miércoles, 7 de febrero de 2024

Mujeres en la ciencia

Johanna Döbereiner, la ‘campesina’ que llevó la ecoagricultura a los laboratorios

En todas las guerras y postguerras se pasa hambre. Se muere de hambre. La historia de Johanna Döbereiner tiene mucho que ver con ello. Su madre falleció en un campo de concentración checo después de la guerra, cuando ella tenía 20 años, y la miseria que vivió aquellos años pudo animarla más adelante a investigar cómo mejorar la producción de los alimentos de forma más sana y barata de la que había hasta entonces: fue Johanna quien descubrió cómo fijar el nitrógeno de forma biológica a la tierra, sin fertilizantes químicos. Por ello, fue candidata al Nobel de Química y la mujer que más citaciones científicas tiene en la historia.

Johanna Döbereiner (Captura de pantalla en Wikimedia Commons).

En la actualidad, pocas de las personas que cruzan la plaza Johanna Döbereiner (Kubelka) de Brasilia saben que está dedicada a una adelantada a su tiempo, una ingeniera agrónoma que eligió para desarrollar su carrera Brasil, un país con un ambiente científico inhóspito para su género en un mundo que también lo era. Pese a su intensa vida, cuando le preguntaban, Johanna aseguraba que “no hay nada especial en la vida de un científico, es una rutina como cualquier otra”. “Excepto que mi oficina es un laboratorio y yo soy una campesina en un laboratorio”. Y no era una excepción cualquiera.

Había nacido en noviembre de 1924, en Aussing, una pequeña ciudad checa cerca de Alemania, donde se hablaba el idioma del país vecino. Era aún pequeña cuando su padre, químico y físico, se mudó con la familia a Praga, donde ejerció de profesor de Química en su universidad. Además, tenía una pequeña fábrica de productos químicos para uso en la agricultura. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, en Checoslovaquia se persiguió duramente a quienes hablaban alemán. La madre de Johanna fue arrestada y llevada a un campo de concentración, donde moriría. Con la familia desperdigada, la joven se fue a vivir con sus abuelos a Alemania del este y allí se puso a trabajar para vivir, en una finca, ordeñando vacas y esparciendo estiércol. Cuentan que de ahí viene su conexión con la tierra.

Del este de Europea a Brasil

Cuando los abuelos murieron, a los 23 años se fue a Múnich para matriculase en Agronomía en su universidad, una disciplina nada fácil para las mujeres. Para pagar sus estudios, trabajaba en otra finca rural en la que se producían variedades mejoradas de trigo.

No debemos decirle a nuestra hija que su destino se logra cuando encuentra un marido. Debemos decirle a nuestra hija que su victoria se logra cuando está orgullosa de lo que ha logrado”, había escrito su madre en su diario. Y ella siempre lo tuvo claro.

Precisamente en Múnich conoció al estudiante de Medicina Veterinaria, Jürgen Döbereiner, con quien se casaría tres años más tarde y tendría una hija y dos hijos. Al poco tiempo, siguiendo los pasos de su padre, la pareja emigró a Río de Janeiro (Brasil). Ya ingeniera agrónoma, llevaba una recomendación para el Servicio Nacional de Investigaciones Agropecuarias, donde comenzó a trabajar en microbiología de los suelos. Una buena descripción de su personalidad es que siempre vivió en el municipio de Seropédica, 48 años en la misma casa.

Los comienzos no fueron sencillos para abrirse paso en ámbitos como la ciencia y la agricultura, muy masculinos, poco dispuestos a que una mujer les pasara por delante. Y no conocía el idioma: “Solo me sentí extranjera en los primeros años, porque no hablaba bien el idioma, no entendía”, dijo al diario O Globo, en 1979. “Llegamos como inmigrantes, sabiendo que elegimos Brasil como nuestra patria. Sabía que no tenía un hogar y vine aquí buscando una nueva patria, mentalidad positiva”, agregó. Y nunca quiso cambiar de lugar, pese a las muchas ofertas que recibió de todo el mundo.

Pionera en agroecología

No era el idioma la única dificultad. “En la década de 1960, ir en contra de la fertilización química era casi un sacrilegio. Los fertilizantes químicos estaban revolucionando la agricultura. Solo mucho tiempo después vi que nuestra investigación no solo permitía una producción más barata sino también más ecológica, porque no contaminaba los ríos ni el suelo”, diría mas adelante, cuando su trabajo ya era reconocido a nivel mundial.

Johanna Döbereiner (Captura de pantalla en Wikimedia Commons).

En 1957, ya era investigadora asistente del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico y, una década después, investigadora y docente. Fue entre los años 1963 y 1969, cuando Johanna inició su programa de investigación. Con su equipo, había observado que la caña de azúcar tenía una alta productividad gracias a unas bacterias capaces de fijar nitrógeno de forma natural en el suelo. Se debía en parte a un endófito que se desconocía, el Azospirillum doebereineraeque lleva su nombre, y a otras bacterias que Johanna descubrió que podían aplicarse a cultivos de cereales, como la soja. También otra lleva su nombre, la Gluconacetobacter johannaeIncansable, en esos años, logró graduarse en la Universidad de Wisconsin e hizo cursos en las de Florida y Santiago de Chile.

En un principio, estos trabajos con bacterias seguían la dirección opuesta al del programa de mejora de la soja iniciado en Brasil en 1964, que se basaba en los fertilizantes nitrogenados químicos inventados por el químico alemán Fritz Haber a comienzos de siglo. Pero Johanna insistía en que era mucho mejor utilizar las bacterias para fijar el nitrógeno, al aumentar su productividad a un coste más económico y, por tanto, haciendo que Brasil fuera más competitivo. Aún hoy es el país que más biofertilizantes usa, ahorrándose 2000 millones de dólares cada año. En total, con sus colegas brasileños, logró describir más de nueve nuevas especies de bacterias diazotróficas, gracias a lo cual el país se convirtió en el segundo mayor productor de soja del mundo, solo por detrás de Estados Unidos.

Lo que Johanna no pudo evitar fue que el expansivo cultivo de la soja siguiera siendo el veneno que mata la Amazonía y El Chaco, debido a la deforestación. Ella abogaba, cuando nadie aún hablaba de ello, por una agricultura sostenible que no desperdiciara los recursos naturales y su contribución a que se pusieran en marcha prácticas menos dañinas fue lo que más satisfacción le proporcionó. Para “la señora de las criaturas milagrosas”, título con el que apareció en una revista brasileña, esto era mucho más importante que los premios que llenaban su casa y siempre compartía con sus compañeros: “No hago nada sola. Todo es el resultado de mucho intercambio entre nuestro equipo”, repetía.

Candidata al Nobel

Fue en 1997 cuando se la postuló como candidata a Premio Nobel de Química, galardón que no ganó. También fue nominada por el Papa Pablo VI al exclusivo grupo de la Academia de las Ciencias del Vaticano, de la que sí formó parte. Pero estos son solo algunos de los muchos reconocimientos, pese a que seguía siendo una persona mayoritariamente anónima en su país de adopción.

Falleció en el año 2000 a los 75 años de edad de una insuficiencia respiratoria. Desde algunos años atrás, Johanna ya sufría un enfermedad neurológica, que no le impidió seguir yendo a su laboratorio de Embrapa Agroecología, heredero de aquel instituto en el que comenzó de joven, y lo hizo hasta casi su último día. “Tengo ideas para otros 50 o 60 años. No voy a vivir todo ese tiempo, así que por eso tenemos que intercambiar información y conocimientos. La ciencia lo necesita”, señalaba.

Johanna Döbereiner (Captura de pantalla en Wikimedia Commons).

Ávida de saber y muy persistente en su dedicación a la investigación, también sabía desconectar para compartir tiempo con su familia y sus otras pasiones. “Al final del día –declaraba– lo detengo todo; apago la cabeza, escucho conciertos y pienso en la vida. Sus allegados aseguran que esa fue su receta para trabajar durante tanto tiempo siempre con el apoyo de marido e hijos, a quienes solía decir: “Nunca podemos conformarnos con lo que ya existe. Siempre existe la posibilidad de mejorar”.

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