Jacarandas
Premio No Es Hora de Callar 2024
Como les pasa a cientos en el país, Daniela* comenzó a buscar trabajos no calificados a los 17 años para poder pagar sus estudios. Una realidad que a muchas les toca vivir ante las complejas situaciones financieras, desigualdad y falta de oportunidades. Trabajó como mesera, ayudante de transporte y secretaria. Sin embargo, desde el principio, cuando aún era menor de edad, enfrentó insinuaciones sexuales por parte de sus compañeros de trabajo, clientes y, sobre todo, jefes. Los actos iban desde pedirle "una sonrisa" y dejarle condones en el escritorio, hasta besarla y tocarla sin su consentimiento.
Con el tiempo, la idea de tener hijos se convirtió en una pesadilla. Por un lado, en las entrevistas laborales le decían que contratar mujeres era una pérdida de dinero debido a los permisos por embarazo. Otros le decían que las aspiraciones de las mujeres debían limitarse a formar una familia, sugiriendo que se olvidaran de ascender en una empresa, según cuenta. Incluso cuando intentó consolidar su carrera, sus capacidades parecían ser ignoradas, y las exigencias para mantener un trabajo se centraban en su apariencia, como el uso de maquillaje y tacones.
La historia de Daniela no es única. La búsqueda de empleo para las mujeres jóvenes colombianas es un camino hostil. Nos enfrentamos a numerosas barreras durante el proceso de selección, desde imposiciones y exigencias machistas sobre nuestra apariencia, la subestimación de nuestros títulos y capacidades, hasta salarios deliberadamente más bajos por el hecho de ser mujeres. Una vez conseguido un puesto, enfrentamos más barreras: acoso sexual laboral, rechazo a la maternidad o la posibilidad de ser madres, machismo por parte de compañeros y jefes, minimización de nuestras capacidades y pagos diferenciales.
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