Autismo en mujeres: historias de diagnósticos tardíos
¿Por qué las mujeres con TEA tienden a enterarse de su diagnóstico en plena adultez? ¿Cómo es confirmar la propia diferencia a mitad de los veinte, de los treinta en un mundo hecho por y para neurotípicos? La autora nos comparte su testimonio y el de otras, de la mano de voces especialistas para entender cómo nuestros sesgos de género, les impiden a muchas personas obtener la ayuda que necesitan.
“¿Alguna vez te has sentido fuera
de lugar como un oso polar en un bosque de lluvia?”, le pregunta Harriet, la
protagonista de la serie Geek Girl a uno de sus compañeros de clase. Ella le
dice que es agotador existir fuera de la nieve, sin saber cómo encontrar a los
otros osos polares; que se siente como si no estuviera hecha para este
mundo. El personaje de Harriet es el de una adolescente autista.
Su autismo no es el centro de la
historia y ahí radica también la genialidad de su narrativa. De hecho, nunca se
menciona su diagnóstico. Geek Girl es una serie de una adolscente que pasa de
patito feo a cisne aparentemente como cualquier otra. Pero por los indicios que
da, para el ojo entrenado, es obvio que la protagonista no solo no encaja, sino
que la razón por la que no lo hace es porque está dentro del espectro
autista.
Según la psicóloga clínica
especialista en el tema Andrea Toro, el trastorno del espectro autista es una
condición del neurodesarrollo que se manifiesta en varios aspectos: la
comunicación social e interacción social y los comportamientos, patrones, intereses
y actividades restrictivas y repetitivas.
Esto se puede manifestar como patrones
de comunicación distintos, el no entendimiento de las “normas” sociales,
dificultad para hacer amigos, falta de interés en conversaciones inocuas,
dificultad para entender dobles sentidos o expresiones corporales. Y por otro
lado como movimientos repetitivos, dificultad con las transiciones o la rutina,
hiper o hiposensibilidad a los estímulos sensoriales, entre otros. Cómo se
manifiestan estos rasgos es único en cada ser humano dentro del espectro.
El personaje de Harriet exhibe
muchos de esos rasgos. Ella tiene interés especial en el tema de los
dinosaurios y la biología en general; anda con unos audífonos, porque le
sobreestimulan los ruidos, las multitudes y las luces; lleva su comida al
colegio en un tupperware con divisiones, para que la comida no se toque entre
ella; no entiende que estuvo en una cita romántica hasta que le piden ir a la
segunda; y tampoco entiende cuando está de pelea con su mejor amiga hasta que
ella no se lo dice. Todos estos son signos de autismo.
Sin embargo, muchas
personas que se identifican como mujeres o que vivieron parte de sus vidas
socializadas como tal, no son diagnosticadas ni reciben tratamiento a temprana
edad porque suelen pasar por debajo del radar. Esto le pasó, de hecho, a la
autora de la serie Geek Girl, en cuya vida se inspira la serie: a Holly Smale
la diagnosticaron a los 39 años.
En términos estadísticos, según
algunos estudios resumidos en Embrace Autism, la proporción de hombres frente a mujeres
diagnosticadas con TEA es de 4:1. Esto no significa que menos mujeres tengan
autismo, sino que hay menos probabilidad de que seamos diagnosticadas.
¿Por qué? No hay una única respuesta, pero sí hay algunas variables que apuntan
a prejuicios de género en la medicina.
Según la psicóloga Toro,
“una de las razones es que todo lo que se construyó alrededor del autismo en
términos de teoría y en términos de los instrumentos diagnósticos se construyó
basado en hombres. De hecho, en el DSM-5 se habla de conductas externalizantes
que se observaron en niños de género masculino, no de procesos. Y el ADIR y el
ADOS, que son las pruebas para diagnosticar, si tú se las aplicas a la mayoría
de las mujeres, ellas no pasan los puntos de corte, sobre todo si tienen una
inteligencia conservada o superior”.
Según la neuropsicóloga adscrita
a Colsanitas, Ángela Toro, “eso dificulta mucho la detección en las personas
socializadas como niñas y mujeres, uno se enfrenta a que uno cree que sí tienen
signos, pero las pruebas dan en el límite o debajo del límite. Por eso hay que
hacer uso de otros recursos como los rasgos subjetivos de la psicología
clínica”.
Otra de las razones, según Andrea
Toro, es que hay una manera diferencial en la que se presenta el
autismo en las personas que se identifican como mujeres y hay mucho
desconocimiento de parte de profesionales de la salud, profesores de colegio y
población general. El problema en este caso radica en que no como no
sabemos reconocer los rasgos de TEA en mujeres, a la hora de remitirlas a
profesionales e incluso en sus consultorios, pasan desapercibidas.
Esto tiene que ver con varios factores que pueden influir.
Uno de los factores es que algunas mujeres presentan intereses especiales
que no están fuera de lo que se considera normal. En mi caso fueron la moda
y Harry Potter. Lo raro en este caso no eran mis intereses –muchas personas de
mi edad amaban Harry Potter–, lo fuera de lo común era la manera obsesiva y
profunda como me metía en ellos, escribiendo y leyendo fanfiction hasta las 3
am, por ejemplo.
Otro de ellos es que, de
acuerdo con la experiencia de la neuropsicóloga, adscrita a Colsanitas, Ángela
Toro, “aunque hombres y mujeres, por lo general, exhiben un amplio bagaje
lexical, las mujeres tienden a presentar puntuaciones más altas en las pruebas
de comprensión verbal de situaciones sociales, los hombres suelen enredarse
mucho más. Entonces en las pruebas la puntuación de las mujeres suele ser más
alta en esa área porque han invertido toda su energía en comprender las
sutilezas sociales”.
Esto tiene que ver con otra
variante que contribuye al tardío diagnóstico: el tema del camuflaje de los
rasgos neurodivergentes para encajar. De hecho, según la neuropsicóloga, Ángela
Toro, “el camuflaje es una de las mayores barreras a las que se enfrentan
las mujeres sobre todo en la adultez porque llevan más años haciéndolo y, por
ende, son más hábiles utilizando todas las herramientas para pasar
desapercibidas”.
Las niñas y mujeres suelen
camuflarse más y esto puede deberse a las expectativas y estereotipos de género.
Como personas que nos identificamos como mujeres somos socializadas desde
pequeñas para ser sociales, apacibles, ayudantes y perfectas siempre.
Esto se manifestó en un test en
que que les dieron a niños y niñas limonada con sal. Los niños escupieron la
limonada, mientras que las niñas se la tomaron porque no querían parecer
groseras. Esto se exacerba en el caso de las mujeres en el espectro,
especialmente en las adultas.
Más aún en aquellas que Toro describe como “calladitas, tranquilitas, bien
puestas, que les va muy bien en el colegio. Porque hay estereotipos que
[determinan que] las mujeres deben comportarse así”. Por lo mismo, las
niñas y adolescentes se cuidan más para expresar en público esas crisis en
las que la energía y la sobreestimulación es demasiada, por eso no se ven como
el estereotipo del niño autista moviendo las manos y gritando. Las
niñas esperan a llegar a la casa para explotar. Por eso pasan por debajo del
radar en las escuelas y se diagnostican en la edad adulta.
En mi caso, no me di cuenta
de mi propia condición sino hasta los 29 años, porque una amiga con déficit de
atención tenía entre sus intereses especiales aprender sobre el espectro. Al
ver que yo tenía características que para ella eran dolorosas como que mi cara
no expresaba felicidad cuando ella me contaba cosas importantes, por ejemplo,
me empezó a enviar videos de YouTube para que explorara. Y apenas hace unos
meses pude obtener el diagnóstico doble de estar en espectro autista y tener
TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad).
La experiencia de la
ilustradora Paula
Carvajal es parecida en tanto que también se demoró en entender que
tenía TEA, y por eso duró 25 años de su vida camuflándose. “Mi tipo de
autismo me conecta mucho con el mundo animal, por eso me gusta mucho estar en
el piso, llenarme las manos de tierra de lodo, sentarme raro, hacer muchos
sonidos de animales. Desde pequeña, me tocó silenciar casi toda mi
identidad porque a mí me criaron como una señorita tradicional”, recuenta sobre
su experiencia con el camuflaje, hoy más conocido por su término inglés masking.
“También caminaba poniéndo la
parte de delante del pie, pero no el talón y mi mamá me ‘decía no camines como
bobita’. También me decía que no caminara con las manos frente al pecho como
[si tuviera] T-Rex arms”, agrega.
Otra cosa que Paula tuvo que
camuflar es que, en su caso, la hipersensibilidad se le da en el contacto
físico: “me arde en la piel, se siente muy caliente cuando la tocan. Pero como
me entrenaron en ser una señorita me tocaba saludar a todo el mundo de beso y
de abrazo, permitiéndome ser consentida por toda mi familia. Entrené por mucho
tiempo a una parte de mi cerebro a que se disociara porque no lo soportaba,
pero me tocaba parecer educada. Mi mamá me hacía usar aretes y yo me quitaba
uno de los aretes o los dejaba botados y ella me compraba aretes más caros,
para que no lo hiciera. Pero en realidad no me aguanto nada, ni una pulsera, ni
andar peinada. Siempre llegaba sin aretes, despeinada y con piedras en la
maleta.”
Paula también cuenta que se veía
impelida a poner buena cara así llegara mal del colegio y hacerle comida a su
papá:
“Porque una cosa de la
experiencia autista de personas criadas como mujeres es que terminamos en el
rol de cuidadoras. [...] Y del tema social aprendí a dibujar para no tener que
hablar. Como sentía que nadie me iba a entender nunca, empecé a ilustrar amigos,
personajes a los que les comunicaba mis necesidades y les decía lo que sentía.
Por eso ahora soy ilustradora, porque era mi mecanismo de supervivencia”.
El camuflaje como el que
experimentó Paula toda su vida es un ejemplo de eso que hace tan complicado que
las mujeres autistas adultas recibamos un diagnóstico y obtengamos la ayuda que
necesitamos. Lo peor es que el camuflaje agota el sistema nervioso y puede
llevar al burn out neurodivergente.
Imaginen tener que estar todo el
día pendientes de cómo se comportan para no embarrarla, incluso tener que
inventar guiones para interactuar y excusas para no salir o salir corriendo de
planes cuando ya sienten que es demasiado. Cualquiera se quemaría.
En muchas ocasiones, esa quema resulta en cuadros severos de depresión que, por
comorbilidades o confusión de los especialistas, opacan el hecho de que
se llegó ahí por no tener la herramientas para vivir en un mundo de
neurotípicos y la raíz de la situación queda sin diagnosticarse ni acompañarse.
Todo esto en gran medida por estereotipos sexistas. Ya es hora de que veamos el
autismo con un lente de género.
*Este artículo fue realizado con la ayuda de un especialista Colsanitas
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