viernes, 2 de diciembre de 2022

OPINIÓN

 

Mi historia, mis términos



Así se llama el libro que en días pasados presentamos desde la ONGs Resonalia y FeminismoINC, fruto de un trabajo liderado por la activista feminista María Luisa Campos y en esfuerzo solidario con muchas otras mujeres y organizaciones feministas en Venezuela.

Se trata de un libro para sobrevivientes de violencia sexual basado en una traducción libre al español del plan de estudios del taller de narración transformadora del Movimiento WomensJusticeNOW.org en Estados Unidos. Fue escrito para reflexionar, escribir y compartir experiencias como sobrevivientes de todas las formas de violencia sexual y usar la voz propia como herramienta para el cambio personal, político y social.

Lo que más me cautivó de esta guía o manual de trabajo es que invita a hacer lo que desde toda la historia del feminismo las mujeres hemos querido y es recuperar el derecho a nuestra palabra para expresar lo que nos pasa, a tener derecho y espacio público para poder decir lo que nos acontece, para darle un espacio importante a nuestras narrativas.

Hablar es un acto de resistencia feminista

Cuando no te quedas callada, cuando respondes, cuando preguntas, cuando cuestionas, cuando dices lo que realmente te sale del corazón sin esperar complacer a nadie, sin esperar los tiempos de nadie sino los propios, estás rompiendo con siglos de silencio y opresión que sobre las mujeres se ha ejercido.

Audre Lorde en su libro Letanía de la supervivencia recoge muy bien el espíritu de Mi historia, mis términos con este poema: «Y cuando hablamos tenemos miedo de que nuestras palabras no se escuchen ni sean bienvenidas, pero cuando estamos calladas seguimos teniendo miedo, así que es mejor hablar y recordar que nadie esperaba que sobreviviéramos». Realmente poderoso mensaje que invita a poner el poder en las palabras que expresamos de forma abierta y pública.

Para quienes comparten una historia de trauma producto de abuso sexual, el escucharse las unas a las otras equivale a ganar un espacio para rescatar su derecho a ser quienes son y a ser tratadas con amabilidad y compasión. Al desafiar los recuerdos poco saludables y ampliar la forma en que ven las historias de su vida, encuentran historias alternativas y esto sin duda alguna, conduce a puntos de vista nuevos y más saludables en el futuro.

El poder de las emociones

Hoy en día sabemos desde la neurobiología de las creencias que, para el cerebro, cuando uno recuerda una situación, es como si la estuviera viviendo nuevamente en la realidad; el cerebro no distingue entre lo que es imaginado o lo que es real. Por lo tanto, cuando nos ponemos en el modo de confesar y recordar una experiencia traumática, estamos volviendo a invitar a las emociones a estar allí, estamos rompiendo el dique que le da paso al odio, a la amargura, al rencor, a la tristeza, a la depresión.

Ese es un acto profundamente feminista, porque a pesar de que siempre se dice que a las mujeres nos educan más en la expresión de las emociones, en realidad no se nos permiten expresar las emociones negativas. Si estamos en modo alegría, paz y bondad, todo el mundo nos aplaude, pero cuando hablamos de rabia, odio, tristeza o resentimiento pues pareciera que ya no somos tan bienvenidas y la presión o la reacción social para que las reprimamos es realmente dura, pero efectiva.

Expertas en traumas han descubierto que compartir historias de violencia de género son parte importante del proceso de sanación y ayuda a fortalecer las propias capacidades de recuperación. Muchas sobrevivientes de abuso han permanecido en silencio por multitud de razones como la vergüenza, la culpa o el miedo a que la gente no les crea. De allí la importancia de abrir espacios para que se sientan escuchadas y puedan hablar libremente de sus experiencias, porque las historias conectan.

Para facilitar este duro trabajo, el libro está escrito en un tono muy respetuoso del proceso personal y psicológico de cada una, muy empático y con tal sentido protector y nutritivo, que aunque se haga en soledad, las palabras que de allí emergen acompañan y reconfortan.

A difundir

No hay manera de hacer feminismo si no abordas el tema de la violencia, la estructural y simbólica, la violencia histórica, la sistémica, machista y sexista, violencias que atraviesan todos los ámbitos de nuestra vida. Bien sea desde la prevención como desde el acompañamiento a las víctimas o desde las propuestas regulatorias, todas las activistas feministas tenemos que verle la cara en algún momento al fenómeno de la violencia. Por ello, al dotarnos de herramientas como este libro, facilitaremos el esfuerzo de recuperación de muchas.

PERIODISMO QUE ILUMINA

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