jueves, 15 de octubre de 2020

#NoMásNiñasInvisibles,

 

Las niñas viven rodeadas de monstruos

Ellas son las principales víctimas de las peores crueldades que se cometen en este país. Desde los golpes hasta los feminicidios. Y son muy pocas las que logran mostrar sus horrores. No podemos permitir más niñas invisibles.

A diario, muchas niñas deben atravesar un túnel oscuro y tenebroso en el que las muelen a golpes. Las humillan. Las violan. Las torturan. Las matan. Las reclutan para la guerra. Las embarazan. Las sacan del colegio y las ponen a hacer oficio en la casa y a cuidar a los hermanitos. O las obligan a trabajar en el campo o en la calle. Las privan de la felicidad y de cosas tan básicas y necesarias para todo niño como el estudio o el juego.

Y todos esos monstruos, en muchos casos, duermen con ellas. Son sus papás o sus tíos o sus abuelos o tal vez un vecino. Hace muchos años, en Colombia, las cifras oficiales demuestran que ser niño o niña es todo un desafío.

Siete de cada diez casos de violencia sexual, por ejemplo, ocurren dentro del hogar, según los informes de Medicina Legal. Y son ellas las más abusadas y las más golpeadas. Siempre. Las que más sufren. Las que encabezan los indicadores de todo el inventario de vejámenes que se cometen contra la niñez.

Las niñas, en Colombia —y en el mundo—, deben caminar con los pies descalzos en una trocha fangosa y llena de vidrios rotos. Y sufren en silencio. Son invisibles.

“A las niñas las siguen discriminando y violentando solo por el hecho de ser niñas. Aquí hay una cuestión de género. Pero adicionalmente si tú eres una niña afrocolombiana o una niña indígena o una niña campesina, una niña pobre o una niña migrante, vas a sufrir más”, explica Ángela Anzola de Toro, presidenta de la Fundación Plan, una organización social que trabaja, desde hace más de 57 años, con niños y niñas en las regiones más alejadas y pobres de Colombia como Tumaco, Quibdó y Buenaventura.

“Las niñas tienden a experimentar más violencia y más acoso sexual en sus hogares y esa realidad se ha recrudecido en estos meses de la pandemia. Y todas las niñas, de todas las condiciones sociales y étnicas, deben ser vistas de igual manera: valoradas, respetadas y escuchadas por la sociedad”, añade Anzola al explicar los motivos que llevaron a su organización a ingeniarse la campaña #NoMásNiñasInvisibles, que busca mostrar las realidades de las niñas y adolescentes de nuestro país; para conocer su dolor y plantear los retos que tenemos como estado, familia y sociedad si queremos garantizarles una vida donde puedan estar protegidas, realizadas y felices. Una organización que trabaja, además, para que las niñas y adolescentes de los territorios colombianos más lejanos puedan soñar con un futuro mejor pese a las condiciones de violencia y pobreza que las rodean.

Durante varios meses, un equipo de periodistas, editores y diseñadores de EL TIEMPO se pusieron en la tarea de identificar las angustias, los dolores y las ilusiones de las niñas colombianas. aquí estas son sus historias.

La historia de las niñas que rompen los anillos de bodas

POR: SIMÓN GRANJA

Redacción Domingo / @simongrma

Lorena tiene 17 años y, sin pensarlo mucho, afirma: “Cuando nos salimos de los estereotipos y de los moldes del matrimonio y del embarazo, nos juzgan”. Angie, por su parte, dice indignada: “He visto padres que les cortan el estudio a sus hijas porque llegó la etapa del enamoramiento y es hora de estar con el esposo y tener hijos. Y dizque nos empiezan a enseñar a barrer y a cocinar para mantener a nuestras parejas; mandan huevo”. Y Cindy resume sin que le tiemble la voz: “Las causas que están detrás de los embarazos a temprana edad y las uniones tempranas son todas, sin excepción, formas de dominación patriarcal e imposición de formas de vidas”.

Ellas son niñas que viven en zonas olvidadas del país. Testigos de primera mano de cómo el machismo, la desigualdad social, la pobreza y la violencia marcan la vida de sus amigas, de sus hermanas, así como han marcado a generaciones pasadas: madres, tías y abuelas.

Si se entra a revisar el árbol genealógico de cualquier colombiano, es casi seguro que se encontrará con que la abuela tenía 14 años cuando se casó con su abuelo, quien tenía 30; o una tía que se casó antes de terminar el colegio porque se fue con un universitario o, incluso, casos de niñas de 12 años obligadas a irse a vivir con un señor de 50 años.

Las historias de ese pasado de todos son muchas, pero lo más preocupante es que siguen ocurriendo y en proporciones inimaginadas.

Según denuncia Andrea Tague, oficial de Género y Desarrollo de Unicef, han encontrado en cifras del censo de 2018 que hay 139 casos de matrimonio con niñas entre los 10 y 14 años. Y hay 291 casos de unión de hecho.



“Lo que llama la atención es que cómo es posible que haya matrimonios registrados con personas menores de 14 años si toda relación sexual con una niña o niño menor de esa edad es abuso sexual”, se pregunta la experta.

Estos casos son de los más preocupantes, pero hay que sumarle a eso que al año hay 6.000 nacimientos de madres entre los 10 y los 14 años. Tague lo resume: “Lo que pasa con esas niñas es escalofriante. Aquí hay una violación sistemática a los derechos humanos”.

Además, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del 2015, el 17,4 por ciento de mujeres entre los 15 y los 19 años ya son madres o han estado embarazadas. Y el 13,3 por ciento de adolescentes entre las mismas edades ya están casadas o unidas conyugalmente; esto significa que más o menos una de cada 10 jóvenes en zonas urbanas ya está casada. Mientras que una de cada cinco niñas en el ámbito rural ya está en una unión conyugal.

Y Tague agrega: “La mayoría de esas jóvenes quedan en muchos casos en embarazo y solas con sus hijos e hijas”. Según el Bienestar Familiar, el 66 por ciento de las madres adolescentes ​no querían serlo en esa etapa de la vida​; el 44,6 por ciento de las madres menores de 15 años tuvieron hijos con hombres 6 años mayores que ellas; el 19,5 por ciento, con hombres que tenían 10 años más, y el 4,6 por ciento, con hombres que las superan en más de 20 años.

Eso repercute en la diferencia y en la simetría del poder, en la edad del inicio del matrimonio, respecto a los hombres. La mayoría de las uniones en la región tienen una diferencia de entre siete y 11 años de edad, pero hay unos picos mucho más grandes que pueden incluir hasta 20 años de edad entre una adolescente y un hombre mucho más maduro.

Según explica Eugenia López Uribe, representante para América Latina y el Caribe de la alianza global Girls Not Brides, que busca acabar con los matrimonios infantiles, “es un problema escondido porque ha sido silenciado por las normas de género en donde nos han enseñado que las mujeres solamente tenemos como futuro el ser madres y ser esposas y eso hace que muchas comunidades normalicen el inicio de una vida conyugal o de una unión informal”.

A esto se suma la violencia de sus hogares, que las lleva a ver una escapatoria en el embarazo o en el matrimonio.

HUIR DE LA VIOLENCIA

Luis Miguel Bermúdez ha sido testigo de eso porque ha visto no solo uno o dos, sino cientos de casos a lo largo de su vida como profesor en el Colegio Gerardo Paredes de la localidad de Suba. En particular, recuerda un caso que lo impactó fuertemente.

Diana (nombre cambiado) estaba en noveno, agotada del trabajo doméstico que le ponían en su casa, de la violencia física y psicológica que recibía de su mamá, además de la responsabilidad de criar a su hermanita. Y la gota que rebosó el vaso fue que una de las parejas de su madre la violentó sexualmente.

“Ella le contó a su mamá; sin embargo, no recibió el apoyo sino, al contrario, recriminación. El apoyo se lo dirigió a su pareja”, explica el profesor. “Casi que la niña estaba entre irse de la casa o seguir siendo abusada por el novio de la mamá”.

En esa disyuntiva, Diana decidió contarle a su novio —un hombre mayor que ella— lo que estaba viviendo, y él le propuso que se fueran a vivir juntos.

Luego, Luis Miguel se enteró, por la misma niña, que la pareja de su mamá ahora estaba abusando de su hermana menor. “Ella me decía: ¿si ves profe por qué me fue mejor huyendo de mi casa?”.



DESESPERANZA APRENDIDA

Algo similar ocurre con el embarazo. Por ejemplo, una cifra preocupante que revela Juan Pardo Lugo, asesor técnico nacional en derechos sexuales y reproductivos de la fundación Plan, es que casi el 50 por ciento de las niñas embarazadas decidieron quedar embarazadas.

“Esto es aterrador porque uno se pregunta: ¿por qué una joven decide embarazarse antes de los 19 años? Y la respuesta es que no hay oportunidades. ¿Por qué? Porque cada vez hay más dificultades para la educación, para trabajar… es como una desesperanza aprendida”.

Aunque el hecho de haberse ido con su novio pareciera en un principio ser una salvación para Diana, no fue así, y en la mayoría de los casos nunca lo es. Es una serpiente mordiéndose la cola.

Según explica Marcela Henao, asesora de género de Plan, una consecuencia es que se alimenta el ciclo de violencia. Cuando una niña se une con un hombre mayor que ella, hay una relación asimétrica de poder: “Es decir, el hombre mayor tiene más poder y va a oprimir, a dominar, a disciplinar, a violentar, a restringir a quien tiene menos poder”.

Y, por otro lado, se les elimina a ellas todos sus círculos de confianza porque el hombre le dice que no puede seguir hablando con sus amigas ni con su familia.

Es un círculo que parece no llevar a ningún camino porque las niñas en condiciones de pobreza en contextos rurales, con menor acceso a educación de calidad, son las que tienen mayores probabilidades de entrar a una unión temprana o matrimonio infantil o de quedar embarazadas. Y las niñas que entran en este tipo de relaciones o tienen hijos cuentan con menores probabilidades de terminar los estudios y, por lo tanto, menos probabilidades de conseguir un buen trabajo… y así el círculo continúa. Sin freno.

Por ejemplo, aún persiste un limitante en el Código Civil del país que permite que si la pareja también es menor de edad, presenten el permiso escrito de sus padres o representantes y con eso basta.

“Es tal el atraso del país que antes del 2004, en Colombia, estaba permitido que las niñas se casaran a los 12 años y los niños, a los 14. Esa es una ley que tenían los romanos hace siglos”, dice Tague.

Aunque hoy cursa en el Congreso de la República un proyecto de ley que busca eliminar ese limitante, las esperanzas de que logre salir adelante son pocas pues los antecedentes de este tipo de proyectos han terminado en el basurero. Pero las esperanzas no se pueden poner en la misma bolsa.

Eugenia, de Girls not Brides, señala que aunque es importante cambiar la ley, no es suficiente. “Este es un problema que requiere un abordaje integral, holístico e intersectorial, necesitamos por lo menos mejorar las alternativas económicas y de educación y el acceso a los servicios de salud para que realmente haya una transformación. Y, por supuesto, empoderar y fortalecer a nuestras niñas”.

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