martes, 28 de abril de 2020

CUARENTENA, FEMINISMO, MUJERES, REFLEXIONES, RELATO, SORORIDAD, TERESA GONZÁLEZ MOLINA


Historias sobre redes de apoyo y cuidados entre mujeres en el barrio, para momentos de crisis




Ante la incertidumbre y miedo que se vive en estos tiempos, quiero compartir un poco acerca de mi propia historia o, mejor dicho, de la historia de las mujeres que sentaron los cimientos para convertirme en la mujer que soy. Al mismo tiempo es una historia de cómo en el barrio, la solidaridad entre mujeres es lo que posibilita que podamos sobrevivir y vivir en crisis como estas.
Como la mujer que soy; feminista, hacedora y creadora de sueños, me asumo semilla de muchas mujeres, que apoyaron a mi madre, que cuidaron de mi hermana y de mí, que con empatía y amor compartieron alimentos, ropa y cuidados.
Soy hija de una mujer comerciante, prácticamente toda mi familia ha vivido del comercio. Desde muy pequeña mi mamá salía a vender flores y verduras que mi abuelo cosechaba en lo que hoy forma parte del Pedregal de Santo Domingo, en Coyoacán.
Más tarde, mi madre y mi abuela se convirtieron en fundadoras -junto con otras mujeres- de un mercado. También hubo hombres, por su puesto, pero eran menos; y como era de esperarse tomaron el crédito y las invisibilizaron.
Yo crecí en un mercado, recuerdo y me recuerdo siempre entre muchas mujeres con sus hijas e hijos trabajando. La mayoría de los negocios eran de mujeres con sus crías, y paternidades ausentes, sea por que los hombres abandonaron su responsabilidad o porque los que estaban ganaban menos o tenían problemas de alcoholismo. Recuerdo que entre ellas a veces discutían, se enojaban, pero curiosamente ante momentos críticos siempre se apoyaban.
Mi madre enviudó en plena crisis económica. Era 1994 y en México tuvo lugar una fuerte devaluación de la moneda que llevó a la banca rota y al desempleo a miles de familias. Al dedicarse mi madre y mi padre al comercio, no contábamos con ningún tipo de seguridad social, ni seguro de desempleo, pensión o gastos funerarios. Mi madre había contraído varias deudas de gastos médicos y del funeral.  No tuvo apoyo de ninguna de las dos familias, su negocio –el cual pretendía iniciar de nuevo- estaba completamente vació, además de que tenía dos hijas pequeñas y una inmensa depresión, pues parecía y sentía que había quedado totalmente sola.
En medio de la desesperación recuerdo el amor y el apoyo de muchas de esas mujeres del mercado, recuerdo también el cuidado y solidaridad de sus clientas. Algunas le prestaron dinero para continuar, otras organizaron tandas y fueron flexibles con los números para que mi mamá pudiera invertir en mercancía, otras clientas le compraron fielmente pese a que sus productos a veces no podían ser de la mejor calidad; algunas más nos llevaban a su casa y nos cuidaban cuando enfermábamos y mi mamá no podía cuidarnos.
El apoyo y cuidado emocional es algo que también estuvo presente. Era impensable que, en esos momentos de crisis, mi mamá pudiera tener un apoyo de terapia. La psicología era poco popular en el barrio, era muy costosa y no había tiempo. Pero entre sus compañeras del mercado y sus clientas, compartían sus penas y angustias, se aconsejaban, consolaban y animaban para continuar.
Recuerdo que ésta solidaridad era mutua y correspondida, a veces mi madre prestaba mercancía para que las que tenían negocios de comida pudieran empezar, y por las tardes después de vender ellas le pagaban. En ocasiones le llevaban leche a bajo costo, otras veces, con las mismas mujeres del mercado hacía intercambio de productos. Las tandas y cajas de ahorro entre ellas, era algo que salvó a más de una en momentos críticos.
La solidaridad entre aquellas mujeres, incluso tenía un grado de picardía y creatividad, en una ocasión cuando le detectaron un tumor en el seno a mi madre, una de sus clientas le prestó su carnet del seguro social para hacerla pasar por ella y recibir atención. Ahora lo cuento muy simple, pero esa clienta ideó y creó toda una estrategia para que no la descubrieran.
Y claro, mi madre también buscaba corresponderles, siempre caminaba mucho en la central de abastos con tal de conseguir precios bajos y accesibles para sus clientas, pues el mercado en el que ella vende está situado en una zona popular, con mujeres que se dedican al comercio y que, en su mayoría, son el único sustento de sus hogares. En ocasiones les prestaba mandado o les daba mejor precio cuando era necesario. Hasta ahora les ha dado trabajo a varias jóvenes que intentan huir de la violencia de sus parejas, y que son rechazadas de otros espacios por no tener donde dejar a sus hij@s.
El barrio, los mercados y comercios populares están llenos de historias de redes y ayuda mutua para mujeres con hij@s, a veces sin estudios, que no tienen posibilidad alguna de encontrar trabajo en el sector formal. Muchas hijas e hijos crecimos en los lugares de trabajo de nuestras madres, sería impensable por ejemplo que, en una fábrica, una obrera pudiera tener aun lado a su bebé, porque no tiene una guardería o alguien que lo cuide. Por mucho que una clienta frecuente lo pidiera, en el supermercado jamás le prestarían el mandado para poder llevar la comida a su hogar. Gracias a esta red de apoyo de mujeres, creo que muchas hij@s que nos criamos en el barrio, tuvimos la posibilidad de tener alimento y cuidado en todo momento en nuestros hogares.
Mi madre sigue tejiendo historias de redes y cuidados con las mujeres del mercado y con sus clientas. Cada vez que alguna de ellas atraviesa por una situación complicada, hacen cooperación, la visitan y se apoyan.
Mi mamá ahora tiene sesenta años, tal vez ella puede cerrar su negocio y pasar un par de semanas o hasta quizás meses en casa, sin embargo, ella nos dijo que por ahora no estaba dispuesta a cerrar, pues sus emplead@s se quedarían sin trabajo. Una chica joven que trabaja con ella, le dijo a mi mamá que por favor no cerrara, que a su esposo lo descansaron en el trabajo y que si ella no trabaja se iban a quedar sin comer. Mi mamá también nos dice que sus clientas le piden que no cierre, pues si cierra ella, “¿dónde van a comprar el mandado para la comida?”.
En estos momentos de crisis, de pérdidas de empleo, de incertidumbre y temor, de acaparar egoístamente alimentos en los supermercados, de creer que el confinamiento y las medidas de protección tienen que ser solamente en el ámbito privado-familiar, creo que vale la pena hablar de estas historias.
La situación que actualmente atravesamos es una posibilidad para conducirnos a una reflexión de quiebre, para pensar si seguimos viviendo a través de consumir y acumular cosas que dañan el planeta y que no necesitamos, o si bien podemos habitar colectivamente, con conciencia. Podemos decidir, si nos confinamos en nuestros temores y dificultades, o volteamos a ver cómo otras enfrentan solas –con hijas o hijos- momentos de múltiples crisis. Quizás es momento de tejer redes entre las mujeres más cercanas a nosotras, de confiar y compartir, con nuestras vecinas, nuestras amigas, las migrantes, las obreras, etc. Y, si juntas podemos apoyarnos, es momento también de reivindicar el amor, el afecto y el cuidado colectivo como un sentido mismo de la vida, de la nueva forma de habitar.
Desde que empezó ésta crisis y comenzaron a difundirse las opiniones y análisis de economistas, estas historias han resonado mucho en mi. A veces me llega un temor muy grande por perder el empleo y por lo que se avecina, pero se calma cuando recuerdo la historia de mi madre, que al final, también es mi historia. Esa historia que está formada por una red de mujeres, donde no fueron los lazos familiares los que nos unieron y nos siguen uniendo, sino la empatía y la sororidad. Es por eso que quise compartir un pedazo tan íntimo de mi vida; y también tan político, pues habla de la organización, existencia y resistencia colectiva de mujeres.

Autora: Teresa González Molina: feminista en construcción y deconstrucción, mujer de montañas, amante del café y la antropología. Fiel partidaria de que otro mundo es posible, uno de puentes y diálogos constantes, que albergue muchos otros mundos. Mujer hambrienta de conocer y explorar la vida a través de la danza, la fotografía, las historias y la poesía. Colaboro en Las Vanders, organización feminista que acompaña a mujeres, niñas, jóvenes y personas de la diversidad sexual que atraviesan algún proceso migratorio. Tengo un pequeño proyecto de memorias que busca nombrar y acuerpar a las mujeres migrantes, a sus hijas e hijos, y convertirse en una apuesta política por la existencia y resistencia en la memoria. Me enfoco en el estudio de las violencias, la memoria y la construcción de la paz.
Ilustración de: @crisgarabatos

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