La mejor edad de una mujer no se mide en años, sino en la fuerza con la que elige su bienestar. Por lo cual, elige su soltería e independencia en todo sentido: emocional y financiera. No porque esté sola, porque no lo está —somos muchas caminando juntas—, sino porque ha aprendido a valorarse sin depender de validaciones externas.
Y aún si en algún momento lo estuviera, no es soledad: es solitud. Un lujo verdadero, una decisión consciente de habitarse, de escucharse, de crecer desde adentro. Porque estar con una misma, en paz y dignidad, es el acto más poderoso de amor propio.
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