sábado, 27 de agosto de 2022

Opinión

 ‘Las feministas tenemos que ser optimistas’: Florence Thomas

La psicóloga y activista recordó su vida y su lucha por los derechos femeninos en El cine y yo. 

Apunto de cumplir 80 años, Florence Thomas luce vital, lúcida y sintonizada con las jóvenes que le piden autógrafos y selfis, como si de una estrella del reguetón se tratara. Su presencia no solo llenó la Sala Capital de la Cinemateca de Bogotá durante la grabación de la charla El cine y yo, sino que se prolongó otra media hora, mientras atendía a sus admiradoras.
 

“Yo sé que no me queda mucho camino –dijo–, pero me hace muy optimista sobre el feminismo ver hijas, nietas y biznietas ‘mías’ que siguen adelante. Lo que llamamos la cuarta ola del feminismo”.

Con su acento nasal de Normandía y las erres convertidas en g, sus palabras inspiraron a las mujeres que retoman sus ideas: “Hoy ellas trabajan de una manera distinta, con performance, con las redes sociales. ¿Nosotras qué teníamos para impactar el medio? No existían los celulares, las redes, nada. Teníamos las marchas, que hacíamos con 20 mujeres en la carrera 7.ª gritando: ‘Mi cuerpo es mío’. Y todo el mundo se burlaba de nosotras desde los andenes. Ahora son muchísimo menos vulnerables. Ellas han recibido nuestra herencia”

La vida de Florence Thomas en Francia

¿Cómo fue su infancia?


Nací en 1943, en pleno bombardeo alemán sobre la ciudad de Rouen, que es una ciudad muy cercana a París. Había una catedral magnífica y todo se derrumbó. Estuve volviendo a pensar en ello a raíz de la guerra en Ucrania, porque mis hermanos, que eran mayores, vivieron exactamente lo mismo que están viviendo los niños ucranianos: las sirenas, bajar al sótano, los refugios. Yo acababa de nacer, por supuesto no me acuerdo, pero fui alimentada con historias de guerra.

¿Le gustaba el cine?


Mi papá había nacido en 1902 y contaba que cuando él tenía algo más de 10 años se dio el inicio del cine en Francia. Y él pensaba que el cine iba a ser una nueva religión. No se equivocó, ¿verdad? En ese tiempo era muy extraño ir a cine, porque primero había anuncios de publicidad y paraban diez minutos. Prendían las luces y vendían golosinas, helados. Un intermedio como en el teatro. Luego sí arrancaba la película.

¿Cómo llegó a París?


Yo creo que escogí estudiar psicología porque sabía que no se podía terminar en Rouen. Quería ir a París, era la década de los 60, estaban Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Barthes... todos los grandes filósofos del momento. Para mí era muy importante ir a París y hacer una maestría.

Amor por Colombia

Paradójicamente, su ciudad soñada terminó siendo una escala hacia Suramérica. En París conoció el amor que le deparó una nueva nacionalidad:

En los 60, debía haber seis o siete estudiantes colombianos en París. Y yo me enamoré de uno. Ese colombiano hacía una maestría en Psicología Industrial mientras yo hacía una en Psicología Social. Teníamos clases en común de estadística, economía y todo eso. Un día me invitó a tomar un café y me pareció muy inteligente, muy chévere. Cuando me dijo que era de Colombia, yo no sabía dónde era eso, porque los franceses éramos nulos en geografía. Por la noche, miré el atlas y al otro día lo sorprendí: ‘Oh, sí, Bogotá, 2.600 metros sobre el nivel del mar’. Así cayó y... París se volvió una fiesta. Como el amor es loco, luego me metí en un avión y llegué a Colombia.


¿En qué momento se dedicó al feminismo?



Cuando llegué a Colombia, a finales de los 60, me sorprendió mucho, porque no había una sola fisura en este muro patriarcal. Yo había vivido en París, donde los debates eran diarios, ya se hablaba del aborto. Pero en Colombia encontré madres, no mujeres ciudadanas con derechos. Mujer era igual a madreY no encontré hombres tampoco: encontré machos. En esos primeros ocho años, yo no era feminista. Trataba de aprender lo mejor posible el español, de dictar clases en momentos muy difíciles para la Universidad Nacional. Y con todo eso trataba de entender la complejidad de este país. Solo al final de los 70 escuché hablar de un grupo llamado Cine Mujer, con Sara Bright, Clara Riascos y Eulalia Carrizosa.


¿En algún momento pensó en devolverse a Francia?


No. Tuve la suerte de enamorarme muy rápidamente de este país. Primero, de lo que me tocó hacer: la docencia. Para mí, es un asunto de seducción, por eso fue terrible la pandemia, tener que ver cuadritos negros en las clases virtuales. Luego, en los 80 se construyó el grupo Mujer y Sociedad en la Universidad Nacional, un grupo de investigación. Al principio éramos 6 o 7 mujeres, después 10 y actualmente somos 14, casi todas tenemos 70 años o más. Ahí pude realmente sentir lo que había que hacer en este país. Pero quiero ser clara: no soy pionera del feminismo en Colombia, ya habían empezado otras, como Chris Suaza y su grupo; en 1979 se creó la Casa de la Mujer, en fin. Mujer y Sociedad fue el primer grupo académico feminista en una universidad, la Nacional de Colombia. Después hubo otros en la Universidad de Antioquia, en la del Valle, grupos de trabajo muy importantes. Empezamos con investigación y reflexión sobre el patriarcado y otros temas.

¿Temas como la identidad de género, por ejemplo?


En la reflexión sobre la construcción de nuevas identidades y nuevas masculinidades, cabe recordar que en 1949, la primera frase que escribió Simone de Beauvoir en ‘El segundo sexo’ fue: “Uno no nace mujer. Se ‘deviene’ mujer (se hace mujer)”. Es increíble: en 1949 ya abrió la vía a todo lo que fueron después los debates sobre construcción de identidades. Se empezó a entender que la masculinidad como la feminidad no son esencias, sino construcciones culturales. Incluso políticas.

 La interrupción voluntaria del embarazo

¿Cómo nació el concepto de autonomía del cuerpo femenino?



Ese es un proceso que empezó en la década de los 90, porque hubo una conferencia mundial de población y desarrollo en El Cairo. Por primera vez se habló de derechos sexuales y reproductivos y se entendió que las mujeres no se podían seguir midiendo con los mismos parámetros de los hombres. A partir de ese momento, gracias a un grupo de feministas, se empezó a discutir que debía haber derechos específicos de las mujeres. Por ejemplo, que puedan decidir si quieren tener hijos. Y vino una gran ola sobre la anticoncepción y la legalización del aborto.


Entonces, la discusión del aborto no es reciente…



No, es la historia de muchas mujeres que nos precedieron, abuelas y bisabuelas de ustedes que tuvieron que pasar solas por eso: ninguna mujer aborta con el corazón alegre. Y toda mujer que tiene que abortar lo hace por una buena razón. Nadie tiene derecho a decidir si está bien o no. Es su razón. Es lo que he peleado toda la vida: desde Eloísa y Abelardo, todas las mujeres que tuvieron amores clandestinos, o que tenían ya siete hijos y no podían tener uno más, o que tenían miles de razones. Es la historia no contada, porque la historia fue escrita por hombres.


¿Cómo llegó la discusión al plano legal?



Desde los años 70, en el Congreso hubo al menos siete proyectos para tratar de legalizar la interrupción del embarazo y todos fueron archivados en cinco minutos por la Iglesia y por este país tan conservador. En el Congreso nunca se pudo avanzar, por eso, desde el 2006 se intentó por medio de la Corte Constitucional. La carta constitucional de 1991 nos permitió cambiar de táctica. Con la Corte logramos dos grandes victorias: la del 2006, con las tres causales que todos saben, y la de 2022, con otra sentencia que despenalizó el aborto durante las primeras 24 semanas.


Se critica que 24 semanas es un plazo muy largo...


¡Nosotras pedíamos la despenalización total! (...). Actualmente en Colombia, según investigaciones muy serias, la gran mayoría de los abortos ocurre en los tres primeros meses. Incluso, al final del segundo mes. No hay muchos que vayan hasta la semana 24. Pero se decidió por miles de razones: mujeres en situación de vulnerabilidad, mujeres indígenas, mujeres que viven en territorios lejanos y no pueden acceder... Colombia no es Bogotá ni Medellín, es un montón de mujeres que no tienen la vida fácil.

Y también vimos que el modelo de las causales no funcionó. Solo el 10 por ciento de las mujeres que tuvieron un aborto en Colombia, a partir del 2006, pudieron abortar en buenas condiciones. Todas las otras fueron manipuladas, las mandaron de una EPS a la otra, les decían que no. Hay que despenalizar también la conciencia, la cultura: quitar ese estigma sobre la palabra aborto

Fueron dos maternidades deseadas, lo cual cambia todo. Y eso no me impide estar absolutamente a favor de la despenalización total del aborto. Mis dos hijos vivieron su adolescencia sin celular en las manos, sin grandes problemas. Estudiaron en un colegio muy chévere, que es el Juan Ramón Jiménez, sin himno nacional, sin misa, sin izada de bandera... No los quise poner en el Liceo Francés, ¡eso para mi mamá fue muy tenaz!


¿Sus hijos acompañaron sus luchas?


Con una mamá un poco loca, como yo, las aguantaron muy bien. No les digo que son feministas, pero son absolutamente solidarios con la causa de las mujeres. Yo no creo mucho que pueda haber hombres feministas, porque la historia de este cuerpo femenino es demasiado distinta. Es la historia de las mujeres, que fueron sombras apenas discernibles en toda la historia.

¿Con ese mensaje ha recorrido Colombia?



En los años 90 y 2000 he podido viajar desde Leticia hasta La Guajira, en municipios donde había unos alcaldes medio locos que decían: ‘Vamos a invitar a esta mujer a ver qué nos dice’. Y a veces me tocaba dictar conferencias en el parque del pueblo, con un megáfono, porque no se encontraba una sala para hacerlo. O una charla en la playa, en San Andrés, porque no había un auditorio que pudiera acoger a todas las mujeres. En Montería, por ejemplo, hice una charla sobre los derechos femeninos y cuando llegué al hotel la gente que me había invitado me dijo: ‘Te vamos a pagar una noche más de hotel, porque mañana hay algo que debes conocer: una feria de ganado’. Y me pareció muy extraño porque acababa de escribir algo sobre el reinado de belleza: es lo mismo. Las vacas desfilan y unos jurados les miran las ubres... es lo mismo.


¿Es optimista o pesimista sobre el futuro del país?



Las feministas tenemos que ser optimistas. Creemos en las utopías, que son laboratorios de ideas que nos permiten avanzar. Gracias a los grupos que encontré, a los cantos tristes de las mujeres en pleno conflicto, a la resiliencia de estas mujeres, a la suerte que tuve de conocer a muchas. Somos imparables, en verdad. Además, quiero decirle una cosa: uno no cambia el mundo solo. Actualmente me parece que hay un ambiente en el país que nos permite ser optimistas, sin perder la mirada crítica.

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