La mujer, los espejos y reflejos en Elena Ferrante
By Aglaia Berlutti
En la literatura, el seudónimo suele ser una manera no tanto de proteger la identidad del autor sino una declaración de intenciones en sí misma, una percepción muy directa sobre las implicaciones y la forma como quien escribe o percibe su obra. Pero más allá de eso, se trata de una percepción directa sobre los motivos para crear del escritor y la percepción sobre el objeto destino de cualquier libro. El seudónimo protege, pero también, se erige como una metáfora sobre el resultado final de lo que se cuenta.
Quizás por ese motivo, el caso de Elena Ferrante sea tan notorio y se haya debatido con tanta insistencia. Se trata de la autora — o autor, según la versión que quien cuente la historia — de un notable éxito que consiguió la proeza de mantener su identidad oculta en plena época de la hiper información. Pero, además, la insistencia de Ferrante en no divulgar su nombre es un mensaje muy claro acerca de su apasionante mirada literaria y su mundo privado.
Para Ferrante, escribir es una aventura profundamente personal, que no admite revisiones ni miradas ajenas. Un recorrido en nudo por lo que cuenta y sobre todo, lo que rodea a esa percepción universal y espléndida que plasma en sus libros. Elena Ferrante podría o no existir, ser cualquiera y sus libros tendrían el mismo valor, la notoria precisión de crear y construir un mundo creíble que excede y desborda la ambición de la fama. La escritura como una elaborada visión de la personalidad, pero más allá de eso, reflejo de su peso e importancia como legado creativo.
“No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer” dijo la escritora en una de sus contadas y esporádicas entrevistas. Una descripción muy concreta sobre sus aspiraciones al escribir y también, del punto de vista desde el cual concibe sus historias.
No obstante, hay algo más que lo insólito del anonimato de su autora en el éxito inmediato de la llamada “Tetralogía Napolitana” que lleva su firma y la hizo célebre. Las novelas — publicadas con pocos años de diferencia y que despertaron un furor adictivo en lectores de todo el mundo — son un lienzo iniciático en el que Ferrante elabora una profunda propuesta sobre la belleza de la realidad.
La elegancia y en especial, poder de la narración — que abarca casi cuarenta años de una Italia que se transforma palabra a palabra — sorprendió al mundo y convirtió a Ferrante, en una de las escritoras más reconocidas del ámbito literario actual. Para la autora, la vida a través de los ojos de mujeres intensas e inteligentes es una ventana abierta para reflexionar sobre el paso del tiempo, la soledad y el desarraigo, lo que le ha permitido explorar desde la ficción lo mutable de las historias personales.
Los personajes de Ferrante son complejas y elaboradas obras de arte o lo que es lo mismo, aproximaciones insólitas de enorme valor simbólico. Las novelas son un Tableau Vivant, herederas directas del barroco italiano, en las que cada se escena se transforman en símbolos alegóricos de su tiempo y su época. Es por eso que “La vida Mentirosa de los adultos” es sin duda, un tránsito de alguna forma inevitable de su gran primera epopeya sobre el mundo femenino, el dolor y la redención.
En su nueva obra, la mirada de Ferrante — analítica, dulce y por momentos brutalmente honesta — comienza a principios de la década de los noventa y sigue la historia de Giovanna Trada, la hija de 12 años de dos napolitanos. Hasta entonces, la adolescente había sido una estupenda estudiante, la niña de los ojos de sus padres y también, una criatura con aires de nínfula, que admiraba cada día frente al espejo junto a la puerta del pequeño hogar familiar. Pero de súbito, todo eso cambia y Giovanna se encuentra en plena batalla con un cuerpo que no reconoce como suyo — “gordo, feo e incontrolable” explica el personaje — y con un súbito rechazo hacia la mera idea de la obediencia.
Para Giovanna se trata de un tránsito inexplicable y doloroso, mucho más cuando escucha discutir a sus padres en voz alta sobre su comportamiento y lo que llaman su rápida transformación “en una chica desconocida”. Conteniendo las lágrimas, intenta comprender el temor y la furia de ambos, hasta que su padre estalla. “Es Vittoria, que nos mira desde otro rostro”. Giovanna se aterrorizada y no sólo por el hecho que sus amados, devotos y en ocasiones aburridos padres de pronto sean para ella jueces de una conducta invisible, sino por la mera mención de una mujer que resulta un anatema en la casa de los Trada.
Vittoria es la tía divorciada de Giovanna, una criatura lóbrega de su infancia y a la que apenas recuerda como un conjunto de sombras y los cuchicheos de los parientes. Para la chica, es además, el símbolo de un tipo de terror desconocido que le lleva a recordarla desde una cierta caricaturización “un hombre del saco de la infancia, una silueta delgada y demoníaca”. Lo más complicado, es que se trata de un trozo informe de la mitología familiar: Giovanna nunca conoció a Vittoria, sino que escucha las historias sobre ella con el asombro morboso de quien “se regodea en la suerte del marginado”.
Para los burgueses Trada, Vittoria es un monstruo que se desliza entre la pobreza y la ignorancia, una mujer inexplicable para su madre universitaria y su padre académico. “Es Vittoria, que nos mira desde su rostro” repite el padre y para Giovanna queda claro que es imprescindible conocer a la desconocida pariente, enfrentarse a sus temores. “Al cambio, la diferencia, a esa mujer a la que me parezco como un espejo torcido, una condena a la distancia”.
Como todas las novelas de Ferrante, “La Mentirosa vida de los adultos” es un recorrido construye una esplendorosa visión sobre el paso del tiempo, la madurez femenina, los dolores y temores del espíritu humano. Pero más allá de eso, Ferrante parece obsesionada con la percepción del poder del amor y la coincidencia de los pequeños trozos de historias. En esta ocasión, la distancia entre Vittoria y Giovanna es la “una galaxia de conocimientos, experiencias y refinamiento” pero a la vez, hay algo que las une y no sólo la desgraciada herencia “que mi rostro de pronto, les recuerde a todos que la vieja tía solterona existe” se lamenta Giovanna, cada vez más exaltada pero decidida a entender ese extraño lazo del destino.
Ferrante juega con las pequeñas y grandes vicisitudes de sus personajes como un gran lienzo que se completa con cuidado, con duras reflexiones sobre la emoción y su trascendencia, pero sobre todo, una dolorosa comprensión sobre el amor y sus alcances. Una apasionada reflexión sobre la identidad, la pérdida de las ilusiones y la esperanza como puerta abierta hacia la tranquilidad espiritual.
Por supuesto, Giovanna viaja a Nápoles para conocer a Vittoria, a pesar de los consejos de sus padres y de hecho, de la oposición familiar. El viaje se convierte en un riesgo apasionante para la adolescente, cada vez más frustrada y desconcertada sobre lo que está ocurriendo en su propia vida y de hecho, la forma como comprende su historia. Si no es la hija que sus padres esperaban, educaron o desearon, sino que se parece a esa incómoda sombra familiar ¿Qué puede esperar sobre ella? ¿Hacia dónde se dirige su vida, su forma de comprender quién es?
Giovanna se encuentra en una disyuntiva que le aterra y le fascina: jamás pensó que la vida podía comenzar a la puerta de la casa de los padres o al contradecir la imagen que tenía sobre su historia. Con el viaje a Nápoles, comienza un recorrido por lugares desconocidos de la percepción que tiene sobre la niña que se crio protegida, entre libros, la música clásica que obsesiona a su madre y los párrafos que su padre lee en voz alta. “¿Y si hay algo más que esto?” se pregunta mientras mira por la ventanilla del autobús. “¿Si yo soy más que esto?”
De hecho, la contraposición entre ambos personajes es el eje de todo lo que desea contar: ese recorrido por la juventud, la cualidad de la expectativa por el futuro, el trajín físico y mental que conlleva la adolescencia. Para la escritora, Giovanna es una forma de asombro, una exploración a sentimientos incompletos, a lo que ser joven puede ser.
Por otro lado, la desconocida Vittoria es la encarnación del miedo al futuro, de lo inexplorado y la incertidumbre de los primeros años de la juventud. Aislada en el espacio insular de una Nápoles rural, la desconocida Vittoria es una imagen movediza, que a la vez puede proyectar y reflejar lo que Giovanna teme y anhela. Se trata de un lento y trabajoso recorrido de las historias personales de cada una de ellas, un análisis emocional sobre su destino. El variado y estupendo conjunto de pequeños fragmentos narrativos — desde la vecina apasionadamente enamorada de un hombre ambiguo, hasta las enemistades peligrosas entre los más jóvenes — constituyen un paisaje cuidadoso a través del cual Ferrante avanza con pulso firme.
No hay nada al azar en esta colección de alegrías, dolores y sinsabores, en la capacidad de Ferrante por ensamblar piezas con una paciencia que asombra por su precisión. El colorido del barrio, la vital y dinámica visión del tiempo y del transcurrir de la vida en común, dotan a la novela de una poderosa comprensión sobre la naturaleza humana pero también de una seductora sencillez.
En apariencia, las novelas de Ferrante son mucho más sensoriales que intelectuales. Pero en “La vida mentirosa de los adultos”, la tensión se dirige en una dirección por completo nueva: a medida que el lector avanza, encuentra que la narración se transforma en un nudo argumentativo sobre el amor, la pasión por vivir y la primitiva noción de la individualidad como punto de encuentro — y creación — de una mirada en común.
Hay mucho sobre la condición de los pequeños dolores personales, la comprensión del arraigo y el poder del amor en una novela que no se define como romántica pero que avanza a través de la emoción como punto de encuentro de todo tipo de análisis sobre la identidad. Para la escritora parece ser de enorme importancia esa consecuencia del hacer y el desear, de ese tránsito de la inocencia a la cierta perversidad natural y al final, la madurez. Nadie es inocente en esta trama compleja en apariencia simple, de la misma manera que nadie parece escapar de los infinitos matices sobre el bien y el mal que las novelas plasman con una inusual belleza.
Para Giovanna sobre todo, el trayecto es una epifanía: cuando finalmente conoce a Vittoria, es tal y como le advirtieron. Es una mujer solitaria, infeliz, grosera, capaz de gritar las vulgaridades más gruesas por la ventana abierta, que no desea compañía y mucho menos la suya. Pero a la vez, es una mujer de sorprendente belleza — “ojos enormes, el cuerpo recio y sano” describe Giovanna con admiración — y también, de enorme calidez y franqueza. Vittoria, que se burla de Giovanna, que habla mal de su padre, que se ríe a carcajadas, que canta borracha, es lo más vital y profundamente real que le ha ocurrido jamás y al contraste, su vida previa parece frágil, desnuda de toda simbología y por supuesto, una gran mentira.
Como en la tetralogía napolitana, Ferrante escogió para su obra un entorno cerrado que en manos menos hábiles podría resultar asfixiante e incluso, claustrofóbico. La vida en el barrio transcurre idéntica que hace veinte o treinta años y esa inevitabilidad lo que dota a las historias de Ferrante de cierto aire atemporal. Vittoria lo mira todo desde el cinismo, pero no está desligada del pulso vital de las cosas. Todo ocurre y transcurre por razones muy parecidas en un escenario casi idéntico. Pero el espacio del barrio es algo más: se trata de una conjunción social y crítica lleno de las fantasías, frustraciones y ambiciones de seres humanos multidimensionales y profundamente reales. Un ambiente que en ocasiones parece recargado por descripciones exhaustivas pero que la trama sustenta y justifica con plena sinceridad. Un retrato costumbrista que Ferrante acomete desde cierta óptica cansada y atípica. Y ese quizás es su mayor triunfo, el motivo por el que la combinación resulte tan creíble, tan poderosa y por momentos hipnótica.
Todos los géneros se mezclan y a la vez, no definen las historias, por el mismo motivo quizás que Ferrante se niega a analizarse como escritora y deja el peso de su creación a su seudónimo. Las novelas de la escritora intenta abarcar una pléyade de temas y concepciones sobre la raíz del absurdo cotidiano y lo hace con un buen gusto que se agradece: hay una elegancia lúcida y sutil en la forma como Ferrante describe los altibajos de la amistad, el amor, el sexo, el odio, la transformación personal y la búsqueda de la identidad. Todo desde el ámbito de lo doméstico, de la percepción de todos los días, la comprensión dúctil de lo cotidiano que hace de las historias de Ferrante una mirada lenta y realista sobre lo que somos y cómo nos comprendemos. Pero más allá de eso, hay un testimonio emocional y sincero que brinda al conjunto un poder de evocación desgarrador.
Además, para Ferrante, la condición femenina parece ser el elemento aglutinante y definitivo en el fondo de cada una de sus novelas. Giovanna y Vittoria gravitan una alrededor de la otra, se miran, se observan, se enfurecen, se comprenden, se complementan. La adolescencia y la adultez en medio de rígidos códigos morales, imposiciones, restricciones y tradiciones crean un trasfondo brutal y enrarecido en el que los personajes principales deben avanzar con dificultad, se reflejan en ambas como un crisol de situaciones cada vez más inexplicables.
La realidad física de ser mujer en una cultura machista y violenta — con el maltrato, la sujeción al padre y la violencia doméstico como contexto — profundizan en el recorrido anecdótico de la autora. La intimidad de la narración, la lenta confluencia de valores y dolores sostienen lo que será un recorrido perturbador y en ocasiones duro por los secretos y dolores de las mujeres de la historia, de su fortaleza, debilidad y fuerza. Aún así, Ferrante no emite juicios, tampoco contradice esa lenta pulsión de realidad en sus obras. Como testigo y voz única, la integridad del relato se basa en esa transparencia de intenciones. En ese alegato de certeza que le brinda una dimensión poderosa.
Quizás, ese sea el elemento común en cada una de las novelas de Ferrante: la transparencia engañosa que en realidad oculta una complejidad brillante. El elemento persistente que asegura y sostiene el discurso que se manifiesta a través de la oscuridad y la luz. Incluso los personajes se definen a través de extremos — “Tu eres la buena y yo la mala” es una frase recurrente en uno de los principales relatos — como si la percepción sobre la realidad tuviera colores muy definidos o los necesitara para sostener su rara belleza.
Es difícil definir el elemento que hace de la obra de Ferrante adictiva, seductora e inolvidable. El New York Times insiste en que “La vida mentirosa de los adultos” es “deslumbrante” y “la confirmación definitiva” del talento de la autora. The Guardian afirma que Ferrante — su obra, su insistencia en la creación nítida — es digna del premio Nobel. Pero mucho más que el asombro y la curiosidad, lo que hace a sus novelas únicas es la sinceridad demoledora de Ferrante, quien apenas corrige su trabajo, desconfía del estilo depurado e insiste que escribir es “un ejercicio de valor y de amor”.
Cual sea el motivo, las historias de Ferrante — con su negativa al tópico de lo previsible — son un recorrido deslumbrante por lo diminuto y sus misterios. Un paisaje de ida y vuelta hacia el corazón palpitante de los pequeños dolores de la vida real.
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