domingo, 1 de agosto de 2021

Política

 

La política queer como vaciamiento del feminismo

El sujeto político de las luchas feministas somos las mujeres y ser mujer es una condición objetiva, que difiere de otros tipos de opresiones y subordinaciones. El peso de la reproducción humana, la feminización de la pobreza, las mutilaciones genitales, los casamientos infantiles, las violaciones, los femicidios, son problemas de mujeres. Cosas que otras “identidades” no vivirán nunca, desde las más graves hasta las, aparentemente, más sencillas, como el costo que implica el cuidado y la higiene durante la menstruación (que para las mujeres más pobres es prohibitivo además de dolorosamente invalidante).

Algo que parece una nimiedad, porque esa es la perspectiva patriarcal que se nos ha impuesto (que hay que callarlo, que hay que esconderlo, que esas “cosas sucias” no nos pasan porque a ellos no les pasan, y ellos nos quieren así, como si no nos pasaran), le sucede a la mitad de la humanidad durante al menos tres días de cada mes de su vida. Esos datos objetivos, que no pueden someterse a opinión ni “autopercepción”, hacen que la mitad de la humanidad tenga esa configuración, más agravada o más llevadera según la pertenencia de clase y la sociedad de la que estemos hablando. Sin embargo, fundamentándose en la teoría queer (Butler, Preciado y otras), el sexo ha pasado a ser performativo y no tiene ningún fundamento biológico ni social. Entonces, el feminismo se empieza a vaciar de sujeto político. Si ser mujer es una performance, entonces cualquiera puede ser mujer, lo que es lo mismo que decir que la mujer no existe.

El biologi(cis)mo como obstáculo epistemológico

Otro latiguillo puramente retórico, porque no se sostiene con nada, es la acusación de “biologi(cis)tas” a gente que, simplemente, afirma lo que la realidad muestra, la ciencia prueba y la historia confirma, a saber, que la mujer tiene características biológicas distintivas objetivas (hecho no sujeto a “opinión” ni “autopercepción”). Y que sobre esas características se han montado hechos sociales como el patriarcado y el género.

hay otras formas de concebir lo trans, bastante más amables para con las mujeres que este exclusivismo sustitucionista

No se trata simplemente de negar la realidad y querer tapar el sol con las manos para satisfacer una política trans (de las tantas que existen), a saber, aquella que construye su “identidad” expropiando a las mujeres de su realidad (todas sabemos que hay otras formas de concebir lo trans, bastante más amables para con las mujeres que este exclusivismo sustitucionista). Una realidad que ha sido y es la base de la política feminista (¿sobre qué base se asienta, si no, la lucha por el derecho al aborto, por ejemplo?). Eliminar esta base es lo mismo que eliminar el sustento mismo de toda política en defensa de nuestros intereses. Los embarazos adolescentes y los no deseados, la violencia obstétrica, el cáncer y los accidentes vasculares que producen los anti-conceptivos, etc., etc., es algo que nadie nacido del sexo masculino puede experimentar. Sin embargo, estos hechos, cuya base es biológica, están en el corazón de nuestros intereses. Tenemos intereses diferentes y prioridades diferentes, por más que haya un enemigo común (aunque solo parcialmente). Negar esto es oscurantista y reaccionario.

Veamos. El biologismo es la teoría filosófica por la cual todo comportamiento humano está determinado por la biología. La expresión “determinación” es ambigua. Por un lado, es obvio que estamos determinados por la biología: tenemos un cuerpo con ciertas características que otorgan ciertas posibilidades y otras no. Lo específico del biologismo no es esta “determinación” tan general, sino una mucho más estricta: que todo lo que los seres humanos hacen, todas sus conductas sociales y hasta individuales, está regido directamente por nuestra configuración genética (al punto, como en Dawkins, de considerar a los genes los verdaderos protagonistas de la vida humana). Esto no es así ni siquiera en los animales más desarrollados. La particularidad de los seres humanos consiste en el enorme desarrollo de nuestra “segunda naturaleza”, eso que solemos llamar “cultura”, que se apoya en la plasticidad de nuestra naturaleza biológica, la que nos permite un grado elevado de independencia relativa frente a ella.

Los embarazos adolescentes y los no deseados, la violencia obstétrica, el cáncer y los accidentes vasculares que producen los anti-conceptivos, etc., etc., es algo que nadie nacido del sexo masculino puede experimentar.

Esa es la razón por la que nos constituimos sobre la base de la interacción entre la condición natural y la construcción social. Así como no se puede negar la variabilidad y la diferencia, no se puede negar tampoco que ellas se producen dentro de límites determinados. Sostener que hay diferencias materiales entre grupos de personas no significa discriminar, ni explotar ni subordinar. Son hechos. No luchamos contra ellos, luchamos contra las configuraciones sociales que le otorgan a esos hechos una significación que, en sí mismos, no tienen. Por ejemplo, que tener vagina y poder parir no obliga a la mitad de la humanidad a aceptar un rango social inferior. Diferencia no debiera ser jerarquía, pero no podemos negar que esa diferencia existe y opera socialmente.
Paradójicamente, son biologistas quienes dicen no serlo. En efecto, resultan biologistas aquellas que sostienen que la biología no existe y que todo es cultural, que todo es construcción social.

la idea de que cualquiera puede ser mujer con solo desearlo, las lleva a la reproducción de todos los estereotipos patriarcales sobre el cuerpo femenino

Son biologistas por omisión, dado que, al no reconocer que la realidad tiene determinadas características, sostienen el statu quo: la idea de que cualquiera puede ser mujer con solo desearlo, las lleva a la reproducción de todos los estereotipos patriarcales sobre el cuerpo femenino, desde posturas hasta intervenciones quirúrgicas. Resulta por lo menos gracioso que nos acusen de “biologistas” quienes a la primera de cambio se operan los pechos (¿qué es eso sino un reconocimiento de que el aspecto anatómico, es decir, la biología, determina la percepción?). Más que “autopercepción”, se trata más bien de una percepción muy patriarcal. El asunto no se detiene allí. Por el contrario, se extiende a la noción de “cuerpo equivocado” y a la operación de adecuación y la hormonación de por vida. ¿Quién dice que la biología “no determina nada”?

El adjetivo es fácil…

… lo difícil es lo sustantivo. La retórica queer realiza dos operaciones, una es la de victimizarse. La otra consiste en un oxímoron: la categorización insultante. Si otorgar una categoría o realizar una caracterización debiera ser descriptivo de determinada realidad, el insulto es simplemente un adjetivo vacío, tanto en la argumentación como en la epistemología. En este terreno del oxímoron (o lo que es lo mismo, “pretender hacer pasar por categoría lo que es simplemente una agresión) encontramos los extendidos usos de “CIS” y “TERF”. Cis es un insulto porque, aun cuando algunas personas quieran autodenominarse trans, ello no hace que puedan llamarnos a nosotras como se les dé la gana. ¿Quieren que les digamos trans? Pues les decimos. Pero nosotras no somos cis, porque eso pretende definirnos a partir de la “identidad trans”.

Lo queer pretende tener derecho a nombrarnos, no como nosotras queremos sino como ellos quieren. Exigen un derecho patriarcal: nombrar a las mujeres.  ¿Es una exageración llamar a eso misoginia?

Lo queer pretende tener derecho a nombrarnos, no como nosotras queremos sino como ellos quieren. Exigen un derecho patriarcal: nombrar a las mujeres. ¿Es una exageración llamar a eso misoginia? ¿No es coherente con la negación del sujeto político del feminismo? Según esta lógica, la autopercepción de una fracción de la humanidad no solo es más valiosa que la autopercepción de cualquiera otra fracción (un principio claramente sectario y protofascista), sino incluso más que la realidad misma. Nuestro “nombre” es el que nos ponen los que dominan, aunque ahora sean un porcentaje mínimo. De nuevo somos las otras. De nuevo, el patriarcado, nos dice qué somos y cómo nombrarnos.

El insulto continúa, ya no en torno al “nombre”, sino a la posición histórica de la mujer y el deseo de un porcentaje muy elevado de ellas. Resulta que, según la retórica queer, nosotras somos “privilegiadas” (igual que los varones burgueses) y, lo que es peor, cómplices del patriarcado, es decir, traidoras. Nos sindican como “cómplices” porque dicen que nos acomodamos al sistema de géneros y que sacamos partido de ese sistema. Que tenemos privilegios que las trans no tienen. Sin embargo, las feministas no estamos cómodas con esos estereotipos. No los elegimos, sino que nos los impusieron desde el nacimiento y podemos llegar a pasarnos toda la vida desandando ese aprendizaje. Eso se llama feminismo. En ese lugar de subordinación, ninguna feminista está cómoda. Otra vez se nos insulta cuando se nos transforma de víctimas en victimarias.

Demos una vuelta más a la tuerca. ¿En qué consistiría ese privilegio? ¿En tener una historia de subordinación? Por otra parte, ¿a costa de quién obtiene qué privilegio la mujer “cis”? ¿Cómo puede ser que más de veinte millones de mujeres de Argentina vivan “privilegiadamente” gracias al sometimiento de 10.000 trans? Esa afirmación es un insulto a millones de mujeres obreras (la inmensa mayoría) que viven en las peores condiciones sociales por la explotación de clase agravada por el sometimiento de género.
Ahora bien, lo que las feministas señalamos es que la política queer no tiene derecho a reproducir deliberadamente los estereotipos de género y pretender que eso es ser “mujer”, porque eso entra en contradicción con nuestra lucha.

Precisamente, nosotras hacemos el recorrido inverso: tratamos de deshacernos de esos estereotipos. Aunque pretendan que escapan al binarismo, en realidad, lo potencian. Del binarismo se escapa tratando de no reproducir esos estereotipos, no reproduciéndolos. Pintarse como una puerta no te hace mujer. Pero no podemos aceptar el latiguillo de que quienes combatimos ese, y otros estereotipos, que nos ha oprimido desde hace milenios, somos “transfóbicas”.

Las feministas que creemos que el sujeto político del feminismo somos las mujeres nos vemos presionadas a entregar el movimiento a otra dirección. Si no lo hacemos somos fascistas, si les discutimos algo o no coincidimos en algunas luchas (como es de esperar) somos travaodiantes, si no aceptamos que nos echen del movimiento que construimos históricamente y que con aliados circunstanciales ha llegado hasta hoy y tiene aun muchas luchas por delante, somos nazis. Están creando de nosotras un enemigo social al que hay que destruir.

La política feminista

Tratemos de volver al núcleo de la discusión: ¿cuál es el sujeto del feminismo y cómo entran (o no) las travas/trans allí? Como ya quedó claro, para nosotras el sujeto del feminismo es la mujer y ser mujer implica una materialidad vinculada a su naturaleza biológica.

¿Cuál debe ser la vinculación del colectivo trans/travesti con el feminismo? La que corresponde a una alianza. El primer paso es reconocer que no somos iguales, ni por características, ni por peso numérico, ni por historia. El segundo, abandonar la intención de colonizar parásitamente un movimiento ajeno. Nosotras no hemos luchado durante siglos para perder ahora nuestros espacios (deportivos, laborales) simplemente porque una fracción, que no ha formado parte de esas luchas porque no tiene los mismos intereses, no quiere pelearle esos espacios a los hombres.

Las feministas no estamos dispuestas a aceptar la colonización parasitaria. Tenemos derecho a rechazar una “alianza” que no nos conviene 

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