia se trasladó a Königsberg, en la antigua Prusia, donde creció en un buen ambiente intelectual y accedió a la educación en igualdad de condiciones que los niños de su edad. Hannah desarrolló desde bien pequeña unas dotes intelectuales extraordinarias (a los catorce años ya había leído a Kant) así como una tendencia al inconformismo y la indisciplina. Cuando aún no había acabado el instituto, fue expulsada del colegio. Tenía entonces diecisiete años y decidió marchar a Berlín donde estudió por su cuenta y se preparó para el examen de acceso a la universidad que hizo y aprobó de vuelta a Könignberg.
En 1924 empezó sus estudios universitarios en Marburgo, donde inició una relación amorosa con uno de sus profesores, el filósofo Martin Heidegger, de treinta y cinco años y padre de familia. Poco tiempo después tuvo que cambiar de universidad, harta de mantener en secreto su idilio con Heidegger. De Marburgo se trasladó a Friburgo y poco después a Heidelberg, donde se doctoró en 1928 con su tesis El concepto del amor en San Agustín. En 1929 se instaló en Berlín con el que sería su primer marido, Günther Stern.
En aquellos años entró en contacto con muchos filósofos y pensadores de su tiempo que ayudarían a modelar el pensamiento propio de Hannah Arendt. Un pensamiento que profundizó en cuestiones políticas como la situación de los judíos en la Alemania de la década de los treinta o la situación de la mujer en la sociedad, postulándose siempre como una voz alejada del feminismo. Hannah se ganaba la vida como periodista.
A pesar de que Hannah Arendt no se consideró como una judía practicante, tuvo siempre claro que debía ayudar a los judíos. En 1932 su casa se había convertido en refugio de paso para judíos que huían de Alemania ante la amenaza del nazismo, labor por la que fue detenida un año después por la Gestapo. Aquel mismo año abandonaba su país con la tristeza de dejar atrás a unos amigos e intelectuales que parecían dispuestos a seguir las directrices marcadas por el nacionalsocialismo. En París se reencontró con su marido, quien ya había emigrado con anterioridad. Allí continuó ayudando a los judíos que decidían huir de Europa y colaborando con distintas asociaciones sionistas francesas.
En 1937 Hannah y Günther se divorciaron. Aquel mismo año, le fue retirada la nacionalidad alemana, permaneciendo como una apátrida durante más de una década. En 1940 se casaba con Heinrich Blücher. Pocos meses después, Francia inició la deportación masiva de alemanes de su país. Tras un largo periplo, en la primavera de 1941, Hannah, su marido y su madre, a la que había rescatado de Königsberg en 1939 llegaron a Nueva York.
En su nueva vida en los Estados Unidos, Hannah se sumergió de lleno en su trabajo como redactora en una revista judía y como investigadora en la Conference on Jewish Relations y en la Jewish Cultural Reconstruction.
En 1951 se publicaba su obra Los orígenes del totalitarismo, un amplio estudio sobre el nacionalsocialismo y el estalinismo. Aquel mismo año, conseguía la nacionalidad estadounidense.
Una década después, Hannah Arendt se metería en el ojo del huracán con su polémica cobertura del proceso contra Adolf Eichmann. Hannah fue la encargada de viajar a Jerusalén como reportera del The New Yorker en el juicio contra uno de los responsables del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Su peculiar visión sobre aquel personaje que la llevó a definir el concepto de “banalidad del mal” provocaron airadas críticas contra ella. Pero a pesar de las duras acusaciones contra ella y su informe, Hannah continuó con su carrera como escritora y periodista y recibió multitud de reconocimientos no sólo en los Estados Unidos sino también en otros países como aquella Alemania que un día le había dado la espalda. En 1959 se convertía en la primera mujer en dar clases en la Universidad de Princeton y cuatro años después se incorporó como catedrática en la Universidad de Chicago. En 1967 se incorporó al Graduate Faculty de la New School for Social Research de Nueva York.
En 1974, un infarto frenó drásticamente su densa actividad intelectual pero ella se resistió a dejarla hasta que un segundo ataque al corazón acabó con su vida el 4 de diciembre de 1975.
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