Feminismo radical: ir a la raíz del patriarcado
Radical no significa extremo. Significa ir a la raíz. Desde esta perspectiva, el feminismo radical —abreviado como radfem— se plantea una transformación profunda de la sociedad al identificar al patriarcado como el sistema estructural que ha sostenido, a lo largo de la historia, la dominación de los hombres sobre las mujeres.
A diferencia del feminismo liberal, que aboga por la integración de las mujeres al mundo laboral, político y cultural tal como está organizado, el feminismo radical no busca reformas parciales ni adaptaciones superficiales. Lo que propone es eliminación total del orden patriarcal que ha estructurado nuestras relaciones sociales, políticas, culturales, económicas y sexuales.
Gracias a las teóricas del feminismo radical, se logró nombrar y conceptualizar el patriarcado como un sistema de dominación que trasciende lo individual y se impone como regla colectiva. Estas pensadoras —muchas de ellas marginadas por los discursos hegemónicos— abrieron caminos para repensar el poder y la política desde la experiencia femenina, dando lugar a una mirada crítica del sistema sexo-género, de la heterosexualidad obligatoria, y de la violencia sexual como una herramienta política de control y sometimiento.
Entre sus principales aportes están:
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La denuncia del género como una construcción política que naturaliza la opresión de las mujeres.
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La desprivatización de la violencia sexual, que permitió sacarla del ámbito doméstico para mostrarla como una práctica sistemática de control.
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La crítica al rol normativo de la heterosexualidad, visto como uno de los pilares ideológicos del sistema patriarcal.
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La ampliación del concepto de poder, ya no visto solo como dominio estatal o económico, sino como una red de relaciones sociales que atraviesan lo íntimo, lo cotidiano, lo simbólico.
Para las feministas radicales, la liberación de las mujeres no será posible mientras existan estructuras que las subordinan desde el nacimiento, a través de la educación, el lenguaje, los medios de comunicación, la religión y la cultura dominante. Por eso su propuesta no se detiene en lograr cuotas o espacios en el poder, sino que exige repensar el poder mismo desde sus raíces.
En un mundo donde muchas veces se diluyen los conceptos y se despolitizan las luchas, el feminismo radical nos recuerda que la transformación real no vendrá sin incomodar, sin cuestionar, sin ir a fondo. No basta con estar en la mesa: hay que revisar cómo se construyó esa mesa, para quiénes y a qué costo.
Porque ser radical no es odiar. Es amar tanto la justicia que se está dispuesta a desmantelar todo lo que se le oponga.
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