lunes, 28 de febrero de 2022

Género

 

Invertir las preguntas desde el feminismo

En la década de los 90 me topé con el feminismo. No es que antes no conociera su existencia, pero no me concernía personalmente (hoy me resulta incomprensible decir esto). Fue en los 90, cuando “me nació la conciencia”. Llegué a ella como consecuencia de un fracaso y un techo de cristal. El fracaso del mero análisis socio-económico para entender la feminización de la pobreza y la violencia contra las mujeres y luchar contra ella. Pero también la experiencia de un techo más que de cristal de granito, experimentado como equipo de trabajo en un programa de mujer en una institución religiosa, en la que trabajaba por aquel entonces. De aquella deriva nací de nuevo, cambié hasta el nombre. De llamarme Maria José para rebautizarme como Pepa Torres.

La cultura y la espiritualidad feministas, las redes de mujeres fueron mis parteras y con ellas lecturas que me abrieron los ojos y redimensionaron mi vida desde una nueva perspectiva: 10 palabra claves para entender el feminismo o Teología a ritmo de mujer de Ivonne Gevara. La reflexión colectiva en clave de género, junto con la militancia en los grupos de Mujeres de Teología y espacios de espiritualidad feminista en la vida religiosa como el taller Mujeres tejedoras de lo nuevo, me parieron de nuevo a la vida y a la opción creyente.
 
Han cambiado muchas cosas desde entonces en la historia del feminismo en España y en el mundo y también en la vida de las mujeres cristianas, pero mucho menos en la iglesia, que sigue sino el gran bastión del patriarcado. Por aquel entonces en muchos lugares nos organizábamos en grupos de autoconciencia partiendo de la pregunta ¿Se puede ser cristiana y feminista? y hoy, más de 30 años después, la pregunta que nos hacemos las mujeres de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia es justamente a la inversa: ¿Se puede ser cristiana sin ser feminista?.

En estas tres décadas las mujeres cristianas hemos cambiado mucho y lo hemos hecho en gran parte desde que nos pusimos las gafas violetas y empezamos a analizarlo todo desde la perspectiva de género. cuestionándonos roles, atribuciones, papeles y espacios sociales impuestos desde la política de género y decidimos desaprender para aprender a ser mujeres allá del patriarcado, Por eso somos feministas y serlo es una consecuencia de nuestra propia opción creyente, a la vez que redimensiona nuestra fe y nuestro compromiso fe-justicia.

El feminismo, o mejor los feminismos, son una necesidad vital. Son como el despertador de la conciencia de las mujeres y del entramado perverso del patriarcado. Porque el patriarcado no es una abstracción, sino que se concreta en prácticas creencias, patrones de comportamientos discriminadores y excluyentes hacia las mujeres. Creencias que desgraciadamente siguen vigente en las leyes, en la organización social, en las relaciones, en las instituciones, en las religiones y en las propias conciencias de los varones y también de muchas mujeres.

Ser feminista es sabernos formando parte de una tradición de mujeres que no se conforman con quedar reducidas a la invisibilidad y la subalternidad, que cuestionan y denuncian la naturalización de la pobreza y la violencia contra las mujeres y que las mujeres no podemos ser cuerpos a disposición de los varones y sus intereses, ya sean económicos, políticos, sexuales, religiosos, etc. Es estar convencida que lo personal es político y que la lucha no se hace solo desde la rabia sino también desde el entusiasmo y la risa, y que esta es no es nuestra revolución si no se puede bailar (Emma Goldman) .

Ser feminista es mucho más que luchar por la igualdad, pero la igualdad es el primer paso. Es estar convencida que la opresión de las mujeres está atravesada por múltiples opresiones como son la raza, la clase y la orientación sexual y la colonialidad. Es entender que las mujeres necesitamos liberarnos del patriarcado, pero también los hombres y aspirar a ser persona-mujer, persona-varón, persona-trans, etc, más allá de atribuciones de género, estereotipos, papeles sociales aprendidos que es necesario desaprender.

Ser feminista cristiana es vivir la tensión de ser extranjera en tierras que nos configuran, pero en las que nuestra presencia siempre resulta incomoda: la de la iglesia y la del propio feminismo laico, que no termina de reconocernos en muchos casos por considerarnos un oxímoron. Ser feministas cristianas es en definitiva invertir las preguntas y estar convencidas, como diría San Ireneo interpretado con perspectiva de género, que la gloria de Dios es que las mujeres vivamos y lo hagamos en abundancia (Jn10,10) y para ello y por ello nos declaramos en revuelta: La Revuelta de las mujeres en la iglesia.
Pepa Torres Pèrez

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