viernes, 16 de septiembre de 2022

Opinión

 Se necesitan hombres más valientes

Susana Reina 

Coraje, arrojo, valentía, son atributos comúnmente asociados a la masculinidad tradicional cuando de conquistar territorios y controlar el poder se trata. Pero no son esas cualidades las que emergen para defender los derechos humanos de las mujeres. Antes bien, lo que observo ante los hechos de discriminación hacia las mujeres por parte de muchos hombres, es cierta apatía o abstención, una especie de actitud de ver los toros desde la barreras o de complacencia por un fenómeno que no les genera indignación y que la mayoría considera “natural”. Conversando con grupos de hombres sobre estos temas, he descubierto que esas posiciones lo que encubren en el fondo es miedo. Temor a traicionar a la tribu, a no poder demostrar virilidad o reafirmar hombría, al “chaleco” y a las bromas de los fratres, a la exclusión. La cacareada solidaridad entre hombres pasa su factura a la disidencia, a quienes cuestionan los privilegios propios de ser varón, a quienes marcan distancia del estereotipo y se declaran feministas abiertamente. Los amigos de mi marido al leer lo que yo escribo o escuchar lo que yo digo le preguntan consternados: “¿cómo te calas esto?”


La práctica de que al nacer varón o mujer se atribuyan roles y características que deben ser cumplidas a toda costa, ha generado enormes desigualdades. Esa opresión, llamada género (masculino o femenino), se vive desde la jerarquía (lo masculino sobre lo femenino) y deriva en las brechas políticas, económicas y sociales que constatamos en todas las estadísticas que dan cuenta de la discriminación sexista.

El problema es que intentando mantener el estatus de miembro del privilegiado club de los varones, muchas mujeres, niñas y adolescentes siguen sufriendo discriminación abierta y encubierta. Cuando un hombre se para en la acera del frente de las necesidades e intereses de las mujeres, las brechas se amplían.

Por ello urge cambiar de diseño y atreverse a romper con los estereotipos que condicionan las relaciones humanas, tal y como las vivimos hoy. Eso requiere valentía de la de verdad. El coraje de todo pionero que sabe que está rompiendo paradigmas, que entiende que no será bien comprendido, que incluso será rechazado, pero que igualmente se atreve.

Atrevidos

Necesitamos hombres que pongan las alarmas ante los maltratos que sufren las mujeres en el ámbito personal o laboral o donde quiera que se dé el acto violento. No vale voltear la cara, hacerse el loco, mirar para otro lado. Queremos hombres que denuncien al compadre si es preciso y que deje claro que no será alcahuete de machos violentos.

Necesitamos hombres que no consuman pornografía, ni prostitución, conscientes de que están alimentando una industria de explotación sexual que solo beneficia a los proxenetas y delincuentes que usan el cuerpo de las mujeres para enriquecerse. Si no hay consumo no hay trata, no hay violencia sexual, no hay abuso.

Hombres que respeten la palabra de una mujer, cuando ella dice NO y que no las violen, ni las sometan en contra de su voluntad solo por satisfacerse a sí mismos. Hombres que no se definan hombres por la cantidad de mujeres con las que tienen sexo.

Queremos hombres a los que no les dé pena comprometerse al 100% en las labores de cuidados y asumir la carga doméstica como propia, y si es preciso estar dispuestos a dejar su carrera profesional para que su pareja tenga oportunidades. Que no sean siempre ellas las que tienen que abandonar por tener que cuidar hasta la suegra. Hombres que vayan a las reuniones del colegio, al pediatra, al dentista; que hagan tareas, los bañen, bajen fiebres, y asuman las labores no divertidas de la crianza.

Hombres que no aborten criaturas dejándolas antes de que nazcan, o después, sin asumir siquiera la pensión alimentaria ni la responsabilidad paterna que se amerita para no dejar solas a las mujeres con la crianza y sostenimiento del hogar.
Hacen falta hombres que dejen de contar chistes sexistas donde dejan a las mujeres en ridículo, que no les rían las gracias a los machistas cuando muestra sus videos y fotos de mujeres cosificadas o mercantilizadas como trofeo para su propio placer.
Hombres que escuchen más y hablen menos, sin interrumpir o explicar en tono condescendiente a las mujeres por pensar que la razón está de su lado y que de las mujeres solo se espera emocionalidad y hormonas.
Hombres en el poder que dejen de temer y combatir la presencia de mujeres poderosas en sus espacios, sabiendo que tienen que hacer ejercicios de “desempoderamiento”, tomar consciencia de sus privilegios y abrir espacios para compartir el poder. No queremos concesiones de inclusión porque somos la mitad de la población, no una minoría. Exigimos paridad en todos los espacios sin que salgan con la tesis de la meritocracia como excusa, porque esa regla no ha aplicado para ustedes nunca.

Hombres que nos acompañen en las marchas de denuncia, que hagan bulla ante los femicidios, que se indignen y digan basta, que conversen y discutan públicamente sobre el tema, que no descalifiquen nuestros reclamos ni nos hagan sentir que son temas segunda categoría.

Sé un activista
Necesitamos ir más allá de la sensibilización, para pasar a la acción. No es suficiente con que entiendas y nos des palmaditas, párate con nosotras y reclama también. La respuesta que queremos va por el compromiso decidido a romper el pacto patriarcal que ha preservado el poder para los hombres desde los inicios de la historia. No hay transformación cultural que no comience por una transformación personal. Por eso todos pueden hacer la diferencia desde sus propios espacios de vida.

Esta agenda por la igualdad de oportunidades y la defensa de nuestros derechos seguirá registrando lentos avances si no nos involucramos hombres y mujeres, en conjunto, en la erradicación de formas patriarcales de convivencia. No hay sociedad sostenible ni desarrollo posible, dejando por fuera al 50% de quienes la componen. Esta es una agenda de futuro, que nos beneficia a todos y todas y que debería estar en todos los planes prospectivos estratégicos de países civilizados.

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